viernes, 10 de noviembre de 2017

LA LÓGICA DÉBIL EN LA AUSENCIA DE NUESTRA CIVILIDAD: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Nos imaginamos que la razón es necesaria para la supervivencia y la convivencia. No obstante, nos movemos y actuamos bajo un pensamiento egocéntrico e incoherente, que va progresando hacia lo ilógico y la arbitrariedad. El cual se agudiza en tiempo de dificultades económicas, sociales, culturales… Pues está sometido a la intensidad de la necesidad material, en la cual los individuos nos vemos apremiados a la preservación de nuestra vida y la de los más cercanos a nosotros.

Así aun cuando estemos interesados en los aspectos cognitivos de la inteligencia, debemos admitir que solo es necesario una fuerte motivación para que los sujetos abandonemos los reductos íntimos y nos lancemos a la defensa de nuestra realidad; que es, como hemos señalado, una realidad determinada por la necesidad. Más cercana al estado de naturaleza que a la civilidad.   

¿Qué nos impulsaba a hacerlo? Lo que nos mueve a pasar de la evidencia privada a la evidencia intersubjetiva, que en este caso roza en la agresividad permanente, es una lógica débil conformada por nuestras incoherencias. Tal impulso procede de la necesidad de relacionarnos con los demás, pero no a partir de una relación armónica. La pasión por vivir con otras personas está dirigida, en este caso, por un modo disfuncional de inteligencia interpersonal.

En la ausencia de la civilidad las necesidades vitales se imponen a la adecuación de la realidad, de la comunicación con otros y a una cooperación en el plano práctico del mero interés propio. Todas estas cosas exigen que la configuración de la conciencia de los sujetos se estructure en un espacio voluble, no-común, intrapersonal y débil. El hablar, por ejemplo, que no es diálogo permanece fragmentariamente en el mundo privado, una tierra de nadie que no se utiliza para todos.

En esto consiste el uso de la lógica débil e incoherente, que es una forma irracional de la inteligencia. Usamos una operatividad transfigurada, en la que incluimos el no-razonamiento con el que buscamos evidencias compartidas. Pues necesitamos intercambiar una realidad deformada para entendernos con los demás, sin abandonar el ámbito cómodo y protector de nuestras evidencias privadas, de nuestras creencias íntimas.  Esto no es una relación sana.

No sopesamos las evidencias ajenas ni las analizamos; tampoco las propias, pues éstas se han constituido en nuestra evidencia más palmaria. Cerramos, con esto, el camino a la búsqueda siempre abierta de una interpretación plausible, de unos valores firmes, claros y mejor justificados. En este sentido, la irracionalidad y el encasillamiento de la opinión personal nos llevan irremisiblemente a la violencia.

No exponemos nuestras ideas a la deliberación, lo que hacemos es combatir entre nosotros. El uso irracional de la inteligencia nos impide convivir, esto se concreta en la anti-ética en que nos desenvolvemos. Por eso naufragamos en la búsqueda por la dignidad.

Si la inteligencia nos permite la convivencia y, por tanto, la supervivencia social; la lógica débil e incoherente es nuestra amenaza. A diario tropezamos con la misma piedra social y personal, el comportamiento incivilizado. En este aspecto, somos sujetos sociales fracasados, somos una sociedad fracasada. Porque solo ajustamos nuestra realidad al estado de necesidad, que es una evidencia privada convertida en realidad.  

Somos incapaces de comprender lo que pasa y lo que nos pasa; de solucionar los problemas personales y sociales. Vivimos equivocados. Vivimos sistemáticamente equivocamos, por lo que emprendemos metas disparatadas y nos empeñamos en usar medios ineficaces que nos hacen cada día más disfuncionales. Desaprovechamos las ocasiones favorables y nos parece de lo más normal; decidimos amargarnos la vida y la de otros sin ningún sentido de responsabilidad personal. Terminamos, entonces, despeñándonos  en la crueldad y la violencia.

Fracasamos como individuos y como sujetos colectivos. Y en este fracaso la interacción es un abrasivo nivel mental, una corrosión de las posibilidades. Cada sujeto está solo y empantanado en su necesidad y necedad provocando dinámicas depresivas, que salpican el entorno. Somos una sociedad depresiva por nuestro modo de vida, por los valores aceptados, por las instituciones y por las metas que nos hemos y nos han propuesto.

Nuestra lógica débil nos ha convertido en una sociedad enferma y traumatizada. Descarriada, que ha perdido el rumbo de las interrelaciones, pues solo intenta sobrevivir en su famélica individualidad. La incoherencia signa nuestro hacer diario y nos hunde permanentemente en el fracaso. Esto no es vivir, es un mero durar.

Referencias:
Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín
Twitter: @obeddelfin

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