miércoles, 21 de noviembre de 2012

BURKE EDMUND: EL SENTIMIENTO DE TERROR, DEL DOLOR Y EL PLACER


El dolor y el placer, en su forma más simple y natural, afectan de manera positiva, y son independientes uno del otro para su existencia. La mente humana está a menudo, en su mayor parte, en un estado que no es ni de dolor ni el placer, el cual es un estado de indiferencia. El placer y el dolor son meras relaciones que se contraponen y de las cuales es posible:

Discernir claramente que no son dolores y placeres positivos, que no dependen unos de otros… El dolor y el placer no sólo no depende necesariamente de su existencia en su disminución o eliminación mutua; en realidad, la disminución o cese de placer no funciona como el dolor positivo, y la eliminación o disminución del dolor, en su efecto, ha parecido muy poco al placer positivo[1].


            En primer término, que no todo lo que está bajo el ámbito de la pena o el terror es necesariamente doloroso; en segundo lugar, que no toda pena es negativa. Por otra parte, considera que el placer y el dolor son dos movimientos autónomos que pueden surgir desde la indiferencia y a ésta pueden remitirnos al cesar. El dolor es un efecto, no una ausencia.

            Lo sublime es la emoción más poderosa que el humano puede sentir. Hay algo en el enfrentamiento físico que nos carga de energía y nos libera sometiendo al cuerpo a una química ancestral, como una embriaguez que a veces tiene efectos terribles. “No hay nada que puedo distinguir en mi mente con más claridad que los tres Estados, de indiferencia, de placer y de dolor”[2].

            La experiencia estética de lo sublime linda con el terror, el miedo y la sinrazón. Según él, no se trata de analizar los procedimientos para alcanzar un estilo sublime, sino de estudiar los objetos sublimes y la índole de sus efectos; razón por la cual se plantea la interrogante de ¿por qué lo terrible nos complace?[3]

            Kant, por su parte, señala que una exposición psicológica como la de Burke:

Llega por el método empírico a este resultado; que el sentimiento de lo sublime se funda sobre la tendencia a la conservación de sí mismo y sobre el temor, es decir, sobre cierto dolor que, no llegando hasta el trastorno real de las partes del cuerpo, produce movimientos que desembarazan los vasos delicados o groseros de obstrucciones incómodas y peligrosas, y son capaces de excitar sensaciones agradables, no un verdadero placer, sino una especie de horror delicioso, o una tranquilidad mezclada de terror[4].


            Lo sublime conlleva la búsqueda de un dolor delicioso, de emociones fuertes. Lo sublime complace si no se está sometido directamente a los efectos reales de una situación.

Hay placeres y dolores de carácter positivo e independiente entre sí. El sentimiento que resulta de la cesación o disminución del dolor no se parece ser un placer positivo, ni que se considere de la misma naturaleza, o a ser conocido por el mismo nombre. El principio de la eliminación o calificación del placer no tiene ninguna semejanza con el dolor positivo[5].


            Para Valeriano Bozal esta circunstancia consiste en una «condición estética», es decir, no estar sometido a los efectos reales de una terrible tormenta o de un naufragio, al espanto de una noche tenebrosa, ser espectadores, no protagonistas de estos fenómenos. Como espectadores se contempla con una distancia estética.

La eliminación de un gran dolor no se asemeja al placer positivo; pero debemos recordar en qué estado hemos encontrado nuestras mentes al escapar de algún peligro inminente, o de ser liberado de la gravedad de algún dolor cruel. En tales ocasiones encontramos, si no estoy equivocado, el temperamento de nuestras mentes en un tenor muy alejado que asiste a la presencia de placer positivo; nos encontramos en un estado de gran sobriedad, impresionado por una sensación de temor, en una especie de tranquilidad sombreada por el horror[6].

           
            Burke acentúa el aspecto sombrío del patetismo sublime: el terror, la sensación y la idea de amenaza y de dolor, es el estado más intenso de la mente y en cuyo asalto puede ésta llegar a padecer la sublimidad.

El tipo de pasión mezcla de terror y sorpresa, con la que afecta a los espectadores, pinturas muy fuertemente la manera en que nos vemos afectados en ocasiones alguna manera similares. Para cuando hemos sufrido de cualquier emoción violenta, la mente natural continúa en algo así como la misma condición, después de la causa que produjo por primera vez se ha dejado de funcionar[7].


Tal pasión se consigue y mantiene con cierta conciencia acompañada de un querer individual, que busca el temor y el deseo, en tanto expresa su subjetividad en lo corporal. Un asedio y un peligro real produce conmoción y hace imposible la tranquilidad de la contemplación, la impresión de lo sublime se pierde al dejar paso al miedo.

