Lo sublime conforma la concepción estética del mundo
moderno, que intenta reemplazar lo meramente bello liberando al observador de
las limitaciones de la condición humana. “La estética moderna es una estética
de lo sublime, pero nostálgica. Es una estética que permite que lo
impresentable sea alegado tan sólo como contenido ausente, pero la forma
continúa ofreciendo al lector o al contemplador, merced a su consistencia
reconocible, materia de consuelo y de placer”[1].
Este límite de la capacidad intelectual queda
determinado, en el individuo, por la posibilidad de no ser consensuado. Entre
más individuo más corporativamente debe ser reconocido, lo ínfimo ante lo
grande. El individuo es la nada ante la magnitud. De allí que, “los objetos y
los pensamientos salidos del conocimiento científico y de la economía
capitalista pregonan, propagan con ellos una de las reglas a las que está
sometida su propia posibilidad de ser, la regla según la cual no hay realidad
si no es atestiguada por un consenso entre socios sobre conocimientos y
compromisos”[2].
La función narrativa pierde sus
functores, el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran
propósito. Se dispersa en nubes de elementos lingüísticos narrativos, etc.,
cada uno de ellos vehiculando consigo valencias pragmáticas sui generis. Cada
uno de nosotros vive en la encrucijada de muchas de ellas. No formamos
combinaciones lingüísticas necesariamente estables, y las propiedades de las
que formamos no son necesariamente comunicables[3].
Lo sublime es ubicado en los límites de la demencia. Lo
sublime produce cierto espasmo que prohíbe pensar a sí mismo lo absoluto. Ya
que el límite es parte del método del entendimiento, que tampoco puede ser
pensado como un objeto. “Se puede, por consiguiente, esperar una potente
exteriorización del saber con respecto al «sabiente», en cualquier punto en que
éste se encuentre en el proceso de conocimiento. El antiguo principio de que la
adquisición del saber es indisociable de la formación (Bildung) del espíritu, e
incluso de la persona, cae y caerá todavía más en desuso”[4].
La mezcla de miedo y exaltación que se da en el
sentimiento sublime, esto es un hecho insalvable. En este aspecto, nos
encontramos que “el capitalismo tiene por sí solo tal poder de desrealizar los
objetos habituales, los papeles de la vida social y las instituciones, que las
representaciones llamadas «realistas» sólo pueden evocar la realidad en el modo
de la nostalgia o de la burla, como una ocasión para el sufrimiento más que para
la satisfacción”[5].
En este sentido, tiene una función legitimadora que
viene acompañada de una aparente seguridad con respecto a los hechos. “La misma
idea de desarrollo presupone el horizonte de un no-desarrollo, donde las
diversas competencias se suponen envueltas en la unidad de una tradición y no
se disocian en cualificaciones que son objeto de innovaciones, de debates y de
exámenes específicos”[6].
Que se extravían en el discurso mismo, el no encuentro del relato.
La idea de interdisciplinaridad pertenece
en propiedad a la época de la desligitimación y a su urgente empirismo. La
relación con el saber no es la de realización de la vida del espíritu o la de
emancipación de la humanidad; es la de los utilizadores de unos útiles
conceptuales y materiales complejos y la de los beneficiarios de esas
actuaciones. No disponen de un metalenguaje ni de un metarrelato para formular
la finalidad y el uso adecuado. Pero cuentan con el brain storming para
reforzar las actuaciones[7].
Con lo sublime, la imaginación es lo ilimitado, lo
infinito, lo desproporcionado. En lo sublime el concepto no tiene presentación
y la imaginación entra en el abismo. Se produce la ruptura con el entendimiento
y desaparece el sentimiento de lo bello. “Lo sublime es un sentimiento
diferente. Tiene lugar cuando, al contrario, la imaginación fracasa y no
consigue presentar un objeto que, aunque más no sea un principio, venga a
establecerse de acuerdo con un concepto”[8].
De allí que todas las formas son triviales frente a lo absoluto. Surge una
estética que abandona toda forma.
