sábado, 11 de noviembre de 2017

NUESTROS MIEDOS Y LA TOMA LA DECISIONES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El miedo es ínsito a la toma de decisiones, así como lo es la adrenalina. Pues toda toma de decisión encarna previamente el éxito o el fracaso, y no sabemos cuál de los dos será el resultado. Con respecto al miedo en la toma de decisiones que es el tema que abordo en este artículo, voy a tomar dos aspectos que José Antonio Marina aborda en el texto «La inteligencia fracasada», los cuales configuran la temática acá tratada.

Los aspectos en cuestión son: Primero, la procastinación; que proviene del latín procrastinare (pro, adelante, y crastinus, referente al futuro) Éste es el hábito de ​ postergar, posponer o retrasar actividades y situaciones sustituyéndolas por otras más irrelevantes o agradables. El segundo aspecto es la indecisión.

La procastinación como hemos expuesto, en el párrafo anterior, es un hábito o mejor dicho un mal hábito que asumimos conscientes o inconscientemente. Por el cual, postergamos nuestras decisiones y acciones para hacerlas más tarde o después de otra cosa, la cual por lo general tiene menos importancia que lo postergado. O diferimos nuestras decisiones para no hacer algo en el momento en que lo habíamos pensado, sino que lo dejamos «para más tarde».

Con esto evitamos la toma de decisiones. Aunque no necesariamente hacemos lo urgente antes que lo importante; porque podríamos estar haciendo algo trivial antes que lo importante. Con el hábito de la procastinación producimos un aplazamiento, un negarnos a hacer las cosas. Es una práctica acompañada de argumentos y tácticas dilatorias.

El sujeto procastinador tiene la intención de hacer tal cosa, pero mañana. Mañana esta intención será nuevamente aplazada con la misma firme resolución de hoy. El individuo con tal hábito tiene una gran fuerza de voluntad para decidir a actuar mañana, pero una débil voluntad para hacerlo hoy. Siempre pospone para mañana, que es cuando tendrá la valentía y la energía necesaria enfrentarse a esa decisión o acción. Es un sujeto de fecha renovable.

Vive en el «mañana si lo hago». Pues es en el futuro donde él se siente pleno fuerza. Como he señalado, este sujeto maneja hábilmente argumentos y tácticas dilatorias. Por lo que el individuo procastinador es un «postergador raciocinante», como nos dice Marina. Él elabora argumentos muy convincentes para él mismo, con los cuales se aconseja aplazar la decisión o la acción. O argumentos para mostrarles a los demás porque ha sido necesario diferir la decisión.

Aunque siempre lo abruma la falta de tiempo, el exceso de actividades. Vive siempre retrasado con pagos atrasados; se regodea en los argumentos para tomar la decisión que luego posterga; es mejor hacerlo mañana cuando esté más tranquilo, se dice a sí mismo. Busca hacer lo agradable efímero antes que lo importante; se le acumulan las tareas pendientes con lo cual se le va complicando la vida cotidiana. Vive largo tiempo con la gotera en el lavamanos porque será el próximo fin de semana el momento ideal para arreglarlo.

Aplaza y vuelve aplazar la toma de decisión y la acción porque le falta hacer algo antes, que siempre resulta imprescindible. O se esmera en excesivos detalles o refinamientos  por lo que queda agotado, y por supuesto no puede llevar a cabo la acción para realizar lo planteado. O se plantea una pseudo perfección, lo que le permite darle largas al asunto.  

Los argumentos y las tácticas dilatorias consumen más tiempo y energía que hacer propiamente la tarea. Marina señala, que el sujeto procastinador no dilata la actividad porque ésta sea dolorosa o muy molesta. Es el miedo a realizar la tarea lo que consume a esta persona. Pues quien logra liberarse de este hábito se encuentra bien consigo mismo, está en paz por decirlo de alguna manera.

Otro elemento que influye en los sujetos que postergan las decisiones y acciones es la «percepción del tiempo». El individuo al diferir la decisión argumenta que hay poco tiempo para realizarla; él imagina que la acción va durar más tiempo del que en realidad durará. Por tanto, no vale la pena iniciar tal acción porque no la va a terminar, por ejemplo, ese mismo día. El argumento es que «poco tiempo es ningún tiempo». Busca «el tiempo al por mayor» nos dice Marina.
           
El segundo aspecto que nos impide la toma de decisión es la indecisión. Toda decisión es una determinación definitiva, un producto final; es firmeza y seguridad. Con ella se produce un antes y un después. Después de deliberar tenemos que elegir una cosa u otra; por tanto, es excluyente. Siempre dejamos algo afuera. Este acto de «dejar afuera» supone para muchas personas un obstáculo difícil de asumir.

A quienes tienen esta dificultad las llamamos irresolutas o indecisas. En algunos casos es un fenómeno patológico, pero no llegaremos hasta allá. La persona al tener estos conflictos para tomar una decisión ante cualquier problema delibera sin cesar. Con lo cual convierte la deliberación en un proceso inútil. En muchos casos, es un acontecimiento externo lo que detiene tal proceso de deliberación. Porque la persona no lo puede detener.

La indecisión, nos indica Marina, “suele derivar de un estilo afectivo acobardado, que teme equivocarse o que teme la novedad. Prefiere lo malo conocido a lo bueno por conocer y si le obligan a decidir, le condenan a un infierno”. Para el indeciso la «posibilidad de excluir» le niega la decisión, y esto lo angustia.

Al indeciso le cuesta ejercer la libertad, porque ésta se ejecuta a través de la toma de decisión y la responsabilidad de lo elegido. Que radica en lo incluido y lo excluido. Y como señala Marina “La incapacidad de tomar decisiones es, sin duda alguna, un fracaso de la inteligencia”.

Referencias:
Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín
Twitter: @obeddelfin

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