viernes, 11 de abril de 2014

DE LA CONFIANZA DE MI MISMO A LA CONFIANZA DEL OTRO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cuando en nuestra vida determinamos nuestros propósitos y principios, en ese momento, reconocemos que una forma eficaz de tratar a las personas es hacerlo de la misma forma como queremos ellas nos traten a nosotros, esto es, como un reino en sí ha dicho el filósofo de Königsberg.

En este en reino en sí, individuos, empresas u organizaciones, disfrutan de seguridad, guía, sabiduría y poder. Por tanto, la fortaleza que se genera de y en uno mismo proviene de comprender cuáles los principios y la práctica que de mi vida quiero llevar a cabo.  Si la práctica de mi vivir es mi qué hacer, mis aplicaciones y mis circunstancias concretas en un mundo de acciones prácticas. La comprehensión necesaria de mis principios, valores, objetivos  son el por qué de los elementos sobre los cuales construyo mis aplicaciones o prácticas de vida.

Cuando vivimos a través de prácticas sin principios tendemos a depender de otros para obtener un ulterior reconocimiento, una instrucción, una orientación que no se genera en nosotros mismos, sino que nos viene de afuera. El desafío personal consiste en ser, entonces, una brújula propia, en ser un modelo de mí mismo, y no un crítico destructivo de mí y de los otros. Por el contrario, ser un edificador.

Otro aspecto que nos da una vida sin reflexión propia es que nos convertimos es seguidores de los enfoques instantáneos, inmediatos, de las fórmulas banales del desarrollo personal. Por el contrario, una vida reflexiva nos lleva a aumentar nuestra fortaleza cognitiva-emocional para analizar y romper con un pasado que nos puede estar atando a unas posibles pseudoverdades, a impulsarnos y sobrepasar viejos hábitos, cambiar paradigmas caducos o erróneos. Una vida reflexionada nos permite alcanzar grandeza y eficacia personal e  interpersonal.

Pues al ser sujetos independientes nos conformamos en una interdependencia real y eficaz con las otras personas. Para ello debemos desarrollar nuestra empatía y nuestra cooperación, ya que mis esfuerzos estarán centrados en ser proactivo y productivo en correlación con los otros.

Para llevar a cabo este desarrollo personal debo, en primera instancia, establecer una relación sincera y abierta conmigo mismo. Lo cual generará un nivel de confianza en mí mismo, que se proyectará en mis relaciones personales. La confianza se basa, en primer lugar, en el reconocimiento de uno mismo; de esta se genera el carácter de lo que uno es como sujeto, se desarrolla y establece la capacidad que uno tiene para emprender o hacer algo.

Si uno tiene confianza en su carácter pero no en su capacidad, no confiará en sí mismo. Los otros, en el ámbito laboral, tampoco confiaran. Muchas veces perdemos gradualmente nuestra confianza personal y profesional, y caemos en la rutina hasta convertirnos en sujetos obsoletos para nosotros mismos, y para los otros.

Por otra parte, si nos pensamos como carentes de carácter y de capacidad no nos consideraremos digno de confianza, ni demostraremos demasiada sabiduría en nuestras opciones y decisiones. De allí que debemos lograr progresos relevantes y significativos en nuestro ser y hacer personal-profesional, para que de esta manera ser dignos de confianza en nosotros mismos y en los otros.

El despliegue y desarrollo de la confianza personal conlleva al tránsito hacia la confianza interpersonal. Pues una se basa en la otra. La confianza personal es el cimiento de la confianza interpersonal. La confianza puesta en el otro abre posibilidades emocionales sinceras entre, por lo menos, dos personas; lo cual les permite a ambos establecer, como dice Covey, un acuerdo yo gano-tú ganas en un proceso de cooperación.

Cuando dos personas confían mutuamente entre sí disfrutan de una comunicación sincera, de identificación mental y afectiva, de cooperación y se establece una interdependencia productiva. Ambas equilibran sus potencialidades y fortalezas. De este modo, se formulan y cumplen compromisos mutuos que hacen crecer la seguridad de cada uno, al mejorar solidariamente las habilidades  propias en la construcción de relaciones de confianza.

En la búsqueda del mejoramiento personal, el sujeto reflexivo se educa no sólo en y por sus propias experiencias. Atiende al mundo, lee, se capacita, toma clases, escucha a los demás, aprende a través de sus sentidos y la razón. En el proceso de aprendizaje la curiosidad es importante, pues ésta lleva a formular preguntas constantemente. En el aprendizaje se amplían competencia, se desarrollan nuevas habilidades o habilidades que estaban latentes; se abre la capacidad de formular y hacer cosas. Se crean nuevos intereses. Asimismo, se aprende a efectuar y cumplir promesas, a cumplir compromisos. A desarrollar la confianza.


Esta confianza en mí mismo y en el otro se construye a partir de principios firmes, aunque no absolutos; se considera la vida como un hacer constante, como fuente nutritiva en la cual se está dispuesto y preparado para atenderse a sí mismo y al otro. Pues se desarrolla el sentido de responsabilidad, de colaboración, de atención al mundo.

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