Coraline es una adolescente que anda
fastidiada de la vida, ésta le resulta aburrida y monótona. Fastidia a sus
padres pidiendo una atención que éstos, por el momento, no pueden dársela; ya
que están resolviendo los problemas que la vida práctica exige. Exigencia que
incluye la manutención y la crianza de la adolescente que busca horizontes
sentidos en su vida.
La
adolescente al no obtener respuestas favorables a sus exigencias de atención,
recae en el círculo de volverse más intolerante y fastidiosa; porque no
entiende que la vida requiere de muchas atenciones y Coraline es solo una de
ellas, pero no la única. El conflicto existencial entre padres y adolescentes,
donde ambos son incomprendidos y terminan por rabiarse unos a otros.
Coraline
quiere sus padres se sigan haciendo cargo de su vida. La adolescente aún no se
ha hecho cargo de su persona. En esa etapa de la vida predomina la
inconformidad. Inconformidad por los padres, por donde se vive; el mundo es un
fastidio. Y, a la vez, éste está ahí para conquistarlo. Pretendemos que toda la
vida es nuestra, y que podemos hacer con ella lo que queramos. En este caso, la
vida está representada por esa puerta que conduce al sótano, cerrada y
atrayente, que parece negada a nosotros.
Algo
así como el fruto prohibido. La puerta nos invita a abrirla, es la tentación y
los asuntos que nos depara la existencia. Los asuntos a los cuales tenemos que
enfrentarnos y en los cuales tendremos que decidir. Indudablemente, Coraline
consigue acceder al mundo otro que depara la apertura de la puerta. Y allí está
el mundo amigable, ese mundo de atenciones que ella tanto desea. Nos
maravillamos ante ese mundo que soñamos, el cual pensamos que es la solución a
nuestra existencia aburrida e inconforme.
Pero
el mundo no es inocente, siempre nos exige muchas cosas. Y entre éstas nuestra
elección. Sí, Coraline queda encantada por las atenciones, la comida y la
libertad que su otra madre y padre le ofrecen. Va y viene entre ambos mundos la
adolescente; corretea entre ambos, para que pueda ver ambos. El mundo de
siempre es rutinario, lleno de preocupaciones cotidianas; en última instancia
es gris. El otro luminoso, un canto de sirenas.
Sigue
Coraline jugueteando entre la realidad gris y la posibilidad colorida de lo
otro. Los padres atareados y abatidos por las necesidades del mundo, atienden
en lo posible a la hija, que recibe todas las atenciones por parte de sus otros
padres, siempre atentos. Nuestra vanidad o más bien la fragilidad del ser
tenderá a lo placentero, está en nuestra naturaleza. Soñamos con oportunidades
que ya están hechas y a las cuales creemos que podemos tomar con nuestras
manos. No vemos que ya nuestra vida es una posibilidad, ante esto somos
cegatos.
La curiosidad anima a Coraline. Mira,
pregunta, observa, compara. Un mundo opaco, el otro abundante. El jardín de las
delicias siempre es atrayente y el camino a él fácil. Qué tenemos, qué
abandonamos, qué asumimos; cuando la vida nos va poniendo en las diferentes
bifurcaciones. Tal vez, la quimera que nos alucina o la realidad que podemos
construir. En esos son los momentos de nuestras elecciones.
De
este modo se le presenta la vida a la adolescente que encarna toda vida que no
se ha asumido. Toda vida que sigue buscando que le presten atención, que la
atiendan. Que resuelvan por ella. Estamos en el mundo para resolver nuestra
vida, y cómo la resolvamos es un asunto nuestro. Nos compete a nosotros
hacernos cargo de nuestra orfandad, de nuestra menesterosidad. Esa es la
responsabilidad de nuestra libertad.
Llegado
el momento Coraline tiene que decidir. En el mismo momento que sus padres han
desaparecido. La soledad de la libertad se hace presente. Sola ante la puerta
de Oriente tiene que decidir por uno de los mundos, ya no han posibilidad de
corretear entre ambos. Es uno u es otro, no hay más alternativas. Coraline, ahora,
tiene que decidir por ella y por sus padres. Por eso nuestras decisiones
siempre tienen consecuencias más allá de nosotros.
Este es el momento de asumirse o no. De ser
sujeto libre o dejar que otro configure nuestra vida. Ese el drama de Coraline.
Ese es el drama de cada uno de nosotros. Lo que decidamos signará nuestra vida.
Y casi siempre, como es el caso de la adolescente, es la vida quien nos pone en
tres y dos, contra la espada y la pared; pocas veces somos nosotros quienes
armamos todo ese tinglado. Es la vida quien se encarga de ello, y nosotros los
sujetos a decidir.
En
la película de Henry Selick, en los momentos de elección se cotejan la
reflexión abrumada, asustada de Coraline y una conciencia representada por el
gato. Ambas necesarias para la toma de decisión. Pues con ambas miramos y
evaluamos nuestras circunstancias. La adolescente forzada por la vida, casi
siempre es así, se asume para sí. Se asume como el sujeto propio de su vida. Ya
no hay la mediación de los padres, éstos han quedado a ser sujetos de sus
vidas. Ahora es Coraline quien es sujeto para sí, su propia conciencia electora
y responsable.
Triunfa
la adolescente sobre la araña y la encierra en el sótano de las quimeras. Asume
su mundo gris y lo transforma en colores. La relación con ella misma es otra, y
por supuesto para con los padres y el mundo. Coraline ha salido triunfante como
la libertad. No es la de antes, es otra que se ha conservado superándose. El
mundo también es otro. Es la posibilidad de asumirnos como sujetos.
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