El dolor y el placer, en su forma más simple y natural, afectan de
manera positiva, y son independientes uno del otro para su existencia. La mente
humana está a menudo, en su mayor parte, en un estado que no es ni de dolor ni
el placer, el cual es un estado de indiferencia. El placer y el dolor son meras
relaciones que se contraponen y de las cuales es posible:
Discernir claramente que no son dolores y
placeres positivos, que no dependen unos de otros… El dolor y el placer no sólo
no depende necesariamente de su existencia en su disminución o eliminación
mutua; en realidad, la disminución o cese de placer no funciona como el dolor
positivo, y la eliminación o disminución del dolor, en su efecto, ha parecido
muy poco al placer positivo[1].
En primer
término, que no todo lo que está bajo el ámbito de la pena o el terror es
necesariamente doloroso; en segundo lugar, que no toda pena es negativa. Por
otra parte, considera que el placer y el dolor son dos movimientos autónomos
que pueden surgir desde la indiferencia y a ésta pueden remitirnos al cesar. El
dolor es un efecto, no una ausencia.
Lo sublime es la
emoción más poderosa que el humano puede sentir. Hay algo en el enfrentamiento
físico que nos carga de energía y nos libera sometiendo al cuerpo a una química
ancestral, como una embriaguez que a veces tiene efectos terribles. “No hay
nada que puedo distinguir en mi mente con más claridad que los tres Estados, de
indiferencia, de placer y de dolor”[2].
La experiencia
estética de lo sublime linda con el terror, el miedo y la sinrazón. Según él, no
se trata de analizar los procedimientos para alcanzar un estilo sublime, sino
de estudiar los objetos sublimes y la índole de sus efectos; razón por la cual
se plantea la interrogante de ¿por qué lo terrible nos complace?[3]
Kant, por su
parte, señala que una exposición psicológica como la de Burke:
Llega por el método empírico a este
resultado; que el sentimiento de lo sublime se funda sobre la tendencia a la
conservación de sí mismo y sobre el temor, es decir, sobre cierto dolor que, no
llegando hasta el trastorno real de las partes del cuerpo, produce movimientos
que desembarazan los vasos delicados o groseros de obstrucciones incómodas y
peligrosas, y son capaces de excitar sensaciones agradables, no un verdadero
placer, sino una especie de horror delicioso, o una tranquilidad mezclada de
terror[4].
Lo sublime
conlleva la búsqueda de un dolor delicioso, de emociones fuertes. Lo sublime
complace si no se está sometido directamente a los efectos reales de una
situación.
Hay placeres y dolores de carácter
positivo e independiente entre sí. El sentimiento que resulta de la cesación o
disminución del dolor no se parece ser un placer positivo, ni que se considere
de la misma naturaleza, o a ser conocido por el mismo nombre. El principio de
la eliminación o calificación del placer no tiene ninguna semejanza con el
dolor positivo[5].
Para Valeriano
Bozal esta circunstancia consiste en una «condición estética», es decir, no
estar sometido a los efectos reales de una terrible tormenta o de un naufragio,
al espanto de una noche tenebrosa, ser espectadores, no protagonistas de estos
fenómenos. Como espectadores se contempla con una distancia estética.
La eliminación de un gran dolor no se
asemeja al placer positivo; pero debemos recordar en qué estado hemos
encontrado nuestras mentes al escapar de algún peligro inminente, o de ser
liberado de la gravedad de algún dolor cruel. En tales ocasiones encontramos,
si no estoy equivocado, el temperamento de nuestras mentes en un tenor muy
alejado que asiste a la presencia de placer positivo; nos encontramos en un
estado de gran sobriedad, impresionado por una sensación de temor, en una
especie de tranquilidad sombreada por el horror[6].
Burke acentúa el
aspecto sombrío del patetismo sublime: el terror, la sensación y la idea de amenaza
y de dolor, es el estado más intenso de la mente y en cuyo asalto puede ésta
llegar a padecer la sublimidad.
El tipo de pasión mezcla de terror y
sorpresa, con la que afecta a los espectadores, pinturas muy fuertemente la
manera en que nos vemos afectados en ocasiones alguna manera similares. Para
cuando hemos sufrido de cualquier emoción violenta, la mente natural continúa
en algo así como la misma condición, después de la causa que produjo por
primera vez se ha dejado de funcionar[7].
Tal pasión se consigue y mantiene con cierta conciencia
acompañada de un querer individual, que busca el temor y el deseo, en tanto
expresa su subjetividad en lo corporal. Un asedio y un peligro real produce conmoción
y hace imposible la tranquilidad de la contemplación, la impresión de lo
sublime se pierde al dejar paso al miedo.
El sentimiento de
la eliminación o moderación del dolor tiene en su naturaleza algo de penoso o
desagradable. Este sentimiento no tiene nombre como el placer positivo. No
obstante, así como se da el placer positivo, se da la pena positiva que se
produce cuando el peligro es intenso o reina una soledad absoluta. “Cualquier
cosa que excite la idea de dolor y peligro, esto es, cualquier objeto terrible
que actúe de manera análoga al terror es fuente de lo sublime; es decir,
produce una emoción más fuerte de lo que la mente es capaz de sentir”[8].
