sábado, 17 de noviembre de 2012

LYOTARD J. F.: DE LO SUBLIME



Lo sublime consiste fundamentalmente en un sentimiento de elevación extraordinaria capaz de llevar al espectador a un éxtasis más allá de su racionalidad, o incluso de provocar dolor por ser imposible de asimilar. Alude al sentimiento de lo colosal, efecto de una proyección subjetiva.

Las consideraciones sobre el ánimo designado como sentimiento de lo sublime están destinadas a resaltar la parte subjetiva del placer estético, placer en la medida del puro conocimiento intuitivo en oposición a la voluntad.

Asimismo, es la experiencia de una inadecuación de la presencia misma, o de una inadecuación de la presencia a lo presente. Una presencia inadecuada de lo infinito, que presenta su propia inadecuación como tal en su propia presencia-ausencia.

El sentimiento de lo sublime se da en la contemplación que genera contradicción en el ánimo del espectador, en la cual está latente la destrucción del observador. Esta forma de contemplación, de sentimiento tiene una relación antagonista con la voluntad humana, le amenaza con una superioridad que suprime toda resistencia o le empequeñece hasta la nada con su inmensa magnitud.

Quien contempla se aparta y retorna a ella desprendiéndose de su voluntad, de sus relaciones, y entregado, como sujeto involuntario, contempla arrobado aquellos objetos terribles. En tal estado de su soledad, se eleva por encima de sí mismo y de todo querer llenándose del sentimiento de lo sublime. Al objeto que provoca tal estado se lo llama sublime, que consiste fundamentalmente en una belleza extrema, capaz de llevar al espectador a un éxtasis más allá de su racionalidad, o incluso de provocar dolor por ser imposible de asimilar.

En el placer de lo sublime se advierte un desequilibrio entre la imaginación y la razón, que se esfuerza por abarcar la magnitud y la potencia del objeto sublime en la idea de lo infinito como totalidad absoluta. En el sentimiento de lo sublime se experimenta un contraste violento entre imaginación y razón. En virtud de lo cual, la imaginación es advertida como un sentido de sofocación que sigue un sentido de más elevada exaltación, que media a la razón a través de la idea de lo infinito.

Las indagaciones sobre lo sublime derivan del tratado clásico Sobre lo sublime del Pseudo Longino (siglo I d. C.); en el cual asienta las bases fundamentales de la estética de lo sublime. En el tratado, en cuestión, el autor aborda la discusión sobre la naturaleza de la retórica; discusión que se da entre la escuela de Apolodoro de Pérgamo (Aticista) y la de Teodoro de Gadara (Asianista).

La Escuela Aticista defiende la sobriedad y concisión en el discurso, ésta responde a una concepción de la lengua como un sistema acabado e inmutable. La Asianista, por su parte, es partidaria de la abundancia, la amplitud, la fogosidad y el estilo florido; considera la lengua como un sistema abierto, a la manera de un organismo vivo que crece e incorpora nuevos elementos.

Pseudo Longino es partidario de la segunda escuela. Por ello, para él lo sublime constituye lo más elevado del discurso poético; es el estilo superior de este arte pensado como grandeza y gravedad.

El tratado en cuestión y el concepto mismo permanecieron desconocidos durante toda la Edad Media. El concepto de lo sublime fue redescubierto durante el Renacimiento, y gozó de gran popularidad durante el Barroco, recuperó cierta notoriedad e influencia en el siglo XVI, después que Francesco Robortello publicase una edición de la obra clásica en Basilea en 1554, y Niccolò da Falgano otra en 1560.

Durante el siglo XVII, los conceptos del Pseudo Longino gozaron de gran estima y fueron aplicados al arte barroco. En 1674, año en que Boileau-Despréaux traduce el tratado al francés, el mismo es una obra prácticamente desconocida. La obra fue objeto de varias ediciones durante este siglo. La más importante fue la de Nicolas Boileau-Despréaux: Tratado de lo sublime o de las maravillas en la oratoria; que situó al concepto de lo sublime en el centro del debate estético de la época. Según Boileau-Despréaux, lo sublime es cierta fuerza del discurso que eleva y seduce el alma, es algo que se dirige al sentimiento más que a la razón; éste fusiona lo sublime con la belleza acercándolo a la estética.

            El sentimiento contradictorio por el cual se anuncia y se omite lo indeterminado fue el centro de la reflexión sobre el arte desde fines del siglo XVII hasta fines del siglo XVIII. Lo sublime es el modo de la sensibilidad artística que caracteriza a la modernidad.

