jueves, 9 de abril de 2015

EL OTRO EN SU COMPLEJIDAD ANTE MÍ: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Hablar de los otros es hablar de pluriculturalidades. Es plantear inter-espacios de derechos y de deberes compartidos. Es hablar de condiciones de justicia e igualdad, de integraciones en la que cada persona, en particular, pueda oponerse a la asimilación que, muchas veces, encierra la propia integración. De este modo, el discurso acerca del otro es más complejo que un mero mentar. Todo discurso sobre el otro es insuficiente, porque tiende a reducirlo a una identidad.

En la relación con el otro sería más adecuado hablar de construir una relación integrada e integradora, y no tanto de integración. Esto implica redefinir nuestras relaciones sociales, es decir, redefinir el modo en que convivimos y en el que queremos convivir con los demás.

Adquirimos la plena relación con el otro, cuando tenemos el derecho de acceder a su legado cultural  y cuando permitimos que incida y modele nuestra cultura. En esta relación, se difuminan en nosotros sus bienes culturales al proporcionarnos sus conocimientos culturales. De este modo, en la relación planteada se asegura que cada persona ejerza esa construcción con libertad, responsabilidad y autonomía. Cada uno de nosotros puede conducir su cultura y su vida con especial respeto a la cultural del otro.

En este sentido, cada uno de nosotros es un sujeto de encuentro en el marco de una pluriculturalidad. Desde ese momento, empezamos a vislumbrarnos como sujetos de reflexión, como individuos de adquisición de culturas y de entornos centrados en los otros. Pasamos a ser sujetos de intercambio cultural en el contexto de una interculturalidad permanente, más que ser un mero sujeto de recreación.

Poseemos un patrimonio cultural que es de todos, y de cual todos podemos y debemos participar. Lo que necesitamos es promocionar, gestionar y compartir ese patrimonio que somos. Es importante tener esto en cuenta en las sociedades pluriculturales, donde «la identidad» se esgrime como elemento diferenciador y, muchas veces, excluyente. Ya no somos una identidad. Somos identidades porque pertenecemos a diversos contextos, y en éstos configuramos una unidad múltiple de identidades. Las identidades, además, se construyen con el roce social.  

Ante la ausencia del roce desarrollamos unos modos de asociacionismo, que funciona a modo de sucedáneo de ese roce, eso lo apreciamos en las redes social de internet.   Donde se desarrolla un acompañamiento virtual, que supone un campo de sustitución. No obstante, hemos de reconocer que, en la práctica social, estas asociaciones no tienen los medios necesarios para cohesionar de manera clara a las personas, porque muchas se escudan en fotos y nombres falsos. Ocultan su identidad, ocultan su patrimonio, ocultan su personalidad. Ni siquiera podemos saber si realmente existen en tanto personas. De allí que los asuntos cotidianos quedan afectados por estas incertidumbres.

Plantearse la participación con el otro significa, en primer lugar, atender a nuestra integración y a nuestros vínculos sociales; ya que éstos presiden nuestras relaciones mutuas, y el grado de nuestras articulaciones sociales y culturales. Consideramos que podemos ser sujetos capaces de propiciar las relaciones interculturales y ser multiplicadores de la social.

De este modo, podemos contribuir a la tolerancia, al fomento y al respeto por la diversidad. Nos convertimos en sujetos de aprendizaje interdisciplinario, multidisciplinario e intercultural. Por eso nuestro interés, en tanto sujeto social, debe estar centrado en los saberes culturales que podemos intercambiar. Saberes son el resultado de nuestras necesidades culturales. Si partimos de este enfoque podemos conseguir llegar a ser un factor de dinamización cultural.

En nuestras relaciones con los otros buscamos nuestras identidades, nuestros anclajes y la comprensión del mundo que nos rodea. Esto nos aleja de ser meros sujetos recreativos, en donde sólo cabe mirar cuánto tienes. Los valores que tenemos son movibles, porque son una construcción cultural y, por tanto, son susceptibles de ser modificados. No hay valores inmutables, ni de primera o de segunda. Por tanto, no hay personas ni culturas de primera o de segunda.

Los valores son una construcción histórica. Esta consideración es peligrosa, inmoral y está fuera de la civilización que se adjudica para sí poseer los verdaderos valores de la humanidad. Esta visión que aún perdura es necesaria desecharla, porque en ella radican las conductas irracionales. Debemos promover, por el contrario, una sociedad intercultural.

El perspectiva intercultural nos indica que la diversidad cultural ha de ser la norma que debe caracterizar toda situación educativa, tanto formal como informal. Es necesario tener en cuenta, que todos tenemos referentes culturales diversos —visión del mundo, expectativas, creencias, significados— que influyen en nuestro modo ser y hacer, en nuestro pensar-hacer. Y éstos inciden en los procesos y en los resultados sociales.

Por ello, nuestras relaciones con los otros deben construirse en función de estas características. Al considerar al sujeto intercultural nos abrimos al pluralismo social; ya que la interculturalidad supone el respeto a todas las identidades, a la capacidad de integrarse social y culturalmente sin perder nuestra propia identidad, que es múltiple.


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Escucha: “PASIÓN Y RAZÓN” por WWW.ARTE958FM.COM y WWW.RADDIOS.COM/2218-ARTE  (todos los martes desde las 2:00 pm, hora de Caracas)

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