viernes, 17 de noviembre de 2017

LAS ILUSIONES DE LA OBSTINACIÓN O EL ERROR DEL INVERSIONISTA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cuando invertimos en algo todos deseamos obtener ganancias. Si invertimos en lo financiero, lo corporal, el conocimiento o los valores tenemos el deseo de obtener un tipo de ganancia, ese es nuestro deseo y por eso invertimos. Si invierto en lo corporal es porque deseo un cuerpo saludable, o si invertimos en un negocio es porque esperamos que el mismo nos dé una renta para vivir.

En esta acción fusionamos de dos aspectos, a saber, nuestro deseo y nuestra inversión. No obstante, en muchos casos, nuestros deseos no se cumplen o no son satisfechos por medio de la inversión que hemos realizado. Por lo que la inversión se convierte en un gasto, el cual nunca tiene  retorno; y en caso extremo en un derroche que puede llevarnos a la bancarrota. ¿Qué ha fallado en ese proyecto de inversión? Y ¿Por qué ha fallado?

Muchas veces nos dejamos llevar por nuestras ilusiones de perspectivas, aun cuando sabemos que son ilusiones; éstas nos impiden evitar los errores en la evaluación de la inversión que hemos realizado. La ilusión, en tanto espejismo errado, hace que al invertir, sea dinero o esfuerzo, para hacer algo tendamos a continuar haciéndolo, aunque sepamos que estamos teniendo más pérdidas que ganancias.

Persistimos en continuar haciendo lo que estamos haciendo, con la certeza real de que no estamos obteniendo ninguna ganancia. Pensamos que estamos aprovechando nuestra inversión aunque no haya ningún retorno de capital financiero, de conocimiento, de salud, de valores…  A esto es lo que se llama el «tozudez del inversionista» que se produce por la obstinación del mismo.

Tal obstinación se encarna en que hemos invertido en algo y, por tanto, debemos mantenernos en esa inversión aun cuando solo hay pérdidas. Para ello buscamos justificar por qué la inversión no tiene retorno, o de tenemos la vana esperanza de que ya vamos a tener ganancias. Por ejemplo, con esta próxima tirada de dados ganaré el premio. Esta tozudez explica la persistencia de muchos matrimonios fracasados que continúan en bancarrota, pero en el cual los inversionistas continúan juntos; más amargándose que siendo felices.

Nuestra obcecación no mantiene adheridos a una mala decisión; comprometidos rabiosamente a un proyecto fracasado, en cuya realización hay más pérdidas que ganancias. Nos negamos a renovar nuestra decisión, persistimos ciegamente en nuestro empeño. Insistimos en la incomodidad o en el esfuerzo sin frutos; pervivimos en la «molestia soportable» o en la situación del aguante. En Venezuela se usa el término  «guapear» que significa soportar la situación adversa.

La testarudez, que es propia del demente y del fanático, es la fuerza bruta de la voluntad con ausencia de la evaluación de la situación, de las metas, de los objetivos. Lo prudente es saber cuándo hay que perseverar y cuándo hay que desistir. De allí la importancia de la prudencia en nuestras vidas, que es sabiduría. Lo otro es sapiencia.

Aunque la testarudez es la fuerza bruta de la voluntad es un déficits de la misma; pues entraña la dificultad de evaluar el cambio de una inversión o proyecto. El persistir en nuestro error es la causa de nuestro fracaso. Pues, una vez que hemos tomado una decisión nos resulta muy difícil reconocer el error de la misma y, además, cambiar de opinión. Esta persistencia nos fuerza a insistir, con más energía, en el mismo error. No evaluamos, solo persistimos.

Seguimos llevando adelante nuestra decisión, aun cuando ésta siga produciéndonos más pérdidas. Empleamos estrategias cuya inutilidad está demostrada. Nuestra reticencia a detener una inversión o un proyecto es continuar un derroche más desmesurado. Continuar, por ejemplo, un matrimonio o un noviazgo fracasado es pasar de la amistad al odio, es dañarse mutuamente; es empeñarse en las pérdidas.

La testarudez puede ser peligrosa cuando la misma está dirigida inadecuadamente. La fuerza de voluntad sin las herramientas de evaluación, de análisis puede resultar equivocada con vista a un fin. Una fuerza de voluntad sin prudencia puede convertirse en una estampida. Pues, la prudencia corresponde a la buena deliberación y podría regularizar esa fuerza de voluntad para que no se convierta en una ciega obcecación.

Referencias:
Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín

Twitter: @obeddelfin

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