El conflicto personal
y social de sentirse excluido es un asunto de consideraciones difíciles. Cuando
nos damos cuenta de que ya no se nos necesita o se nos rechaza solapada o
abiertamente; por ejemplo, cuando se hace inminente la jubilación laboral, o no
encajamos en un entorno social. En ese momento, no pertenecemos. En algunos
casos somos considerados un factor de gastos, como la sensación que se apodera
de los viejos al sentirse una carga para los demás.
En este
contexto, la reflexión filosófica se convierte y debe convertirse en la columna
vertebral de las nuevas formas de concebirnos. Queremos estar y ser incluidos en
nuestro entorno, pero esto a veces nos es negado. En estos casos, de nuestro
presente, debemos comprometernos a elaborar una propuesta, por lo menos, de
inclusión a través del hacer filosófico. Debemos elaborar reflexiones concretas
y realizables que favorezcan el desarrollo de nuestra inclusión en grupos o
culturas minoritarias. Hablo en singular, pero no excluyo lo plural.
La reflexión
filosófica, en este sentido, parte de la ciudad. Que es el espacio donde se
vive y se vivencia con más intensidad la exclusión. Pero asimismo, es el lugar
donde encontramos más desarrollados los ámbitos comunitarios, organizacional,
empresarial y la sostenibilidad de éstos. En cuanto a las reflexiones concretas
y realizables tenemos las referidas al patrimonio personal y social en sus variadas
y múltiples presencias; el cual debe tener un papel fundamental en la protección
y promoción de esta frágil cultural.
En la
exclusión aumenta el riesgo de perder nuestra identidad, aumenta la posibilidad
de no poder preservar nuestras costumbres y tradiciones frente a ese conjunto
brumoso que nos excluye y trata como otra cultura. No pretendemos la
uniformidad sociocultural y poner en peligro la riqueza de la diversidad, pues
no comprender esta diversidad es lo que nos excluye. Entre la uniformidad y la
intolerancia se expresan las consecuencias de nuestra exclusión. Acá en donde
el hacer filosófico se realiza en un hacer intercultural.
Creemos que el
hacer filosófico puede y debe cumplir un papel relevante en el proceso de integración personal y social. El
tema de la exclusión o es un tema baladí, pues aquella conlleva al agotamiento,
a la soledad, a la depresión, al cansancio, a ubicarse en un lugar X como
señala Heidegger. Este sentido, el pensar-hacer filosófico es un compromiso con
las personas, por ende, con lo social.
El
pensar-hacer filosófico puede y debe trabajar con aspectos tan sensibles como
la identidad y el sentido de pertenencia de la persona. Si, en general,
entendemos la exclusión como una situación individual o grupal en la que se
tiene restringido el acceso a los recursos del hacer social, entonces entenderemos
el papel que puede cumplir el hacer filosófico, desde la perspectiva
crítico-analítica, como reflexión-acción para la auto-construcción de la inclusión
intercultural, como herramientas para el cambio y la emancipación sociocultural
en que nos encontramos.
Para ello, debemos
de utilizar la filosofía de una manera distinta a la tradición académica —sin denigrar
de ésta— La filosofía ha de convertirse en un pensar-hacer recreativo, donde se
expanda el discurso y la interacción, donde se activen las representaciones,
proyecten actitudes y se procesen los mensajes interculturales; donde los
sujetos sean agentes activos de su re-construcción.
El pensar-hacer
filosófico ha de contribuir a conservar y difundir el patrimonio de cada
sujeto, para facilitar el acceso y uso de su patrimonio ciudadano y cultural.
La asesoría filosófica ha de proporcionar espacios de encuentro y comunicación
sin discriminación, facilitar el uso y la interpretación del propio individuo,
ha de propiciar la participación en el sentido de fomentar la conformación de
una interculturalidad.
Nuestro
entorno (personal, comunitario, organizacional, empresarial) responde a las
necesidades de fomentar una cohesión social favorable a todos; asegurar la
unidad personal y social de los sujetos; crear una identidad personal y
colectiva; y generar nuestra libertad a ser. Todo esto con la condición que
participemos en la conformación una vida social y fomentemos las relaciones de
convivencia intercultural. Como apreciamos es un hacer colectivo, no sólo
individual.
Estamos en la
necesidad de ejercer acciones favorables y adecuadas para extender nuestros
haceres, ante la necesidad de ampliar nuestros conceptos de ciudadanía, de
persona. De allí que se hable ciudadanía y sujeto activo, participativo,
intercultural. Esto nos lleva a reconocer la dimensión intercultural de las
personas, si de verdad apostamos por el derecho a vivir en paz y de manera incluida.
El sujeto es
una categoría multidimensional, que hace referencia simultáneamente a aspectos
de inclusión que genera exclusiones colaterales, éstas últimas hay que
minimizarlas; ya que nunca desaparecerán. En la medida que las minimicemos en
nuestra vida estaremos más constituidos en lo personal y en lo social.
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