            El sentimiento de la eliminación o moderación del dolor tiene en su naturaleza algo de penoso o desagradable. Este sentimiento no tiene nombre como el placer positivo. No obstante, así como se da el placer positivo, se da la pena positiva que se produce cuando el peligro es intenso o reina una soledad absoluta. “Cualquier cosa que excite la idea de dolor y peligro, esto es, cualquier objeto terrible que actúe de manera análoga al terror es fuente de lo sublime; es decir, produce una emoción más fuerte de lo que la mente es capaz de sentir”[8].

Las reacciones contradictorias que genera lo sublime están por encima de la voluntad; pues éstas se dan en un estado puro del sentimiento, las cuales están desprendidas de lo consciente en un movimiento libre. Empujadas por la estética de lo sublime a la búsqueda de efectos intensos intentan combinaciones sorprendentes.

La muerte es, en general, una idea que afecta más que el dolor, porque nadie desea la muerte. Lo que hace que el dolor en sí sea más doloroso, pues éste se considera un emisario de esta reina de los espantos. Cuando el peligro o el dolor están demasiado cerca son incapaces de dar alegría alguna, son simplemente terrible; pero a cierta distancia y con ciertas modificaciones, en la experiencia cotidiana, son encantadores[9].


            La sublimidad que Burke expone se inscribe en el marco de las pasiones más intensas. Esta radicalidad de lo sublime agita el espíritu e impide toda indiferencia. Es una pasión que conduce al terror, como veremos más adelante.

            En la tragedia a diferencia de las angustias reales el placer resulta de los efectos de la imitación, que nunca es perfecto. Aunque en algunos casos se deriva tanto placer o más fuerte que de las calamidades reales. No obstante, si justo en el momento en que los espectadores están en el punto más elevado de sus expectativas “son informados de que un criminal de alto rango está a punto de ser ejecutado en la plaza contigua, en un momento el teatro queda vacío, lo que demuestra la debilidad comparativa de las artes de imitación, y la proclamación del triunfo de la verdadera compasión”[10].

            La sublimidad artística se origina en el dominio de la ficción de las pasiones. La tragedia es una ficción del dolor y del peligro que en el escenario se representa; gracias a esta representación se percibe y reconoce lo sublime de las pasiones humanas en la vida real. En el lenguaje de la tragedia está el poder de conmover a través de la manifestación de las verosimilitudes figurativas.

            Lo sublime no se puede conseguir por medio de artificios o recargamientos en la obra artística. Puesto que lo sublime ha de ser oscuro, áspero, opaco, por lo que es inútil intentar conseguir éste mediante adornos innecesarios. Así cuanto más se intenta expresar lo sublime mediante añadidos menos sublimidad tendrá la obra, pues se pierde toda aprehensión por el dolor y el peligro desconocido.

            Cuando la pasión es causada por una gran sorpresa y por lo sublime en la naturaleza, se da en el alma el asombro. En este caso,

La mente está tan llena por completo con su objeto y no puede entretenerse con cualquier otro… De ahí surge el gran poder de lo sublime, que lejos de ser producido por ellos, se anticipa a nuestros razonamientos, y se apresura con nosotros por una fuerza irresistible. Asombro, como ya he dicho, es el efecto de lo sublime en su más alto grado, los efectos inferiores son admiración, reverencia y respeto[11].


            El sentimiento de lo sublime no se resuelve en el puro pavor, menos aún, en un placer positivo ajeno a la jovialidad del espíritu que define más bien la experiencia de lo sublime. Burke acentuaba el carácter no racional de lo sublime, como una cualidad de la imaginación y los sentidos que es atraída y repelida por lo sublime. De esta manera, lo sublime es un sentimiento de atracción-repulsión, capaz de impresionar a la imaginación despertando en ésta sentimientos de miedo, vértigo, vacío e infinitud.

            La disparidad de las emociones que surge de la contemplación de lo sublime repele y atrae al abismo de los sentimientos donde la intuición y la imaginación vagan d uno a otro extremo de las pasiones. El sentimiento de lo sublime se desliga razón y entra en el terreno de los sentimientos, de lo oscuro, de aquello que es capaz de inspirar terror.

            Lo sublime agita violentamente al alma, ya que es imposible mirar impávidamente aquello que puede ser amenazador y terrible. Lo sublime es el encuentro con el miedo y el placer de reconocerlo como una ficción; tal atracción produce, por contradicción, por  un deleite. Precisamente en este contraste se encuentra el sentimiento de lo sublime.



[1] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 31.
[2] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 31.
[3] Cfr. Valeriano Bozal. “Edmundo Burke”, Historia de las ideas estética y de las teorías artísticas contemporáneas, Vol. I, Madrid, Editorial Visor, 1996, pp. 52-53.
[4] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 214.
[5] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 33.
[6] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 32.
[7] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 32.
[8] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 35.
[9] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 36.
[10] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 42.
[11] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 49.

1 comentario:

  1. me encanto! es una lectura bastante interesante y de pensar a fondo, muchas gracias por las referencias,

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