La experiencia
estética de las acciones está relacionada con una parte de nuestro bienestar,
ya que ésta forma parte constitutiva de la naturaleza humana. La estética de
las acciones siempre es capaz de hacernos sentir todo su poder y de poner en práctica
un conjunto de actos que hacen necesario apelar a sentimientos y a principios.
Los individuos
pertenecemos a una época así como a un estado de cosas o situaciones, aún
cuando alguien desee apartarse de los usos y costumbres del tiempo en que vive
siempre está inmerso en éste. Entonces, ¿por qué debemos sentirnos obligados a
actuar conforme o disconforme a las necesidades y al gusto del aquí y ahora? La
época se pronuncia a favor de la felicidad y el bienestar; no en una dirección hacia
una felicidad que abandona el estado de cosas y se eleva por encima de las
necesidades.
Ahora bien, aun
cuando la felicidad pueda ser hija de la libertad y sólo se deba regir por la
necesidad del espíritu, y no por meras exigencias materiales. En nuestro tiempo,
por el contrario, impera sobre ella la exigencia de la necesidad, que doblega
bajo su yugo la búsqueda envilecida de la felicidad. En este sentido, el estado
de provecho es el gran ídolo de nuestros días, al que están sometidas todas las
fuerzas y rinden tributo todos los talentos.
El mérito
espiritual carece de valor en esta burda balanza y privado de todo estímulo se
entrega al ruidoso mercado del siglo. Incluso el anti-espíritu arrebata a la
imaginación un territorio tras otro, y las fronteras del ser se estrechan a
medida que el provecho amplía sus límites.
El sujeto
dirige su mirada pérdida hacia las escenas donde en estos momentos, según
parece, se mercadea el destino de los individuos, sólo es una mirada extraviada.
El hecho de sólo mirar, delata acaso una indiferencia hacia los modos del
espíritu. Este proceso le incumbe de por sí, por su contenido y por sus
consecuencias, a todo aquél que se considera un sujeto. Tanto más ha de
interesar a aquél que dice pensar por sí mismo.
La mirada
extraviada es un asunto que atañe a aquél que es capaz de llegar al punto central
de la cuestión y elevarse desde su individualidad a la colectividad; ya que puede
considerarse parte interesada de los asuntos cotidianos y verse envuelto, de
uno u otro modo, en la búsqueda de alternativas de solución. Así pues, lo que
se mercadea no es sólo un asunto particular, sino un asunto colectivo.
En el ámbito
de las ideas y las emociones se coincide en las mismas conclusiones cuando se
da un espíritu libre de prejuicios, aún a pesar de las grandes diferencias de
condición y de la distancia que nos imponen las circunstancias del mundo real.
Anteponer la experiencia estética y la libertad al estado de provecho, no creo
que haya razón para disculparse por esta inclinación, sino que se justifica por
el poder que se vale de los principios humanos.
El estado de provecho
no es ajeno al gusto de la época, que se regocija en la búsqueda interminable
de sus necesidades. No busco convencer, que para resolver en la experiencia
este asunto hay que tomar ante la vida una vía estética; aun cuando a través de
la experiencia estética sea un camino a través del cual se pueda alcanzar la
libertad del sujeto.
La naturaleza
no procede mejor con los individuos que con el resto de las criaturas. El sujeto
actúa por sí mismo en cuanto su inteligencia es libre. Esto es justamente lo
que lo hace ser sujeto determinado, no permanecer en el estado de la pura de la
necesidad. Ya que posee la facultad de hacer y rehacer, por medio de la razón y
la emoción, el camino que antes había recorrido en un estado de indeterminación.
En esto radica la facultad de transformar la mera necesidad en obra de su libre
elección, y de elevar la necesidad física a un acto ético y estético.
El sujeto en
su construcción despierta del letargo de la vida sensible, y se reconoce como ser
de sí mismo, mira a su alrededor y se encuentra entre lo colectivo. La coacción
de las necesidades que lo precipitaron en su entorno mucho antes de que él
pudiera elegir libremente, antes que él pudiera implantarse conforme a las
leyes de su razón y emoción. Ahora él, en cuanto sujeto ético, no puede conformarse
con ese estado de necesidad, en el cual se haya sumergido por determinaciones
naturales, ni puede adecuarse pasivamente a ella. Pobre de él si se conforma y
sigue viviendo en el estado de provecho.
Con el mismo derecho
con que se construye a sí mismo abandona el dominio de la ciega necesidad, se separa
de ella en virtud de su libertad. Borra mediante la ética y la experiencia
estética el carácter vulgar que la necesidad física. El sujeto recupera así su condición
de sujeto; da forma al mundo de sus ideas que le vienen por su experiencia a
través de determinaciones emotivo-racional. El sujeto le otorga a su estado actual
una finalidad, un propósito que no tenía de modo auténtico en el estado de
provecho; y se da a sí mismo el derecho de elección del que entonces no era
capaz.
Ahora actúa valiéndose
de un discernimiento claro y decide libremente. Cambia el estado de dependencia
por un estado independiente y contractual. Por muy sutil que la necesidad del
estado de provecho se rodee de una apariencia de respetabilidad, el sujeto la considera
como algo inefectivo en su ser y hacer, porque ya las fuerzas ciegas de la
necesidad no poseen ninguna autoridad ante su libertad, ni lo harán doblegarse
ante ella. Todo se conforma al propósito que en su personalidad el individuo se
da a sí mismo. Así nace y se justifica el tránsito del estado de necesidad a un
estado ético-estético.
muy complicado
ResponderEliminarpara una vida tan sencilla vida videncia