sábado, 16 de junio de 2018

EL SUJETO ÉTICO, COMPASIÓN Y JUSTICIA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


La compasión, aunque nos cause tristeza y emociones inadecuadas, es inevitable que la sintamos por un ser querido o por alguien que sentimos se parece a nosotros. Nuestra vida moral, muchas veces, se asienta en este sentimiento.

Tanto la piedad como la malicia, según Hume, son pasiones inherentes a los individuos. La compasión consiste en la preocupación por los otros; la malicia, por su parte, es el gozo por la miseria de las desgracias de los demás.

La compasión, la podemos explicar por la simpatía que constituye nuestro ser.  La cual deriva del parecido que tenemos con los sujetos o seres que nos parecen semejantes, aunque no sean de la misma especie. De allí, la piedad que sentimos por ciertos animales.

La beneficencia, la amistad, la gratitud, la afección natural y nuestro espíritu público, nos señala Hume, están relacionados con nuestra buena voluntad y con la aprobación que obtenemos en cuanto la idea humanidad. Lo que nos lleva a una simpatía y a una preocupación con y por los otros. Esta es una generosa manera de mostrarnos.    

Tales sentimientos son intrínsecos a nuestra constitución de sujetos. Los cuales llamamos «sentimientos de humanidad», tal como la hecho Hume. Ante la ausencia de tales sentimientos decimos que los individuos no se comportan como humanos. Por el contrario, cuando hacemos muestra de los mismos se nos otorga el reconocimiento que merecen tales sentimientos. Consideramos que la benevolencia otorga gran mérito en nuestro actuar y sentir. Pues, esta virtud es el sentimiento que nos identifica como seres semejantes.       

La condición natural de la compasión, como sentimiento intrínseco y no aprendido, ante la debilidad y la insuficiencia de nosotros y de los demás explica la necesidad de la justicia. Ya que, la mera compasión y las virtudes de la benevolencia nos son adecuadas para nuestro intercambio social.    

Con la compasión, que es natural y espontánea, aparece la justicia como una virtud impuesta y de características diferentes. Pues reconocemos la justicia, y ésta merece nuestra aprobación por la «utilidad pública» que representa, en un entorno que no ofrece las condiciones suficientes a todos por igual. Estoy hablando de la justicia como construcción social y del Estado.    

La justicia, en este sentido, es un derivado pragmático de la compasión; el complemento corrector que asiste al que necesita ayuda más allá del sentimiento de compasión o que esté despojado de éste. Porque la justicia, parte del supuesto de que, por lo general, en nosotros hay malicia, somos parciales; no tomamos partido por la humanidad en general sino que tomamos partido por nuestros propios intereses propios y por nuestros semejantes más próximos. 

La relación de la justicia es una correspondencia diferente a la que se establece con la compasión, aquella no es un sentimiento intrínseco ni espontáneo y debe ser aprendido. Por ello, se hace necesario ser movidos por la justicia. Una justicia que necesita al Estado y a unas instituciones que obliguen a los ciudadanos a comportarse como tales y a pensar en los seres que sufren.   

Pasamos, entonces, del individuo natural a la constitución del ciudadano. En este traspaso de la compasión a la justicia, la primera se vuelve superflua. La concebimos como una debilidad que elude enfrentarse a las grandes injusticias o que solo es una buena conciencia. Por cuanto, la compasión es un buen sentimiento.

Sentimiento que poco puede hacer para transformar y corregir las desigualdades y, en muchos casos, pensamos que tal sentimiento las enmascara evitando que muestren su realidad más autentica. Por esta razón, la compasión y la justicia se nos terminan presentando como dos valores antagónicos.

Ya que la justicia contractual veta cualquier gesto de compasión por contraproducente. Así bajo el contrato social la compasión como sentimiento individual no puede solicitarse. La plusvalía de la justicia relega a la compasión a una virtud individual que se queda en sí misma. Como un sentimiento que solo acierta a decir «qué pena».

No obstante, la compasión va más allá y ser, al mismo tiempo, la promulgadora de la justicia. En este sentido, la compasión es la respuesta adecuada a toda humillación, pues reconoce de manera inmediata lo humano; y puede anular la actitud despiadada que nos despoja de nuestros sentimientos humanidad.

Desde esta perspectiva, es necesario recuperar el sentido de la compasión como signo de humanidad. A través del cual uno se acerca y se conduele con el semejante. Ya que la compasión es una emoción propia de nuestra finitud humana. Que nos hace repugnar el sufrimiento ajeno.

La compasión genera la responsabilidad ante el otro, como diría Levinas. Es una ética posible fundada en la compasión.  Aristóteles, por su parte, se interroga sobre ¿qué hay que hacer para conseguir una compasión éticamente razonable? Ajena al moralismo de buenos sentimientos que solo se reduce al lamento superficial y vano. Una ética que promueva el desarrollo de la justicia. 

Las emociones son rasgos motivacionales y cualquier concepción de vida debe tener en cuenta tales motivaciones. Si nuestra dignidad está en nuestra capacidad de elegir y actuar, entonces la compasión no puede estar vinculada a la superficial pasividad. Pues, como seres dependientes unos de otros tenemos la forma de concebirnos de manera ética. 

Referencias:
Twitter: @obeddelfin

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