sábado, 27 de mayo de 2017

NUESTRO HACER EMOCIONAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La inteligencia emocional es, para Goleman, un conjunto de habilidades. Entre las que destacan: el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo. Tales habilidades pueden ser enseñadas y aprendidas.

Tal aprendizaje brinda, a las personas, la oportunidad de lograr el mejor rendimiento emocional posible; ya que potencia la capacidad intelectual de ésta. Por lo cual, la diferencia entre las acciones emocionales de una persona y otra radica en la inteligencia emocional que cada una de éstas posee y maneja.

La importancia de la inteligencia emocional radica en que ésta constituye el vínculo entre los sentimientos, el carácter y los impulsos morales. Es decir, nuestra inteligencia rige nuestro hacer emocional. Además, según Goleman, existe evidencia de que las actitudes éticas fundamentales, que adoptamos en la vida, se asientan en nuestra capacidad emocional subyacente. Entonces existe estrecha relación entre nuestro hacer emocional y nuestro hacer ético.

El impulso-deseo es lo que motiva la emoción. Como éste es un sentimiento expansivo, es a través de él que llegamos a expresar nuestras acciones emocionales. Ahora bien, si estamos a merced de impulsos-deseos sin autocontrol, entonces adolecemos de una deficiencia moral. Ya que nuestra capacidad de controlar tales impulsos constituye el fundamento de nuestra voluntad y nuestro carácter. Es decir, cuando no tenemos control de nuestro hacer ético es porque estamos regidos por impulsos-deseos sin autocontrol.

De ahí la importancia de la inteligencia emocional, porque ésta rige nuestro hacer ético y emocional. Por lo cual, al poseer una habilidad emocional favorable podemos poner coto a ese sentimiento expansivo que busca expresarse y someterlo a nuestro control. En tal caso, ya no estamos sometidos a tales impulsos-deseos, sino que éstos están bajo el gobierno de nuestra inteligencia emocional. Al poseer control de tales impulsos, tenemos la capacidad de realizar nuestras acciones morales bajo el dominio de nuestra voluntad y a nuestro carácter.

La inteligencia racional y emocional nos permite comprender el poder y los objetivos de nuestras emociones. Nuestros sentimientos, nuestras aspiraciones y nuestros anhelos constituyen nuestros puntos de referencias emocionales, por los cuales guiamos buena parte de nuestro hacer.

La inteligencia emocional, en cada emoción, nos dispone de un modo diferente según cada circunstancia; aquella nos señala la dirección que nos permite resolver adecuadamente los desafíos a que nos vemos sometidos a diario. En este sentido, nuestro hacer emocional se fundamenta en unos valores éticos de existencia, que terminan integrándose en nuestro pensar-hacer de manera autónoma. Porque lo hemos decidido nosotros, no actuamos bajo un automatismo.

Nuestras valoraciones y reacciones ante cualquier encuentro interpersonal son, en primera instancia, producto de nuestras emociones; luego hacen su aparición el juicio racional y el de nuestra historia personal. Rechazamos o aceptamos en un primer roce a la otra persona por una química emocional, en ese momento no importa si estamos racionalmente equivocados o no.

Ello implica la presencia de tendencias emocionales, lo decimos «no sé, me cayó bien a primera vista» No hay explicación racional, sino un impulso emotivo. Por lo general, afrontamos los retos del mundo cotidiano con los recursos emocionales que hemos heredados del pleistoceno. Afrontamos la vida con nuestros recursos básicos y elementales, esta es la realidad de nuestro día a día. Así resolvemos nuestras situaciones.

Las emociones o pasiones son impulsos-deseos que nos llevan a actuar, a movernos hacia; es decir, dirigimos una acción hacia algo. Muchas veces, por medio de una reacción automática. Primero actuamos emocionalmente y luego sometemos esa acción al juicio racional. Decimos «no sé, lo hice sin pensarlo» «actúe por impulso, no medí las consecuencias». Son nuestros impulsos-deseos básicos los que nos incitan a actuar.

El conocerse a uno mismo, no nos lo libera de esa condición impulsiva. Eso sí, nos permite darnos cuenta de nuestro impulsos-deseos en el momento en que éstos tienen lugar, y poder controlarlos en caso de ser necesario. Lo que constituye el recurso fundamental de nuestra inteligencia emocional. En este sentido, el cuidado y el conocernos a nosotros y, además, nuestra inteligencia nos permite el gobierno de nuestra propia vida.

La meta, tal como señala Aristóteles, consiste en manejar la emoción apropiada en una circunstancia determinada, es decir, un tipo de sentimiento en consonancia con la situación en que nos encontramos. La meta no es acallar las emociones, lo cual produce embotamiento y apatía. La meta es gobernarnos emocionalmente de manera adecuada y favorable a nuestros fines; a nuestro proyecto de vida. Hacer de nuestro pensar-hacer una praxis exitosa.

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