Las reacciones contradictorias que genera lo sublime
están por encima de la voluntad; pues éstas se dan en un estado puro del
sentimiento, las cuales están desprendidas de lo consciente en un movimiento
libre. Empujadas por la estética de lo sublime a la búsqueda de efectos
intensos intentan combinaciones sorprendentes.
La muerte es, en general, una idea que
afecta más que el dolor, porque nadie desea la muerte. Lo que hace que el dolor
en sí sea más doloroso, pues éste se considera un emisario de esta reina de los
espantos. Cuando el peligro o el dolor están demasiado cerca son incapaces de
dar alegría alguna, son simplemente terrible; pero a cierta distancia y con
ciertas modificaciones, en la experiencia cotidiana, son encantadores[9].
La sublimidad que
Burke expone se inscribe en el marco de las pasiones más intensas. Esta
radicalidad de lo sublime agita el espíritu e impide toda indiferencia. Es una
pasión que conduce al terror, como veremos más adelante.
En la tragedia a
diferencia de las angustias reales el placer resulta de los efectos de la
imitación, que nunca es perfecto. Aunque en algunos casos se deriva tanto
placer o más fuerte que de las calamidades reales. No obstante, si justo en el
momento en que los espectadores están en el punto más elevado de sus expectativas
“son informados de que un criminal de alto rango está a punto de ser ejecutado
en la plaza contigua, en un momento el teatro queda vacío, lo que demuestra la
debilidad comparativa de las artes de imitación, y la proclamación del triunfo
de la verdadera compasión”[10].
La sublimidad
artística se origina en el dominio de la ficción de las pasiones. La tragedia
es una ficción del dolor y del peligro que en el escenario se representa; gracias
a esta representación se percibe y reconoce lo sublime de las pasiones humanas
en la vida real. En el lenguaje de la tragedia está el poder de conmover a
través de la manifestación de las verosimilitudes figurativas.
Lo sublime no se
puede conseguir por medio de artificios o recargamientos en la obra artística.
Puesto que lo sublime ha de ser oscuro, áspero, opaco, por lo que es inútil intentar
conseguir éste mediante adornos innecesarios. Así cuanto más se intenta expresar
lo sublime mediante añadidos menos sublimidad tendrá la obra, pues se pierde toda
aprehensión por el dolor y el peligro desconocido.
Cuando la pasión
es causada por una gran sorpresa y por lo sublime en la naturaleza, se da en el
alma el asombro. En este caso,
La mente está tan llena por completo con
su objeto y no puede entretenerse con cualquier otro… De ahí surge el gran
poder de lo sublime, que lejos de ser producido por ellos, se anticipa a nuestros
razonamientos, y se apresura con nosotros por una fuerza irresistible. Asombro,
como ya he dicho, es el efecto de lo sublime en su más alto grado, los efectos
inferiores son admiración, reverencia y respeto[11].
El sentimiento de
lo sublime no se resuelve en el puro pavor, menos aún, en un placer positivo
ajeno a la jovialidad del espíritu que define más bien la experiencia de lo
sublime. Burke acentuaba el carácter no racional de lo sublime, como una cualidad
de la imaginación y los sentidos que es atraída y repelida por lo sublime. De
esta manera, lo sublime es un sentimiento de atracción-repulsión, capaz de
impresionar a la imaginación despertando en ésta sentimientos de miedo, vértigo,
vacío e infinitud.
La disparidad de las
emociones que surge de la contemplación de lo sublime repele y atrae al abismo
de los sentimientos donde la intuición y la imaginación vagan d uno a otro
extremo de las pasiones. El sentimiento de lo sublime se desliga razón y entra
en el terreno de los sentimientos, de lo oscuro, de aquello que es capaz de
inspirar terror.
Lo sublime agita
violentamente al alma, ya que es imposible mirar impávidamente aquello que
puede ser amenazador y terrible. Lo sublime es el encuentro con el miedo y el
placer de reconocerlo como una ficción; tal atracción produce, por
contradicción, por un deleite. Precisamente
en este contraste se encuentra el sentimiento de lo sublime.
[1] Edmund Burke. Of the Sublime and
Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 31.
[2] Edmund Burke. Of the Sublime and
Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 31.
[3] Cfr. Valeriano Bozal. “Edmundo Burke”, Historia de las ideas
estética y de las teorías artísticas contemporáneas, Vol. I, Madrid, Editorial
Visor, 1996, pp. 52-53.
[4] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar,
Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 214.
[5] Edmund Burke. Of the Sublime and
Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 33.
[6] Edmund Burke. Of the Sublime and
Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 32.
[7] Edmund Burke. Of the Sublime and
Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 32.
[8] Edmund Burke. Of the Sublime and
Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 35.
[9] Edmund Burke. Of the Sublime and
Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 36.
[10] Edmund Burke. Of the Sublime and
Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 42.
[11] Edmund Burke. Of the Sublime and
Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 49.
me encanto! es una lectura bastante interesante y de pensar a fondo, muchas gracias por las referencias,
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