El drama del escritor quien sueña con los
años veinte en París nos hace construir una pseudo-nostalgia; pues tal
melancolía no es originada por ningún recuerdo o vivencia pérdida, de allí que
sea una pseudo-nostalgia. En tal caso, solo es una aspiración, un deseo. Pero
este deseo de ser nuestro nos impide ver nuestro presente, y solo andaremos en
una vana ensoñación.
Soñamos
con estar en otra ciudad, vivir en otro país, pertenecer a otra familia. En
última instancia, no negamos. Así como negamos nuestro cuerpo. No queremos
asumir las situaciones en que nos encontramos. De que buscamos vías de escapes,
para supuestamente realizar nuestras aspiraciones. Pero ¿qué hacemos con
nuestro presente? ¿Con esta vida que llevamos aquí y ahora?
Vivir
en la mera aspiración, es como la canción de «durmiendo vivir durmiendo» sin
pensar el nuestro hacer que nos compete. Esa aspiración fatua se nos hace
bambalinas en la cabeza. Aspiramos, deseamos, queremos pero no hacemos. No es
que lo último sea más importante que lo primero, sino que deben complementarse.
Woody Allen nos pasea magistralmente por este drama.
Porque
hacer que «Gil Pender» viva una parte, la que a él le interesa, de los años
veinte en París. Haciéndolo ver que también a había personas (Adriana de
Burdeos) que añoraban las décadas anteriores. Es esta la paradoja, pensamos que
todos deben añorar aquello que nosotros deseamos, como si esto fuese una verdad.
Es común que aquellos que añoran el pasado sean muy conservadores con sus
puntos de vistas, aunque la propuesta sea muy arriesgada. El caso, por ejemplo,
Platón, quien recurre a lo originario para plantear su Politeia. También son propios de esta actitud los melancólicos, por
ello actualmente se cuestiona ese desear el pasado, y se plantea vivir un aquí
y ahora. Que también es tramposo, porque que quiere borrar el pasado. Un sujeto
sin historia.
Para
el personaje «Gil Pender» es un verdadero drama, estar en un presente y, sin
embargo, vivir por algunas horas sus aspiraciones. Pero, nos muestra algo más
Woody Allen, en la medida que va viviendo su deseo, va construyendo su
presente, sus relaciones y su trabajo de escritor. Esto es, es la validez de nuestros
deseos, de nuestras aspiraciones. No nos dice que renunciemos a éstas, sino que
debemos trabajar en función de ellas.
Porque
si algo tiene el personaje de «Gil Pender» es que no deja de hacer lo que tiene
que hacer, trabajar su novela. Pensar-hacer su vida. No se abandona
voluptuosamente a divagar en su anhelo. Que realmente este sería el problema de
la inacción, sino que siempre se asume como sujeto de su hacer. No importa si
la relación con «Inez» no marcha de la mejor manera, «Pender» persevera en el
deseo que lo hace mover.
Acá
volvemos a Aristóteles, quien señaló que el deseo es lo primero que nos mueve.
Luego viene el pensamiento deliberativo junto al deseo para llevar a cabo la
elección. De la cual somos responsables. Porque somos nosotros quienes elegimos
libremente. De allí que no podemos inculpar a nadie por nuestras decisiones. Y
si hacemos a otro culpable de nuestras decisiones, actuamos como unos cobardes.
«Medianoche
en París» nos muestra esta lucha entre no entender nuestro presente y los
deseos inauditos que pueden llegar a entorpecer nuestra pensar-hacer. Todos
tenemos aspiraciones, deseos. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Cómo los manejamos a
nuestro favor? ¿Cómo hacemos que esos deseos sean adecuados a una meta?
Tenemos, entonces, que tener una meta. Porque sin está los deseos se pueden
quedar en eso. El personaje de la película tiene una meta, llegar a ser un
escritor para ello escribe una novela. Nos vano el deseo de querer conocer
aquellos de principios de siglo veinte en París. Pero a diferencia de
Cenicienta, el sueño se materializa a medianoche.
La
materialización del deseo conlleva en sí su abandono, porque éste lleva a la
reflexión. A medida que el personaje de «Gil» interactúa con «Adriana de
Burdeos» se le devela su opuesto, ya que ella que aspira a otra época que
considera mejor, aparece lo relativo del gusto y la diversidad de juicios. Esto
se agudiza en el encuentro con Gauguin, Degas y Toulouse-Lautrec, quienes
añoran El Renacimiento como la verdadera época del esplendor artístico. En ese
momento se cae el velo, de que la añoranza en mera añoranza.
Además,
«Gil Pender» se da cuenta que sus circunstancias son otras, que éstas solo
pertenecen a su presente, a su época. Cada sujeto es sujeto de su época, creo
que dice Hegel. El solo puede vivir como sujeto de su presente, de su aquí y
ahora que contiene en sí su pasado y sus deseos. En ese momento el sujeto se
devela ante sí mismo, y se asume en su devenir. Se hace a sí mismo.
De
ahora en adelante, ya no más evasión ni pseudo-nostalgia. El pasado es a lo que
hay que recurrir para aprender de él, incluso para modificarlo para nuestro
proyecto de vida. El personaje de Woody Allen ha dejado de ser otro, pera
convertirse en él. Ser su propia propiedad. Sujeto de sí mismo, y no un mero
soñador. Retorna a su presente, a sus circunstancias, más determinado; aprecia
lo que es. Para eso debe servir la medianoche en París, para convertir en el
presente en una realidad.
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