martes, 24 de octubre de 2023

EL MIEDO ATÁVICO A LO ATOPOS


 

En “Nickxar” de Facebook suben videos donde el personaje o está disimuladamente disfrazado de árbol o disfrazado, para las fiestas de Hallowen, de bruja, Chuqui, Drácula o cualquieras de estos personajes de terror.

El fin del disfraz es asustar a los incautos, a los distraídos que van caminando por la calle o están tomándose un café o una cerveza, no importa si es hombre o mujer, las reacciones de ambos son semejantes.

La reacción inicial es defensiva, encoger el cuerpo para exponer la menor parte posible y simultáneamente gritar. Esto último, debe ser un vestigio de que ser el humano es un animal de manada, pues el grito es la vocalización por excelencia para llamar la atención de la manada sobre algún peligro posible. Además, que debe servir para drenar el impacto del susto y el miedo, como lo son el pegar brincos o correr huyendo del peligro.

Estos sustos urbanos, que son inocuos, terminan en carcajadas por parte de quienes han recibido tal sorpresa; incluso los que más se han asustado y gritado son los que más se ríen al darse cuenta que no hay ningún peligro real, sino que es un juego de diversión. Otros, por lo general, muchachas corren huyendo mientras se van riendo.

La risa, en este caso, debe compensar el miedo y vuelve a poner las cosas en su lugar. Porque es la expresión de que es un juego lo que ha sucedido en el motivo del susto, y por tanto no hay nada que temer. De allí la risa, en algunos casos la misma se acompaña con algún gesto de vergüenza por haber gritado. Cuando es un grupo unos se burlan de los más asustados porque todo, en verdad, es un juego, una diversión humana.

El disfraz del árbol, no importa el tipo, a diferencia de los disfraces de Hallowen no es feo, no es macabro. El mismo es una mata o algo parecido a una mata verde o de otoño. El disfrazado de mata permanece quieto, mimetizado en la calle, hasta que la persona va pasando cerca y él se mueve o intenta acercarse a la persona. En este momento, la persona se asusta porque ha sucedido algo extraño que el cerebro, en primera instancia, no reconoce y por tanto se produce el susto. En los disfraces de Hallowen lo macabro es evidente y el personaje se pasea impunemente por la calles, o permanece medio escondido hasta que las personas están cerca y ahí hace su sorpresiva aparición.

Lo atopos es arracional, por eso la sorpresa y el susto de los transeúntes. De allí que lo feo sea arracional, irreverente, turbulento, insubordinado, difícil de encajonar y de aceptar. Lo feo es atopos. Y creo que está más allá de lo cultural, sino que pertenece a la fisiología humana del rechazo, del asco. Lo asqueroso no tiene una explicación racional, sentimos asco por algunas cosas de manera corporal, atávica.

De allí que estos sustos urbanos se produzcan porque no están en la estructura racional del hacer urbano, no son esperados en este ámbito. Aparecen porque algo anómalo se ha producido y sorprende. Incluso, algunas personas se quedan viendo al árbol porque sospechan que hay algo que no cuadra en él, y cuando éste se mueve el susto se da por igual. Algo semejante ocurre cuando el disfrazado de Hallowen se pasea por las calles, algunas personas lo están mirando y cuando él hace el amague de acercarse se asustan y gritan.

Aunque están a la expectativa los sorprende el gesto, porque es algo extraño lo que están viendo. Y es atopos porque es feo, extravagante y no cuadra con el esquema mental predominante de lo armónico. De ahí ese desconcierto, ese no encontrar un lugar posible donde ubicar tal anomalía. 

Lo feo siempre sorprende, porque nos saca de la normalidad, de lo dado. Lo feo necesita de otra forma de pensar y sentir, ya que no se adecua a una tradición. Ni siquiera a una tradición de lo feo, porque de ser así no nos sorprendería.

Esta condición de lo feo es lo que hace que el mismo sea relejado, apartado de las convenciones sociales. Lo feo es un paria, se le excluye de la luz, de la razón, es lo otro, lo que hay que ocultar y evitar, es lo inmoral, lo que no pertenece a lo divino y le está negado el cielo de la esperanza. Lo que no hay que nombrar. En la tradición filosófica está emparentado con la materia, en tanto sustrato último de un proceso creativo.

Es lo último a lo podría aspirar el humano, está excluido de toda aspiración. Es lo no-humano.  Aunque extrañamente es lo más cercano a nosotros, a la cotidiana, al hacer diario, a lo que somos en nuestra condición permanente de ser humanos. Es parte de nuestra condición humana.

Pero lo feo es lo que no se ha de mostrar, debe permanecer oculto. No está en nuestro ideal, ni en nuestros paradigmas. Es lo que negamos, lo que no queremos tener cerca. Tal vez, porque representa nuestros miedos, lo que no entendemos, lo que no hemos podido domesticar. Lo que todavía reina de manera salvaje y a sus anchas, independiente de nosotros.


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