martes, 3 de marzo de 2015

EL LIDERAZGO, LOS DEMÁS OYEN Y LO QUE ME DICEN LOS DEMÁS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En el despliegue del liderazgo, en cualquiera de sus instancias, se hace necesario desarrollar habilidades para obtener un mayor conjunto de oportunidades, que se traducirán en metas y logros alcanzados y cumplidos. Entre este conjunto de habilidades y actitudes, tenemos que aprender a:

Desarrollar la capacidad de prepararnos, tanto corporal como mentalmente, sobre lo que vamos a decir a los demás. Ya que puede ocurrir que la «forma en que decimos las cosas» sea más importante que lo que decimos a los demás. Lo que Grice denomina «categoría de modo». Para llevar a cabo esta tarea, debemos preparar nuestros          argumentos disponiendo, a la vez, de lo corporal y lo mental. Elementos importantes al preparar nuestra estrategia es optar por la calma y el buen humor. Ambos son importantes para abrir caminos.

Otro aspecto es evitar la lucha o el huir cuando estamos en desacuerdo con los argumentos de los demás. Lo importante es dialogar a pesar de las diferencias, éstas son partes inherentes de toda discusión. En todo diálogo, en tanto interpretación posible, hay que recordar a Gadamer, quien señala que la hermenéutica es la posibilidad que el otro tenga la razón. Lo más indicado es tener una escucha adecuada.

Aspecto importante de todo liderazgo, es reconocer que al ser líder está en la obligación de enseñar a los otros. Todo líder enseña. A esto hay que dedicarle tiempo y preparación. Así cuando se hacen presentes las diferencias es el momento decisivo de enseñar. Ahora bien, debemos estar atentos a que hay momentos para enseñar, y momentos en los cuales no es adecuado enseñar. Un tiempo adecuado para enseñar es aquel en que las personas no sienten amenazadas, en este momento las personas están receptivas y abiertas experimentar sentimientos de afecto, respeto y seguridad interior; acá es momento de brindar ayuda y apoyo por medio de la enseñanza.

Momentos que no son adecuados para enseñar es cuando las personas se sienten amenazadas. Pretender enseñar cuando los otros se sienten amenazados tiene el resultado de aumentar el resentimiento. O cuando usted, como líder, está furioso o frustrado por alguna situación, recuerde un líder no es un ser perfecto; también padece. Intentar enseñar cuando alguien está en un bajo nivel emocional, o fatigado, o sometido a gran presión no es buen momento pues las circunstancias son adversas para el aprendizaje. En estos casos, lo mejor es esperar a que se dé una situación adecuada, o que ésta se pueda crear, en la cual la persona se sienta más segura y receptiva.

Un aspecto importante, de los que estamos abordando, es dejar bien establecidos los límites, las reglas, las expectativas y las consecuencias que se esperan. Esto hay que plantearlo claramente, acordarlo, asumirlo y respetarlo mutuamente. La seguridad personal y social se da cuando se logra una sensación de justicia; cuando cada quien sabe qué se espera de cada uno; se sabe cuáles son los límites, las reglas y las consecuencias.

Aun cuando el diálogo es importante, esto implica ni el ceder ni el hacer vanas concesiones. Ya que no es favorable para el conjunto social ni personal proteger a las personas de las consecuencias de sus propios comportamientos. Cada uno es responsable sus haceres y debe asumir sus consecuencias. Si se cede o se hacen concesiones al respecto lo que se enseña y fomenta son las deficiencias y debilidades; además de las actitudes irresponsables. Cuando, excusamos y simpatizamos con el comportamiento irresponsable fomentamos la conducta errónea. La disciplina personal y social se da a partir de una vida responsable y disciplinada.

Hay que estar en el punto exacto y en el momento crucial. Hay que analizar la toma de decisiones con consecuencias importantes a largo plazo, para que éstas no estén fundadas en emociones o estados de ánimo momentáneos, en inseguridades personales o dudas sobre sí mismo. Para ello, en primer lugar, es necesario pensar reflexivamente antes de reaccionar y tomar tal decisión; no hay que dejarse llevar por disposiciones de ánimo momentáneos, ya que esto puede dañar todas las relaciones y las influencias que se tienen hasta ese momento. En segundo lugar, es necesario comprender que, en muchos casos, actuamos según cómo nos sintamos, en lugar de hacer las cosas de acuerdo con lo que sabemos. El pensar reflexivamente, lo cual incluye la emotividad, es importante para la toma de decisiones.

Es necesario emplear tanto el lenguaje de la lógica como el de la emoción. Ambos están inmersos en las circunstancias del liderazgo. Cuando nos damos cuenta que no tenemos un idioma común, entonces debemos de comunicamos asumiendo algunas de estas cuatro formas: Primero, dedicar tiempo a los demás, porque cuando damos tiempo transferimos su valor a otro. Segundo, ser pacientes, porque ésta también comunica valor y significado, le dijo a la otra persona que acompasaré mi paso al de ella. Tercero, hay procurar comprender, porque un esfuerzo honesto de comprensión evita la necesidad de luchar y defenderse. Cuarto, expresar francamente nuestros sentimientos y ser congruente con nuestras expresiones no-verbales.

En un liderazgo de aprendizaje hay que delegar con eficacia. La delegación eficaz demanda «valentía emocional»; ya que permitimos que los demás actúen y evalúen su actuación. Tal valentía está fundada en la paciencia, el autocontrol, la fe en la potencialidad de los demás y el respeto por las diferencias individuales. Como vemos está fundada en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

 La delegación eficaz hace que los demás participen en proyectos importantes, éstos tienen una influencia favorable sobre las personas. Pues permite evaluar lo que le parece importante y tiene sentido a cada uno. Por otra parte, los proyectos importantes hacen que las personas tengan para sí relevancia al participar en los procesos de planificación y concepción. Todos necesitamos estar comprometidos con lo que hacemos, pues esto nos da sentido y significado en la vida.

Hay que enseñar a la gente que el pensar–hacer es un proceso, o como dice Covey una «ley de la cosecha». En la cual hay principios que son necesarios que no podemos eludir. Como, por ejemplo, preparar la tierra, sembrar, cultivar, regar, abonar y cosechar. No podemos obviar ninguno de estos pasos, y cada paso es un proceso en sí para lograr una totalidad. No se puede concebir que todo hacer es algo a corto plazo o inmediato, e incluso en el corto hay implícito un proceso.  



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