jueves, 29 de noviembre de 2012

LYOTARD J. F.: EL SENTIMIENTO SUBLIME


Lo sublime es fundamentalmente condición de lo negativo, pues no acude ni a la forma ni a la imaginación. El sentimiento sublime es la impresión de un pensamiento, un sordo deseo de ilimitación. Aparece como algo súbito y sin porvenir. “Es esa una extraña sensación que ningún objeto, incluso un uno inmoderado o sin forma, puede provocar un extraño valor de placer o displacer”[1].

El sentimiento sublime es una acogida inmediata de lo que se da; un pathos, una pasión. Es un sentimiento de diferendo, sentimiento doble de terror y de exaltación. Lo sublime es pena frente al terror de la privación –que no suceda nada– y placer de alivio porque acontece algo. Se puede afirmar que el acontecimiento de lo sublime es la presencia del pensamiento  y el pensamiento sobre la libertad.

El «diferendo», como señala Lyotard, se dice también discrepancia, disenso, heterogeneidad, inconmensurabilidad, paradoja, disonancia y se relaciona con la resistencia. La afirmación de que en el límite de la sensación arranque la nada; da sentido a las reflexiones de Lyotard sobre la estética de lo sublime que implica ser despertado de la nada, de la desafección.

El diferendo, en lo sublime, da una estética vigorosa, enérgica, resistente a lo presente. Al afectar, lo sublime despierta el ánima al pensamiento y la reflexión, frente a la miseria y al terror que el pensamiento ya no suceda más, apagado, asfixiado por lo presente.

Es acontecimiento de la presencia del pensamiento. Lo sublime da testimonio de lo indeterminado al hacer ver que hay algo que no es determinable. En lo sublime, lo indeterminado y no determinable se llama lo impresentable, lo irrepresentable, lo inexpresable, lo desconocido, lo intratable, lo inhumano. Estos términos, lo sublime se relaciona con lo que no se ha determinado aún en lo presente, y hace referencia a lo que no debería determinarse.

Lo sublime no se puede exponer, ya que la razón llega a sus fronteras. Por lo cual el juicio estético se suspende. No puede universalizarse mediante ninguna la ley, pues tiende a una insatisfacción exultante. El placer de lo sublime sólo puede comunicarse a través del sentimiento mismo. “El sentimiento sublime, que es también el sentimiento de lo sublime es, según Kant, una afección fuerte y equívoca: conlleva a la vez placer y pena. Mejor: el placer procede de la pena”[2].

El sentimiento sublime se produce a través de una conformidad con la causalidad libre. Pertenece a un fuera de la razón, a una ausencia de forma, a una comunicabilidad distinta. El autentico sentimiento de lo sublime, nos indica Lyotard, “es una combinación intrínseca de placer y de pena, el placer de que la razón exceda toda presentación, el dolor de que la imaginación o la sensibilidad no sean en la medida del concepto”[3].

Al no haber una ley unitaria de lo sensible se da, por el contrario, una dispersión que tiende a disipar toda ilusión representativa. En este aspecto, lo sublime es el efecto que resulta de la desproporción con el deseo, la resistencia encontrada de la virtud y las pasiones. “La sentimentalidad sublime exige en efecto, para tener lugar, una sensibilidad hacia las Ideas que no es natural, sino obtenida por medio de la cultura”[4]. Se trata de manifestación y circulación de afectos.

Lo sublime se muestra como forma arbitraria y violenta que se impone en la estética. Reconoce, Lyotard, en lo contemplativo el deleite del miedo, que envuelto en lo sublime será de la nada que es. Un ahondar en el abismo del fracaso de la imaginación que genera miedos atractivos, de un misterioso sublime escondido en medio de la obra de arte. En lo sublime se experimenta la grandeza de la naturaleza como signo más allá de la razón.

Podemos concebir lo absolutamente grande, lo absolutamente poderoso, pero cualquier presentación de un objeto destinado a «hacer ver» esta magnitud o esta potencia absolutas se nos aparece como dolorosamente insuficiente. Por consiguiente, estas ideas no nos dan a conocer nada en realidad (la experiencia), prohíben el libre acuerdo de las facultades que produce el sentimiento de lo bello, impiden la formación y la estabilización del gusto. Podría decirse de ellas que son impresentables[5]

Lyotard designa lo sublime como la representación de lo impresentable, una representación de manera negativa que busca contraponer ese miedo, esa incapacidad, que busca ahondar en el abismo del fracaso imaginativo, que “se desarrolla como un conflicto entre las facultades de un sujeto, la facultad concebir una cosa y la facultad de «presentar» una cosa”[6].



[1] Jean-François Lyotard. Lessons on the Analytic of the Sublime, Stanford, Stanford University Press, 1994, p. 158.
[2] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 20.
[3] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 25.
[4] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 84.
[5] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 21.
[6] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 20.

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