miércoles, 21 de noviembre de 2012

LYOTARD J. F.: LA REPRESENTACIÓN DE LO IMPRESENTABLE, EL SABER ILEGITIMADO



Lo sublime conforma la concepción estética del mundo moderno, que intenta reemplazar lo meramente bello liberando al observador de las limitaciones de la condición humana. “La estética moderna es una estética de lo sublime, pero nostálgica. Es una estética que permite que lo impresentable sea alegado tan sólo como contenido ausente, pero la forma continúa ofreciendo al lector o al contemplador, merced a su consistencia reconocible, materia de consuelo y de placer”[1].  

Este límite de la capacidad intelectual queda determinado, en el individuo, por la posibilidad de no ser consensuado. Entre más individuo más corporativamente debe ser reconocido, lo ínfimo ante lo grande. El individuo es la nada ante la magnitud. De allí que, “los objetos y los pensamientos salidos del conocimiento científico y de la economía capitalista pregonan, propagan con ellos una de las reglas a las que está sometida su propia posibilidad de ser, la regla según la cual no hay realidad si no es atestiguada por un consenso entre socios sobre conocimientos y compromisos”[2].

La función narrativa pierde sus functores, el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito. Se dispersa en nubes de elementos lingüísticos narrativos, etc., cada uno de ellos vehiculando consigo valencias pragmáticas sui generis. Cada uno de nosotros vive en la encrucijada de muchas de ellas. No formamos combinaciones lingüísticas necesariamente estables, y las propiedades de las que formamos no son necesariamente comunicables[3].


Lo sublime es ubicado en los límites de la demencia. Lo sublime produce cierto espasmo que prohíbe pensar a sí mismo lo absoluto. Ya que el límite es parte del método del entendimiento, que tampoco puede ser pensado como un objeto. “Se puede, por consiguiente, esperar una potente exteriorización del saber con respecto al «sabiente», en cualquier punto en que éste se encuentre en el proceso de conocimiento. El antiguo principio de que la adquisición del saber es indisociable de la formación (Bildung) del espíritu, e incluso de la persona, cae y caerá todavía más en desuso”[4].

La mezcla de miedo y exaltación que se da en el sentimiento sublime, esto es un hecho insalvable. En este aspecto, nos encontramos que “el capitalismo tiene por sí solo tal poder de desrealizar los objetos habituales, los papeles de la vida social y las instituciones, que las representaciones llamadas «realistas» sólo pueden evocar la realidad en el modo de la nostalgia o de la burla, como una ocasión para el sufrimiento más que para la satisfacción”[5].

En este sentido, tiene una función legitimadora que viene acompañada de una aparente seguridad con respecto a los hechos. “La misma idea de desarrollo presupone el horizonte de un no-desarrollo, donde las diversas competencias se suponen envueltas en la unidad de una tradición y no se disocian en cualificaciones que son objeto de innovaciones, de debates y de exámenes específicos”[6]. Que se extravían en el discurso mismo, el no encuentro del relato.

La idea de interdisciplinaridad pertenece en propiedad a la época de la desligitimación y a su urgente empirismo. La relación con el saber no es la de realización de la vida del espíritu o la de emancipación de la humanidad; es la de los utilizadores de unos útiles conceptuales y materiales complejos y la de los beneficiarios de esas actuaciones. No disponen de un metalenguaje ni de un metarrelato para formular la finalidad y el uso adecuado. Pero cuentan con el brain storming para reforzar las actuaciones[7].


Con lo sublime, la imaginación es lo ilimitado, lo infinito, lo desproporcionado. En lo sublime el concepto no tiene presentación y la imaginación entra en el abismo. Se produce la ruptura con el entendimiento y desaparece el sentimiento de lo bello. “Lo sublime es un sentimiento diferente. Tiene lugar cuando, al contrario, la imaginación fracasa y no consigue presentar un objeto que, aunque más no sea un principio, venga a establecerse de acuerdo con un concepto”[8]. De allí que todas las formas son triviales frente a lo absoluto. Surge una estética que abandona toda forma.

