En nuestra comunicación con los demás
todo mensaje tiene el propósito de modificar la conciencia o la conducta de la otra
persona; todos nosotros hablamos para que nuestro interlocutor se modifique
a partir del mensaje recibido. En este
intento de influir sobre los demás cometemos errores; éstos están relacionados
con el hecho que ignoramos o socavamos tres clases de influencias que son
necesarias tener en cuenta.
Los errores en
cuestión son: En primer término, ponernos a aconsejar antes de comprender
realmente cuál es la situación que vive la otra persona. En este sentido, somos
unos «receteros». En segundo lugar, intentamos construir o reconstruir
relaciones sin cambiar de conducta o actitud. Pensamos en el borrón y cuenta
nueva, y ya apareció la varita mágica que todo lo arregla. Tercero, suponemos,
y damos por hecho, que el buen ejemplo y una buena relación bastan para
establecer vínculos necesarios y permanentes.
Abordemos el
primer error, ese de andar aconsejado a los demás antes de comprenderlos. ¿Por
qué decía que somos unos «receteros»? Porque andamos con recetas universales,
las cuales creemos que sirven igual para todas las personas y todas las
circunstancias. Tenemos la panacea universal para todos los males. Por esa
razón, queremos decirle a la gente lo que tiene que hacer, sin conocer ni
comprender su situación particular. Y si no nos atienden los demás son unos
tontos, insensatos que no quieren oír nuestra palabra salvadora.
Bien, antes de
ponernos a decirle a los demás lo que deben y tienen que hacer, es necesario
que establezcamos con esa persona o personas una relación de comprensión. Comprender
qué desea hacer; por qué lo desea; cuáles son sus aspiraciones; cuál es su
situación y por qué se está dando esta situación… Y esto, porque la clave para que uno pueda influir
en el otro es que uno lo comprenda; o mejor, para que alguien influya en mí es
necesario que esta persona me comprenda. Sin esta relación de comprensión no
hay manera de traspasar el límite o cordón de seguridad que yo he colocado ante
el mundo.
De este modo,
en primer lugar, cuando alguien nos comprende; y por ende, comprende nuestros propios
sentimientos y situaciones nos dejamos influir por esa persona, ya que nos
abrimos a ella; en ese momento aceptamos sus consejos. Ahora bien, debemos
comprender al otro para que éste confíe en nosotros, y a partir de esta
comprensión podamos estructurar un esquema que nos permita producir un consejo adecuado
a la persona. Recordemos, toda relación se da entre dos, y ambos son agentes
activos.
Cuando
consideramos que un consejo se ajusta o es adecuado a nuestra situación, porque
es propio y genuino, en ese momento nos dejamos influir por tal consejo. Esto
es, nos dejamos influir por esa otra persona. De este modo, se establece una
relación de influencia. Ya que hemos establecido, en primer lugar, una
identificación racional y afectiva con el estado de ánimo de otro, es decir,
hemos establecido una relación de empatía. Por ello, debemos primero comprender
y luego dar el consejo pertinente. Posteriormente, nosotros seremos
comprendidos, a partir de una relación semejante.
El segundo
error, es aquel de intentar construir o reconstruir relaciones sin cambiar nuestra
conducta o actitud. En esto hay un egoísmo rampante, que hace atender
desmedidamente nuestro propio interés, sin cuidar el de los demás. Los demás
son los que deben cambiar, yo no. Por esta actitud, tratamos de construir o
reconstruir relaciones sin hacer ningún cambio fundamental en nuestra conducta
o actitud; por este camino vamos a un despeñadero social y personal.
Si nuestra
actitud y conducta está plagado de incoherencias y falta de sinceridad, no
habrá ninguna técnica, ni diplomado, ni taller de «cómo ganar amigos» que
funcione. Los demás no son tontos; son seres pensantes y sentientes. Lo que uno
«es» se ve desde lejos y predispone al otro a la sordera. Por tanto, cualquier
intento de influenciar en el otro, solo es un intento que conduce al fracaso.
Actitudes
y conductas coherentes, adecuadas y sinceras producen acercamientos entre las
personas. Lo contrario, produce rechazo, urticaria. De allí, que
permanentemente hay que estar revisando nuestras actitudes y conductas para con
nosotros mismos y con los otros. De modo que nuestras relaciones sean sinceras
y coherentes para con los demás.
El tercer
error, señalamos antes, es el de suponer que con el buen ejemplo y con una
buena relación es suficiente para establecer vínculos permanentes e influyentes
con los otros. Y es suficiente porque suponemos, que con ello, ya no debemos
dar más explicaciones a las personas. Incluso, hay lemas a este respecto, me
refiero al dar buen ejemplo. Como si con esto fuese suficiente. Los demás deben
entender y ya, para qué dar explicaciones.
Es
necesario hablar, con el fin de enseñar, sobre la visión, la misión, los roles
y las metas que esperamos alcanzar; sobre lo qué esperamos de los demás.
Plantear asuntos y metas claras y bien definidas. Esto es parte de lo que
somos; por ello no basta aquello del buen ejemplo. Lo que «somos» habla de
nosotros, también lo que «decimos» y lo que «hacemos». Somos una totalidad. Y
en consecuencia debemos actuar.
PD. En
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