sábado, 30 de junio de 2018

LA SORPRESA UNA RADICALIDAD DESCONOCIDA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


La desesperación no es la única forma por la cual se quiebra nuestra esperanza. Porque además de aquel que desespera hay el que está conformado una desesperanza radical, este último ni siquiera desespera; permanece indiferente e inerte ante la perspectiva de la situación. E incluso es indiferente a su aniquilación, a su vida. Ésta es una de las formas de desesperanza que nos acecha en estos momentos de crisis.

Nuestro tiempo es más de desesperanza que de desesperación[1]. Los que buscan consolarnos, casi siempre, aumentan nuestra desesperanza; porque tal consuelo nos remite a un aquí y ahora, con el cual nos quitan la posibilidad del futuro, es decir, nos hieren en nuestra herida.

Esos que buscan consolarnos nos quieren dar tranquilidad, seguridad, estabilidad. No obstante, unas veces se refieren a la seguridad social, al aumento de salario, algo propio de los gobiernos e instituciones. Otros lo que hacen es esgrimir fórmulas y recetas intelectuales cuidadosamente envasadas por la práctica del mercadeo o por lo insulso de los medios de masas. 

Ambas nos etiquetan, nos dan garantías e instrucciones para nuestro uso personal; con las cuales nos intentan persuadir de que ya sabemos cómo son las cosas, de que todo está resuelto y, por tanto, nada tenemos que temer; la cosa se resolverá por sí sola lo que tenemos que actuar o esperar. En otros casos, nos anuncian a dónde nos llevará la situación que vivimos, los pasos contados, nos sermonean con cualquier dialéctica predeterminada.

En las épocas de desesperación y desesperanza existen todo género de profetas, mayores y menores. Los cuales nos anuncian o mundos apocalípticos o mundos de luz, otras nos anuncian fórmulas un tanto insulsas. Así se nos pinta el horizonte próximo y éste parece ser nuestro destino.

Sin ilusiones ni promesas, quién lo duda, nos parece que cualquier figura que va tomando contorno se parece mucho a lo imaginado por los profetas y agoreros. Nuestro mundo se encuentra sin sorpresas al proceder nosotros mecánicamente; ya que no nos damos cuenta del carácter superficialmente y extraño de nuestro tiempo presente y futuro.

A la vez, no sabemos o nos negamos a imaginar cosas realmente nuevas y originales en esta época de dolor. Cuando pensamos que todo «siempre será así», que todo «será uniforme» renunciamos a lanzar una ojeada inquisitiva, reflexiva y socrática al futuro. Nos negamos la posibilidad de la libertad, la innovación y, por lo tanto, de la sorpresa.

Podemos, claro está, imaginarnos también la posibilidad opuesta. La crisis se produce porque al sentirnos otro no sabemos qué hacer con nosotros mismos. Perdemos nuestra identidad, nuestro yo. En este sentido, no es solo el hecho de no saber qué hacer, que es algo propio de la desorientación o del ignorar.

Cuando no conocemos nuestros propios límites ni nuestras fortalezas, no sabemos hasta dónde podemos llegar ni que metas podemos alcanzar. Por ello, es necesario tener que explorarnos, salir de nuestra forma de vivir, de nuestra época, para plantearnos el futuro como una radicalidad desconocida.

Solemos olvidar que ninguna circunstancia agota nuestra situación. Dejamos de lado el hecho de que no todos los elementos de nuestras circunstancias forman parte de una situación; solo forman parte las que son históricamente variables y que nos sitúan, adecuadamente, a una altura del tiempo que vivimos.

La situación es sólo circunstancial y uno de los elementos fundamentales que la configuran somos nosotros mismos como posibilidad. Es nuestra pretensión o  proyecto —individual o colectivo— lo que confiere carácter (ethos) de situación a las determinaciones circunstanciales que nos competen.

Por esta razón, una misma situación permite diversas salidas o alternativas de solución; las cuales son de muy distinto signo, es decir, una situación presenta diversas posibilidades. Sin embargo, es posible que dominados por la desesperanza y persuadidos «de que así podemos seguir indefinidamente» o «que estamos dispuestos a seguir así indefinidamente», avanzamos en forma mecánica, sin reflexión.

Se puede dar la posible solución inversa, esto es, que descubramos que no hemos dado aún con nuestra medida, con nuestro proyecto, con nuestros objetivos y metas.  Por cuanto, al no tener un proyecto la vida se nos presenta como un inagotable camino hecho de riesgos, incertidumbres, invenciones vagas. Lo contrario es la construcción de un conjunto de sorpresas y esperanzas en un mundo de acciones prácticas y reales, esto es, la construcción de nuestro proyecto de vida.

Cuando estamos en crisis, se nos anuncia un horizonte oscuro y se nos habla de las personas como sujetos apocalípticos. No obstante, olvidamos que uno de los aspectos más importante es la posibilidad de generar un proyecto abierto y libre, inacabado y nunca hecha del todo, sin medida ni figura fija. «La persona como proyecto», dirían Sartre y Heidegger. Pues, la vida nuestra vida es una pensar-hacer por la existencia.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin


[1] En el artículo anterior indique la diferencia en ambas. Ver, http://obeddelfin.blogspot.com/2018/06/desesperacion-y-desesperanza.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario