Lo sublime consiste fundamentalmente en un sentimiento
de elevación extraordinaria capaz de llevar al espectador a un éxtasis más allá
de su racionalidad, o incluso de provocar dolor por ser imposible de asimilar.
Alude al sentimiento de lo colosal, efecto de una proyección subjetiva.
Las consideraciones sobre el ánimo designado como
sentimiento de lo sublime están destinadas a resaltar la parte subjetiva del
placer estético, placer en la medida del puro conocimiento intuitivo en oposición
a la voluntad.
Asimismo, es la experiencia de una inadecuación de la
presencia misma, o de una inadecuación de la presencia a lo presente. Una
presencia inadecuada de lo infinito, que presenta su propia inadecuación como
tal en su propia presencia-ausencia.
El sentimiento de lo sublime se da en la contemplación
que genera contradicción en el ánimo del espectador, en la cual está latente la
destrucción del observador. Esta forma de contemplación, de sentimiento tiene
una relación antagonista con la voluntad humana, le amenaza con una
superioridad que suprime toda resistencia o le empequeñece hasta la nada con su
inmensa magnitud.
Quien contempla se aparta y retorna a ella
desprendiéndose de su voluntad, de sus relaciones, y entregado, como sujeto
involuntario, contempla arrobado aquellos objetos terribles. En tal estado de
su soledad, se eleva por encima de sí mismo y de todo querer llenándose del
sentimiento de lo sublime. Al objeto que provoca tal estado se lo llama
sublime, que consiste fundamentalmente en una belleza extrema, capaz de llevar
al espectador a un éxtasis más allá de su racionalidad, o incluso de provocar
dolor por ser imposible de asimilar.
En el placer de lo sublime se advierte un
desequilibrio entre la imaginación y la razón, que se esfuerza por abarcar la
magnitud y la potencia del objeto sublime en la idea de lo infinito como
totalidad absoluta. En el sentimiento de lo sublime se experimenta un contraste
violento entre imaginación y razón. En virtud de lo cual, la imaginación es
advertida como un sentido de sofocación que sigue un sentido de más elevada
exaltación, que media a la razón a través de la idea de lo infinito.
Las indagaciones sobre lo sublime derivan del tratado
clásico Sobre lo sublime del Pseudo
Longino (siglo I d. C.); en el cual asienta las bases fundamentales de la
estética de lo sublime. En el tratado, en cuestión, el autor aborda la discusión
sobre la naturaleza de la retórica; discusión que se da entre la escuela de
Apolodoro de Pérgamo (Aticista) y la de Teodoro de Gadara (Asianista).
La Escuela Aticista defiende la sobriedad y concisión
en el discurso, ésta responde a una concepción de la lengua como un sistema
acabado e inmutable. La Asianista, por su parte, es partidaria de la
abundancia, la amplitud, la fogosidad y el estilo florido; considera la lengua
como un sistema abierto, a la manera de un organismo vivo que crece e incorpora
nuevos elementos.
Pseudo Longino es partidario de la segunda escuela. Por
ello, para él lo sublime constituye lo más elevado del discurso poético; es el
estilo superior de este arte pensado como grandeza y gravedad.
El tratado en cuestión y el concepto mismo
permanecieron desconocidos durante toda la Edad Media. El concepto de lo
sublime fue redescubierto durante el Renacimiento, y gozó de gran popularidad
durante el Barroco, recuperó cierta notoriedad e influencia en el siglo XVI,
después que Francesco Robortello publicase una edición de la obra clásica en
Basilea en 1554, y Niccolò da Falgano otra en 1560.
Durante el siglo XVII, los conceptos del Pseudo
Longino gozaron de gran estima y fueron aplicados al arte barroco. En 1674, año
en que Boileau-Despréaux traduce el tratado al francés, el mismo es una obra
prácticamente desconocida. La obra fue objeto de varias ediciones durante este
siglo. La más importante fue la de Nicolas Boileau-Despréaux: Tratado de lo sublime o de las maravillas en
la oratoria; que situó al concepto de lo sublime en el centro del debate
estético de la época. Según Boileau-Despréaux, lo sublime es cierta fuerza del
discurso que eleva y seduce el alma, es algo que se dirige al sentimiento más
que a la razón; éste fusiona lo sublime con la belleza acercándolo a la
estética.
El sentimiento
contradictorio por el cual se anuncia y se omite lo indeterminado fue el centro
de la reflexión sobre el arte desde fines del siglo XVII hasta fines del siglo
XVIII. Lo sublime es el modo de la sensibilidad artística que caracteriza a la
modernidad.
En los albores
del romanticismo, la elaboración de la estética de lo sublime por Burke y por
Kant indica un mundo de posibilidades de experimentación artística en el cual
las vanguardias van a trazar sus progresos[1].
