martes, 10 de octubre de 2023

APRECIADO PLOTINO


 

Desde aquella tarde de verano que conversamos en aquel café junto a la orilla del Nilo, en tu ciudad de Asiut, no te he vuelto a ver. Me dijeron que te asentaste y vives en Roma. Me alegro por esa decisión, en verdad. Los vientos del desierto se llevan las ideas y a veces tardan en volver. Roma en su caos es serena.

Te debés de acordar que te comenté que deseaba volver a leer tus escritos, esta vez leerlos en griego, porque los traductores a veces se meten en aprietos. Te dije, también, que me interesaba un tema en particular. Y me sonreíste, porque ya sabías por dónde iba mi inquietud.

Porque después de haber tratado, primero, sobre la proairesis y, posteriormente, sobre lo metafísica de lo bello; vos sabías que el paso natural era abordar el asunto de la epimeleia heautou. No dijiste nada, solo te sonreíste.

Lo he hecho, he estado estudiando desde hace tiempo ese tema. Tengo que confesarte dos cosas, la primera sin ninguna prepotencia, es que sé lo que tengo que hacer. Lo segundo, es que hay algo que se me escapa, una especie de hilo que no logro encontrar para poder tejer el estambre del discurso.

En algunos momentos he pensado volver a un salón de clases; para ver si allí, sentado en un pupitre se me aparece ese sendero que tengo que recorrer y que por alguna razón se me escabulle del entendimiento. Algo me ciega, y no sé que es. Hay un velo, que oculta el sendero que se bifurca. Pero en este caso no es como el camino de Alicia, no es cualquier camino el que hay que tomar, si no uno preciso que conduzca al alma y le permita tejer el discurso sobre el tema.

Apreciado Plotino, siempre recuerdo que me dijiste que hay que vivir para el alma, la cual es libre y bella. Saludos y abrazos a la Escuela.

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