            En los albores del romanticismo, la elaboración de la estética de lo sublime por Burke y por Kant indica un mundo de posibilidades de experimentación artística en el cual las vanguardias van a trazar sus progresos[1].

En el siglo XVIII, con el Romanticismo, el silencio, la melancolía y el pavor son constitutivos de lo sublime; éste es considerado una categoría paralela a lo bello. Lo sublime y lo bello constituyen las principales categorías de la estética de este siglo. Burke publica, en 1757, Indagaciones filosóficas sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello. En el cual asume los presupuestos de la escuela analítica del empirismo inglés, que reivindica la sensación como fundamento seguro del conocimiento.

            La indagación de Burke se propone analizar y explicar una experiencia estética que linda en el terror, el miedo y la sinrazón. Además, de las implicaciones antropológicas, psicológicas y metafísicas que trae el sentimiento lo sublime: el placer y el dolor. Las reflexiones y peculiaridades que singularizan a lo sublime en la obra de Burke han sido prominentes en la época contemporánea. La aportación de Burke a la estética radica en haber dotado de contenido y diferenciado categorialmente a lo sublime que parecía excluido de la estética.

Baillie (1747) considera que lo sublime es la grandiosidad. Diderot, en el Salón de 1767, señala que lo sublime es todo lo que sorprende al alma, e imprime un sentimiento de temor. Para David Hume, The Tragedy, éste es la elevación y la distancia.

En 1764, Kant publica sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime “destinado sólo a tratar la emoción sensible, de que las almas más comunes son también capaces”[2]. En 1790, sin rechazar la herencia de Burke y conforme al proyecto general de su filosofía crítica aporta en la Crítica de la facultad de juzgar una indagación trascendental de la noción de lo sublime.

Jhon Ruskin[3], por su parte, considera lo sublime como una categoría propia de lo bello, y éste recibe los nombres de siniestro y horrendo.

Ese sentimiento contradictorio, placer y pena, alegría y angustia, exaltación y depresión, fue bautizado o rebautizado, entre los siglos XVII y XVIII europeos, con el nombre de sublime. En ese nombre se jugó y se perdió la suerte de la poética clásica, en ese nombre la estética hizo valer sus derechos críticos sobre el arte, y triunfó el romanticismo, es decir, la modernidad[4].


Jean-François Lyotard, en el siglo XX, aborda la temática de lo sublime en La Posmodernidad (explicada a los niños) y en Lo Inhumano. En estos textos elabora algunos ensayos sobre lo sublime. Para Lyotard, la característica esencial de lo sublime es la carencia de forma, que lo diferencia de lo  bello que sí tiene una forma definida.

De allí que Lyotard hable de conceptos imposibles de representación; esto lo ilustra con el ejemplo bíblico que prohíbe esculpir imágenes de culto en un intento de representar lo absoluto. El autor, por otra parte, relaciona lo sublime con el poder; por lo que concuerda con Burke, quien ligaba lo sublime con el terror y el poder monárquico.

¿Para qué tratar sobre lo sublime? Más allá del interés histórico que indiscutiblemente posee y de la influencia que ha ejercido en innumerables estetas de la tradición estética. En lo que concierne a lo sublime, éste ha sido más vigente en los últimos tiempos.

Tratar sobre lo sublime tal vez sirva para analizar los aspectos irracionales-pasionales que trae consigo este sentimiento directamente asociado al terror; que es estimulante desde un punto de vista estético, pero cuando traspasa la frontera de lo estético corre el peligro de tergiversar o retorcer los estados del alma, al imponer a ésta la emoción concreta y primaria de los movimientos suspendidos por el asombro y el horror. Que hace que el alma se sature de este sentimiento volviéndose incapaz de reparar en ninguno más dejando de razonar sobre lo que la absorbe.

El modo de legitimación del que hablamos, que reintroduce el relato como validez del saber, puede tomar así dos direcciones, según represente al sujeto del relato como cognitivo o como práctico: como un héroe del conocimiento o como un héroe de la libertad. Y, en razón de esta alternativa, no sólo la legitimación no tiene siempre el mismo sentido, sino que el propio relato aparece ya como insuficiente para dar una versión completa.

La relevancia de lo sublime da cabida a la producción de diversos estudios acerca del tema, entre los más importantes se encuentran los de: Pseudo Longino, Edmund Burke, Immanuel Kant y Jean-François Lyotard. Los cuales son el objeto de estudio de este texto, que es una modesta puesta a punto.



[1] Cfr. J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 105.
[2] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 133.
[3] Cfr. Wladyslaw Tatarkiewicz. Historia de seis ideas estéticas, Madrid, Técnos, 1992, pp. 203-206.
[4] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 98.

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