Aquí termina la idea de la constitución del sujeto, lo
cual enmarca la desconfianza a los relatos que caracteriza:
Una inconmensurabilidad entre la
pragmática narrativa popular, que es desde luego legitimante, y ese juego de
lenguaje conocido en Occidente que es la cuestión de la legitimidad, o mejor
aún, la legitimidad como referente del juego interrogativo. Los relatos, se ha
visto, determinan criterios de competencia y/o ilustran la aplicación. Definen
así lo que tiene derecho a decirse y a hacerse en la cultura, y, como son
también una parte de ésta, se encuentran por eso mismo legitimados[9].
El relato abdica de la idea de emancipación, de la
credulidad, de la comodidad de la mirada. Entra en contradicción al
multiplicarse los anti-signos que proceden de la erosión interna del principio
de legitimidad del saber. Al relajar la condición misma de lo fijo, se instaura
una práctica lingüística que aparentemente legitima su interacción
comunicacional, mas no el no poder decir; donde no es posible práctica
lingüística posible.
Los juegos de lenguaje serán entonces
juegos de información completa en el momento considerado. Pero también serán
juegos de suma y sigue, y, por ese hecho, las discusiones nunca se arriesgarán
a establecerse sobre posiciones de equilibrio mínimas, por agotamiento de los
envites. Pues los envites estarán constituidos entonces por conocimientos (o
informaciones, si se quiere) y la reserva de conocimientos, que es la reserva
de la lengua en enunciados posibles, es inagotable. Se apunta una política en
la cual serán igualmente respetados el deseo de justicia y el de lo desconocido[10].
Como presentación negativa, lo sublime es pensamiento
presente como llamado, pero ausente como presentación sensible. Como agente
absoluto, la libertad no se da en una presentación, sin embargo está presente
como llamado a pensar más allá de lo aquí presente.
Se aborda el problema del sentido sin posibilidad de
resolverlo, ni por la esperanza en la emancipación de la humanidad, ni por la
práctica para alcanzar una sociedad transparente. El discurso liberal o
neoliberal parece difícilmente creíble.
Lo que Benjamin llama «pérdida de aura»,
estética de «choc», destrucción del gusto y de la experiencia, es el efecto de
este querer, poco cuidadoso con las reglas. Las tradiciones, los objetos y
lugares cargados de pasado individual y colectivo, las legitimidades recibidas,
las imágenes del mundo y del hombre venidas del clasicismo, incluso las
conservadas, son los medios para llegar a su meta, que es la gloria de la
voluntad[11].
Para Lyotard, el «sucede» es lo inexpresable. De allí
que la ocurrencia, el acontecimiento no son expresables. Esto es una dialéctica
negativa movida por el «sucede». “La amenaza que pesa contra la búsqueda
vanguardista de la obra-acontecimiento, contra la acogida que trata de dar al now… Procede «directamente» de la
economía de mercado. La correlación entre ésta y la estética de lo sublime es
ambigua y hasta perversa”[12]
Sin embargo, existe una complicidad entre el capital y
la vanguardia. Entre la fuerza del escepticismo y la destrucción por el
capitalismo, que estimula en “los artistas la negativa de confiar en las reglas
establecidas, además de experimentar con medios de expresión y materiales
siempre nuevos. “Lo sublime está presente en la economía capitalista… al
subordinar la ciencia mediante la tecnología, sobre todo las del lenguaje,
solamente vuelve la realidad cada vez más inasible, sujeta a cuestionamientos,
desfalleciente”[13].
[1] Jean-François
Lyotard. La posmodernidad (explicada a los
niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 25.
[2] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños),
Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 19.
[3] Jean-François Lyotard. La condición
posmoderna, Barcelona, Editorial Cátedra, 1987, p. 4.
[5] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños),
Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 15.
[6] Jean-François Lyotard. La condición
posmoderna, Barcelona, Editorial Cátedra, 1987, p. 18.
[8] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños),
Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 21.
[9] Jean-François Lyotard. La condición
posmoderna, Barcelona, Editorial Cátedra, 1987, p. 21.
[12] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos
Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 108.
[13] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos
Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 109.
No hay comentarios:
Publicar un comentario