viernes, 25 de abril de 2014

DEL ESTADO DE PROVECHO A LA EXISTENCIA ESTÉTICA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La experiencia estética de las acciones está relacionada con una parte de nuestro bienestar, ya que ésta forma parte constitutiva de la naturaleza humana. La estética de las acciones siempre es capaz de hacernos sentir todo su poder y de poner en práctica un conjunto de actos que hacen necesario apelar a sentimientos y a principios.

Los individuos pertenecemos a una época así como a un estado de cosas o situaciones, aún cuando alguien desee apartarse de los usos y costumbres del tiempo en que vive siempre está inmerso en éste. Entonces, ¿por qué debemos sentirnos obligados a actuar conforme o disconforme a las necesidades y al gusto del aquí y ahora? La época se pronuncia a favor de la felicidad y el bienestar; no en una dirección hacia una felicidad que abandona el estado de cosas y se eleva por encima de las necesidades.

Ahora bien, aun cuando la felicidad pueda ser hija de la libertad y sólo se deba regir por la necesidad del espíritu, y no por meras exigencias materiales. En nuestro tiempo, por el contrario, impera sobre ella la exigencia de la necesidad, que doblega bajo su yugo la búsqueda envilecida de la felicidad. En este sentido, el estado de provecho es el gran ídolo de nuestros días, al que están sometidas todas las fuerzas y rinden tributo todos los talentos.

El mérito espiritual carece de valor en esta burda balanza y privado de todo estímulo se entrega al ruidoso mercado del siglo. Incluso el anti-espíritu arrebata a la imaginación un territorio tras otro, y las fronteras del ser se estrechan a medida que el provecho amplía sus límites.

El sujeto dirige su mirada pérdida hacia las escenas donde en estos momentos, según parece, se mercadea el destino de los individuos, sólo es una mirada extraviada. El hecho de sólo mirar, delata acaso una indiferencia hacia los modos del espíritu. Este proceso le incumbe de por sí, por su contenido y por sus consecuencias, a todo aquél que se considera un sujeto. Tanto más ha de interesar a aquél que dice pensar por sí mismo.

La mirada extraviada es un asunto que atañe a aquél que es capaz de llegar al punto central de la cuestión y elevarse desde su individualidad a la colectividad; ya que puede considerarse parte interesada de los asuntos cotidianos y verse envuelto, de uno u otro modo, en la búsqueda de alternativas de solución. Así pues, lo que se mercadea no es sólo un asunto particular, sino un asunto colectivo.

En el ámbito de las ideas y las emociones se coincide en las mismas conclusiones cuando se da un espíritu libre de prejuicios, aún a pesar de las grandes diferencias de condición y de la distancia que nos imponen las circunstancias del mundo real. Anteponer la experiencia estética y la libertad al estado de provecho, no creo que haya razón para disculparse por esta inclinación, sino que se justifica por el poder que se vale de los principios humanos.

El estado de provecho no es ajeno al gusto de la época, que se regocija en la búsqueda interminable de sus necesidades. No busco convencer, que para resolver en la experiencia este asunto hay que tomar ante la vida una vía estética; aun cuando a través de la experiencia estética sea un camino a través del cual se pueda alcanzar la libertad del sujeto.

La naturaleza no procede mejor con los individuos que con el resto de las criaturas. El sujeto actúa por sí mismo en cuanto su inteligencia es libre. Esto es justamente lo que lo hace ser sujeto determinado, no permanecer en el estado de la pura de la necesidad. Ya que posee la facultad de hacer y rehacer, por medio de la razón y la emoción, el camino que antes había recorrido en un estado de indeterminación. En esto radica la facultad de transformar la mera necesidad en obra de su libre elección, y de elevar la necesidad física a un acto ético y estético.

El sujeto en su construcción despierta del letargo de la vida sensible, y se reconoce como ser de sí mismo, mira a su alrededor y se encuentra entre lo colectivo. La coacción de las necesidades que lo precipitaron en su entorno mucho antes de que él pudiera elegir libremente, antes que él pudiera implantarse conforme a las leyes de su razón y emoción. Ahora él, en cuanto sujeto ético, no puede conformarse con ese estado de necesidad, en el cual se haya sumergido por determinaciones naturales, ni puede adecuarse pasivamente a ella. Pobre de él si se conforma y sigue viviendo en el estado de provecho.

Con el mismo derecho con que se construye a sí mismo abandona el dominio de la ciega necesidad, se separa de ella en virtud de su libertad. Borra mediante la ética y la experiencia estética el carácter vulgar que la necesidad física. El sujeto recupera así su condición de sujeto; da forma al mundo de sus ideas que le vienen por su experiencia a través de determinaciones emotivo-racional. El sujeto le otorga a su estado actual una finalidad, un propósito que no tenía de modo auténtico en el estado de provecho; y se da a sí mismo el derecho de elección del que entonces no era capaz.


Ahora actúa valiéndose de un discernimiento claro y decide libremente. Cambia el estado de dependencia por un estado independiente y contractual. Por muy sutil que la necesidad del estado de provecho se rodee de una apariencia de respetabilidad, el sujeto la considera como algo inefectivo en su ser y hacer, porque ya las fuerzas ciegas de la necesidad no poseen ninguna autoridad ante su libertad, ni lo harán doblegarse ante ella. Todo se conforma al propósito que en su personalidad el individuo se da a sí mismo. Así nace y se justifica el tránsito del estado de necesidad a un estado ético-estético.

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