sábado, 11 de mayo de 2019

APRENDER A DELEGAR: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Entre los afanes de la vida está el aprender a delegar. La ausencia de este aprendizaje es uno de los asuntos que más abruma a los individuos. Pues, lo queremos hacer todo y nos creemos que somos imprescindibles, tanto en el trabajo como en la casa. Creemos que somos los únicos que sabemos hacer las cosas que hay que hacer. Consideramos que más nadie sabe, por tanto, nosotros tenemos que hacer todo. Esta actitud es una real estupidez.

 Nos cargamos de trabajo innecesario e improductivo. Terminamos el día y la vida cansados. Y nadie agradece ese trabajo, porque no significa nada. El trabajo improductivo solo es un pasivo, porque nos desgasta. Hacemos una desinversión corporal al realizar trabajo, y como tal no tiene ninguna rentabilidad ni corporal ni intelectual. Es solo la búsqueda del cansancio y del desengaño. Esto último vendrá al final de la vida cuando ya las fuerzas físicas se hayan ido, y no seamos más que un mueble que estorba.

En nuestra vida cotidiana, esa de todos los días, tenemos que ser astutos y conscientes de qué lo que hacemos, para qué lo hacemos y cómo lo hacemos. Esto es importante, para no recargarnos con asuntos insignificantes y de poca monta. Muchas veces, somos de esas personas que estamos excesivamente pendientes de nuestros familiares, vecinos y amigos; y esto porque nos creemos que estamos al servicio de la humanidad. Creemos estar al servicio y atender las exigencias de los demás. Pensamos más en ellos que en nosotros. Un error garrafal.

Aprender a delegar es la posibilidad real descargar nuestro día a día, tanto en el trabajo como en la casa. Tenemos que aprender a que los demás tienen que compartir responsabilidades, haceres y cuidados. La vida laboral y casera tiene que ser un aprendizaje cooperativo, un hacer entre varios. Esta es la única posibilidad de llevar una vida placentera y relajada. Lo contrario, es auto-esclavizarnos.

Este auto-esclavizarnos, es someternos a la indolencia, la irresponsabilidad, a la dejadez de los demás. En la expresión venezolana, someternos al «echárselas al hombro» de los otros. No podemos permitir esto. Y si lo estamos permitiendo tenemos que preguntarnos: ¿Por qué está actitud de servidumbre ante los demás? ¿Por qué este descuido de nosotros? Debemos buscar las causas de esa nuestra actitud.

Se trata de una actitud de abyecta humildad, sórdida modestia que debemos corregir. No podemos estar al servicio de satisfacer todas las necesidades, caprichos y deseos de hijos, pareja, vecinos, compañeros de trabajo… Esto es lo menos relajante que existe. Repito esta es una desinversión que nos llevara a la bancarrota corporal y espiritual. 

De allí la necesidad de aprender a delegar. Para realizar el trabajo en conjunto o que cada quien en su responsabilidad realice el trabajo que tiene que hacer, que tiene asignado. Por ejemplo, en casa tenemos que empezar delegando algunas tareas cotidianas. Primero, porque no somos el sirviente de los hijos o la pareja; segundo, porque a nadie le hace daño que le asignen y ejecute un tarea determinada. Además, el delegar y la observancia de la ejecución de la misma fortalece la autonomía y la responsabilidad de los individuos. Al delegar en los demás algunas tareas garantizamos la marcha compartida del hogar.

Al delegar salimos ganando en tiempo y eficacia; disminuimos el cansancio y el estrés. Aprender a delegar es básico para obtener un funcionamiento más efectivo y adecuado. Delegar consiste en pedir y asignar; dejar de hacer tal cosa para que otro lo haga, dejar lugar a otros. Tenemos que olvidarnos «de que para que las cosas se hagan bien tenemos que hacerlas nosotros», esto es parte de nuestro auto-sometimiento. Hay muchas cosas que los demás las hacen mejor que nosotros.

Tal vez, no delegamos porque tenemos miedo de parecer incompetentes, de mostrar que no sabemos hacer tal cosa. O de darnos cuenta que no somos imprescindibles, que muchos otros nos pueden sustituir. Por eso, tal vez, nos cuesta confiar y delegar. No comprobamos ni validamos que los otros pueden hacer eso para lo cual nosotros nos creemos imprescindibles. Negamos la oportunidad al otro, o el otro es perezoso e indolente y alimentamos su actitud e irresponsabilidad.

Esa mala costumbre de echarnos todo el trabajo encima se convierte en un mecanismo de defensa de nosotros y de disminución de la capacidad de los otros. Los demás, por ejemplo, se podrán sentir tan sobreprotegidos que necesitarán que les validen el menor detalle de su hacer; con lo cual fomentamos una actitud débil y pusilánime.

Al no delegar fomentamos la perdida de nuestra autonomía y nos sobrecargamos de trabajo. Aprender a delegar es ganar tiempo para nosotros, en vez de ser un esclavo de las necesidades de los demás. Delegar nos permite una prueba de confianza en nosotros mismos y en los demás, es otra manera de ver las cosas. Es parte de la confianza en nosotros mismos.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin



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