La asesoría
filosófica centra su interés en la conexión entre lo personal y lo social. Con
el objeto lograr una mejora en la calidad de nuestro pensar-hacer. En cuanto
éste nos permite conocer las causas y razones por las qué las cosas acontecen
en nuestro mundo personal y social. Asimismo, evaluar nuestro grado de
satisfacción en ambos ámbitos, para así asumir o no un conjunto de tomas de
decisiones en lo personal y social.
Por otra
parte, analizar nuestra participación en actividades que en verdad tienen que
ver con nuestros intereses y metas. A partir de éstas conocer nuestras
expectativas, para posibilitar el cambio o no de nuestros comportamientos,
actitudes y hábitos culturales relacionados con los usos que damos a nuestra
vida.
La importancia
de nuestro rol social conforma nuestra importancia personal. De allí, la
relevancia de establecer posibilidades de un diálogo abierto con lo social,
pues por medio de éste damos de modo crítico tratamiento a los objetos
culturales que nos determinan, y pasamos de una concepción meramente pasiva y
recreativa, de nuestra vida, a un proyecto pedagógico personal.
De este modo,
nosotros surgimos como contrapartida a una perspectiva tradicional a
interpretación crítica de nuestro hacer en el mundo. Ya que, realizamos una
revisión conceptual de nuestra vida y establecemos una nueva propuesta de ésta,
que entendemos como una comunidad de interpretaciones-aprendizajes, en medio de
los diferentes sujetos implicados en nuestro entorno.
Desde este
planteamiento, encontramos nexos de unión entre nuestra acción socioeducativa y
el ámbito personal de aprendizaje. Ya que la cultura —entendida como el
conjunto de: cierto folklore, cierta gastronomía, el idioma, ciertas normas de
conducta… esto es, prácticas y géneros culturales— nos ofrece tanto como individuo
o grupo social la posibilidad de tomar conciencia de nuestro contexto socio-histórico.
En este
sentido, nos convertimos en sujetos de creación cultural con miras a una
proyección social. Que nos permite re-conocer la naturaleza de nuestras
instituciones sociales, las cuales influyen en nuestra personalidad. Ahondamos en
las temáticas sociales ofertadas por el entorno en que nos desenvolvemos.
Podemos elaborar recursos debe formación para establecer diálogos, confrontaciones
de opiniones, discusiones sobre lo que aprendemos en la social. Y así logramos
una mayor interacción con nuestro entorno y nosotros.
Nuestra
experiencia, como instrumento formativo de estimulación y motivación, nos
permite ser capaces de iniciar nuestros propios desarrollos socio-culturales.
Con esto podemos facilitar nuestro camino de apertura desde nosotros hacia los
otros. De aprender a vivir nuestro modo cultural de una manera dinámica, activa,
integradora y propia.
Nuestra
experiencia cultural se relaciona, de esta manera, en un hacer socio-personal de
resistencia y apertura frente a la pasividad y la indiferencia. Contra la
segregación de los otros como modo de una subcultura excluyente. De ahí, el
carácter de nuestra acción socio-educativa frente a los condicionamientos
existentes tanto en lo personal como en lo social.
Nuestra
experiencia cultural debe proyectarse como acción contra el carácter
anquilosado de determinaciones que nos dominan. Esta experiencia debe ir acompañada
de un proyecto que nos permita apropiarnos de nuestro desarrollo personal y
social, el cual no nos sea impuestos por determinaciones de un mercado del
éxito y la felicidad. Un proyecto que parta de nuestro reconocimiento personal
y social.
Este
reconocimiento a partir de la elaboración de un proyecto dirigido a abordar
nuestro pensar-hacer como un espacio de civilidad, destaca, entre otros
elementos, el desarrollo de nuestras relaciones interculturales; nuestra
participación social con énfasis en el respeto y la intención de ofrecer
aportaciones con significados pertinentes. Desde este punto de vista, nuestra cultura
personal y social aparece como un elemento sustancial en la confección de
nuestras identidades.
Nosotros somos
conocedores de la permanencia y existencia de instrumentos trasformadores y de cambios
personales y sociales. Así como también de aquellos instrumentos de normativización
social y personal que aparentan lo contrario, de allí su eficacia y éxito de
gran consumo. Modelos instrumentados para consumir productos culturales y
terapéuticos. En el cual, los destinatarios solo ejercen un rol meramente pasivo,
como receptores y multiplicadores de productos con valor de uso, no de
reflexión y análisis personal ni social.
Desde esta
perspectiva, nuestra experiencia cultural conformadora de nuestra personalidad
individual y social se orienta a la actividad pensante, a través de una
razón-apasionada o apasionada-razón que nos constituye como agentes de nuestro
hacer, que se cuestiona permanentemente. Este aspecto, nosotros somos
productores culturales. En este sentido, el énfasis recae en los procesos
productivos de nuestro pensar-hacer en cuanto constructores de nuestras relaciones
interpersonales.
PD. En
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“PASIÓN Y RAZÓN” por WWW.ARTE958FM.COM y
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