Aquí termina la idea de la constitución del sujeto, lo cual enmarca la desconfianza a los relatos que caracteriza:

Una inconmensurabilidad entre la pragmática narrativa popular, que es desde luego legitimante, y ese juego de lenguaje conocido en Occidente que es la cuestión de la legitimidad, o mejor aún, la legitimidad como referente del juego interrogativo. Los relatos, se ha visto, determinan criterios de competencia y/o ilustran la aplicación. Definen así lo que tiene derecho a decirse y a hacerse en la cultura, y, como son también una parte de ésta, se encuentran por eso mismo legitimados[9].


El relato abdica de la idea de emancipación, de la credulidad, de la comodidad de la mirada. Entra en contradicción al multiplicarse los anti-signos que proceden de la erosión interna del principio de legitimidad del saber. Al relajar la condición misma de lo fijo, se instaura una práctica lingüística que aparentemente legitima su interacción comunicacional, mas no el no poder decir; donde no es posible práctica lingüística posible.

Los juegos de lenguaje serán entonces juegos de información completa en el momento considerado. Pero también serán juegos de suma y sigue, y, por ese hecho, las discusiones nunca se arriesgarán a establecerse sobre posiciones de equilibrio mínimas, por agotamiento de los envites. Pues los envites estarán constituidos entonces por conocimientos (o informaciones, si se quiere) y la reserva de conocimientos, que es la reserva de la lengua en enunciados posibles, es inagotable. Se apunta una política en la cual serán igualmente respetados el deseo de justicia y el de lo desconocido[10].


Como presentación negativa, lo sublime es pensamiento presente como llamado, pero ausente como presentación sensible. Como agente absoluto, la libertad no se da en una presentación, sin embargo está presente como llamado a pensar más allá de lo aquí presente.

Se aborda el problema del sentido sin posibilidad de resolverlo, ni por la esperanza en la emancipación de la humanidad, ni por la práctica para alcanzar una sociedad transparente. El discurso liberal o neoliberal parece difícilmente creíble.

Lo que Benjamin llama «pérdida de aura», estética de «choc», destrucción del gusto y de la experiencia, es el efecto de este querer, poco cuidadoso con las reglas. Las tradiciones, los objetos y lugares cargados de pasado individual y colectivo, las legitimidades recibidas, las imágenes del mundo y del hombre venidas del clasicismo, incluso las conservadas, son los medios para llegar a su meta, que es la gloria de la voluntad[11].


Para Lyotard, el «sucede» es lo inexpresable. De allí que la ocurrencia, el acontecimiento no son expresables. Esto es una dialéctica negativa movida por el «sucede». “La amenaza que pesa contra la búsqueda vanguardista de la obra-acontecimiento, contra la acogida que trata de dar al now… Procede «directamente» de la economía de mercado. La correlación entre ésta y la estética de lo sublime es ambigua y hasta perversa”[12]

Sin embargo, existe una complicidad entre el capital y la vanguardia. Entre la fuerza del escepticismo y la destrucción por el capitalismo, que estimula en “los artistas la negativa de confiar en las reglas establecidas, además de experimentar con medios de expresión y materiales siempre nuevos. “Lo sublime está presente en la economía capitalista… al subordinar la ciencia mediante la tecnología, sobre todo las del lenguaje, solamente vuelve la realidad cada vez más inasible, sujeta a cuestionamientos, desfalleciente”[13].



[1] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 25.
[2] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 19.
[3] Jean-François Lyotard. La condición posmoderna, Barcelona, Editorial Cátedra, 1987, p. 4.
[4] Jean-François Lyotard. La condición posmoderna, Barcelona, Editorial Cátedra, 1987, p. 6.
[5] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 15.
[6] Jean-François Lyotard. La condición posmoderna, Barcelona, Editorial Cátedra, 1987, p. 18.
[7] Jean-François Lyotard. La condición posmoderna, Barcelona, Editorial Cátedra, 1987, p. 42.
[8] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 21.
[9] Jean-François Lyotard. La condición posmoderna, Barcelona, Editorial Cátedra, 1987, p. 21.
[10] Jean-François Lyotard. La condición posmoderna, Barcelona, Editorial Cátedra, 1987, p. 52.
[11] Jean-François Lyotard. “Qué es lo posmoderno”, Zona Erógena, nº 12, 1992, p. 7.
[12] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 108.
[13] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 109.

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