lunes, 28 de abril de 2014

DE LA DESVERGÜENZA PÚBLICA E INDIVIDUAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

“La civilidad o la razonabilidad de las que habla Rawls son actitudes características de la ciudadanía, cuya falta debería avergonzar a quienes son incapaces de adquirirlas. Como debería avergonzar el incumplimiento reiterado de las normas de honradez que se presupone en especial en aquellas personas que tienen más responsabilidades públicas. Que en las democracias liberales prolifere la corrupción y que ninguno de los corruptos se avergüence de serlo ni dé muestras de reconocer sus desvíos pone de relieve que algo falla en tales democracias. Falla el que no se consiga forjar el carácter ciudadano, un fallo que algo debe tener que ver con la desaparición de ciertas emociones sociales como la vergüenza o la culpa”.  Victoria Camp    

El pasaje, en cuestión, corresponde al libro “El gobierno de las emociones”[1]. En algunas cosas de esta cita estoy de acuerdo, en otros tengo ciertas discrepancias, a saber:

Primero, “La civilidad o la razonabilidad de las que habla Rawls son actitudes características de la ciudadanía, cuya falta debería avergonzar a quienes son incapaces de adquirirlas”. La ciudadanía es un concepto, y como tal es algo abstracto. La ciudadanía es el conjunto de acciones que acomete el ciudadano, que es un ente público, o sea político, en el sentido de toda práctica social que pertenece a una nación. Entonces, el ciudadano, que es una mujer o un hombre en particular, debe en su práctica socio-política adquirir civilidad o razonabilidad, para que su actuar sea cónsono con los demás ciudadanos. Pues cada ciudadano es una particularidad en una comunidad.

En las condiciones que actualmente nos encontramos la civilidad, o mejor dicho la falta de ésta no avergüenza a nadie, más bien la desvergüenza ciudadana son como medallas de honor que se adquieren en el día a día con mucho honor. Porque cada hombre y cada mujer hace de esta desvergüenza un elogio de méritos, para ganar adeptos y admiradores. Lo que avergüenza es adquirir las actitudes de civilidad, lo contrario enaltece. En la medida que tenga menos civilidad soy más paradigma para la colectiva, soy más ejemplo a seguir. La civilidad de la que habla Rawls me convierte en un pendejo, y todos sus sinónimos y agregados posibles.

Segundo, “Como debería avergonzar el incumplimiento reiterado de las normas de honradez que se presupone en especial en aquellas personas que tienen más responsabilidades públicas”. A pocas personas avergüenzan «el incumplimiento reiterado de las normas de honradez»; los hombres y las mujeres llegan tarde al trabajo y lo hacen mal sin ningún prurito, para qué voy hacer bien ese maldito trabajo para que el jefe se enriquezca. El estudiante no estudia; el funcionario se cree que el Estado está en la obligación de mantenerlo porque sí. El docente no enseña, menos educa, porque le pagan muy poco; el otro roba porque la sociedad lo obligo a robar, pero todo lo que roba se lo gasta en putas y droga. Cada hombre y cada mujer incumple reiteradamente las normas de honradez, pero «hay cosas más importante que hacer dicen» y lo que «yo hago no daña a nadie».

La excusa de que la honradez «se presupone en especial en aquellas personas que tienen más responsabilidades públicas». Yo no tengo gran responsabilidad social, por tanto mi incumplimiento de la norma de honradez es una nimiedad. Muy diferente es la responsabilidad del diputado, del gobernador, del Presidente de la nación, del dueño de la empresa, del dueño del consorcio, del ingeniero de obra, de la Directora de la escuela; si yo mato a alguien para robarlo, más se perdió en la guerra, dijo.

Y así cada uno va buscando a un superior, para decir que él si debe cumplir con la normas de honradez, ya que él tiene más «responsabilidad pública». La madre y el padre no educan al niño, porque esa vaina es responsabilidad de la escuela, la escuela de la maestra, la maestra del Ministerio, el Ministerio del gobierno central, el gobierno central de la situación mundial, la situación mundial todo se da por la voluntad de Dios. Todo es causal dice alguien por allá, y allí se termina todo en una bella frase que me motiva a seguir en mi incumplimiento de la honradez.

Tercero, “que en las democracias liberales prolifere la corrupción y que ninguno de los corruptos se avergüence de serlo ni dé muestras de reconocer sus desvíos pone de relieve que algo falla en tales democracias”. La democracia sólo es un modo de gobierno más, que desde hace un poco más doscientos años está en boga y se considera el mejor modo de gobierno, es otro asunto. Ni en las democracias, ni en las dictaduras, ni en las monarquías, ni en ningún modo de gobierno nadie se avergüenza se ser corrupto. Más bien es un honor. Ya que puedo tener una mansión, entrar en los mejores clubes y hoteles donde seré bien recibido, tendré muchos amigos que me agasajen.

Por qué alguien se va a sentir avergonzado de ser corrupto si tiene los bienes que todos desean. Lo entrevistan en los medios de televisión, va a grandes fiestas y festejos, hasta le otorgan más de una medalla al mérito. La corrupción me da riqueza, eso es lo que desea la mayoría. Entonces, por qué sentirse avergonzado. El corrupto no se avergüenza de ser corrupto; tampoco se avergüenza de tal el amigo del corrupto, ni la esposa o el esposo, ni la madre, ni el padre, ni el hijo o la hija, ni los vecinos, nadie se avergüenza de él; más bien sienten envidia no haber tenido la oportunidad de estar en ese cargo, público o privado, para ser igual a él. Al paradigma más exaltado de nuestras sociedades. Nadie quiere estar con un honrado, éste no tiene nada que dar. Además, es un fastidioso con ese discurso de la honradez.

Por última, nos dice esta brillante pensadora, “falla el que no se consiga forjar el carácter ciudadano, un fallo que algo debe tener que ver con la desaparición de ciertas emociones sociales como la vergüenza o la culpa”. La vergüenza o la culpa no han desaparecido sino que se han invertido. Siento culpa porque no me robe aquello que estaba a la mano; o siento vergüenza porque no maté a aquel desgraciado para demostrarles a mis compinches que soy un gran criminal o delincuente. Siento vergüenza de no haber podido engañar y hacerle trampa al cliente, al estudiante, al carnicero, a cualquier persona que se me pase por delante.

La desvergüenza en nuestra civilidad, nuestra razonabilidad, es nuestro paradigma social. Ya tenía razón el mostachudo cuando hablaba de la transvalorización de los valores. El carácter ciudadano, consiste en anti-ciudadano. Carecer de culpa, de vergüenza tanto pública como individual. Porque si no tengo vergüenza individual cómo puedo tenerla pública. Y no importa el modo de gobierno en que esté, lo que incumbe es cuál es el paradigma social e individual imperante.



[1] Victoria Camp. El gobierno de las emociones, Editorial Herder, Barcelona, 2011, p. 121.

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