En el siglo XVIII, con el Romanticismo, el silencio,
la melancolía y el pavor son constitutivos de lo sublime; éste es considerado
una categoría paralela a lo bello. Lo sublime y lo bello constituyen las
principales categorías de la estética de este siglo. Burke publica, en 1757, Indagaciones filosóficas sobre el origen de
nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello. En el cual asume los
presupuestos de la escuela analítica del empirismo inglés, que reivindica la
sensación como fundamento seguro del conocimiento.
La indagación de
Burke se propone analizar y explicar una experiencia estética que linda en el
terror, el miedo y la sinrazón. Además, de las implicaciones antropológicas,
psicológicas y metafísicas que trae el sentimiento lo sublime: el placer y el
dolor. Las reflexiones y peculiaridades que singularizan a lo sublime en la
obra de Burke han sido prominentes en la época contemporánea. La aportación de
Burke a la estética radica en haber dotado de contenido y diferenciado categorialmente
a lo sublime que parecía excluido de la estética.
Baillie (1747) considera que lo sublime es la
grandiosidad. Diderot, en el Salón de 1767, señala que lo sublime es todo lo
que sorprende al alma, e imprime un sentimiento de temor. Para David Hume, The Tragedy, éste es la elevación y la
distancia.
En 1764, Kant publica sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime
“destinado sólo a tratar la emoción sensible, de que las almas más comunes son
también capaces”[2]. En
1790, sin rechazar la herencia de Burke y conforme al proyecto general de su
filosofía crítica aporta en la Crítica de
la facultad de juzgar una indagación trascendental de la noción de lo
sublime.
Jhon Ruskin[3],
por su parte, considera lo sublime como una categoría propia de lo bello, y éste
recibe los nombres de siniestro y horrendo.
Ese sentimiento contradictorio, placer y
pena, alegría y angustia, exaltación y depresión, fue bautizado o rebautizado,
entre los siglos XVII y XVIII europeos, con el nombre de sublime. En ese nombre
se jugó y se perdió la suerte de la poética clásica, en ese nombre la estética
hizo valer sus derechos críticos sobre el arte, y triunfó el romanticismo, es
decir, la modernidad[4].
Jean-François Lyotard, en el siglo XX, aborda la
temática de lo sublime en La
Posmodernidad (explicada a los niños) y en Lo Inhumano. En estos textos elabora
algunos ensayos sobre lo sublime. Para Lyotard, la característica esencial de lo
sublime es la carencia de forma, que lo diferencia de lo bello que sí tiene una forma definida.
De allí que Lyotard hable de conceptos imposibles de
representación; esto lo ilustra con el ejemplo bíblico que prohíbe esculpir
imágenes de culto en un intento de representar lo absoluto. El autor, por otra
parte, relaciona lo sublime con el poder; por lo que concuerda con Burke, quien
ligaba lo sublime con el terror y el poder monárquico.
¿Para qué tratar sobre lo sublime? Más allá del
interés histórico que indiscutiblemente posee y de la influencia que ha ejercido
en innumerables estetas de la tradición estética. En lo que concierne a lo
sublime, éste ha sido más vigente en los últimos tiempos.
Tratar sobre lo sublime tal vez sirva para analizar los
aspectos irracionales-pasionales que trae consigo este sentimiento directamente
asociado al terror; que es estimulante desde un punto de vista estético, pero
cuando traspasa la frontera de lo estético corre el peligro de tergiversar o
retorcer los estados del alma, al imponer a ésta la emoción concreta y primaria
de los movimientos suspendidos por el asombro y el horror. Que hace que el alma
se sature de este sentimiento volviéndose incapaz de reparar en ninguno más
dejando de razonar sobre lo que la absorbe.
El modo de legitimación del que hablamos, que reintroduce
el relato como validez del saber, puede tomar así dos direcciones, según
represente al sujeto del relato como cognitivo o como práctico: como un héroe
del conocimiento o como un héroe de la libertad. Y, en razón de esta
alternativa, no sólo la legitimación no tiene siempre el mismo sentido, sino
que el propio relato aparece ya como insuficiente para dar una versión
completa.
La relevancia de lo sublime da cabida a la producción
de diversos estudios acerca del tema, entre los más importantes se encuentran
los de: Pseudo Longino, Edmund Burke, Immanuel Kant y Jean-François Lyotard.
Los cuales son el objeto de estudio de este texto, que es una modesta puesta a
punto.
[1] Cfr. J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas
sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 105.
[2] I. Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 133.
[3] Cfr. Wladyslaw
Tatarkiewicz. Historia de seis ideas estéticas, Madrid, Técnos, 1992, pp.
203-206.
[4] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el
tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 98.
No hay comentarios:
Publicar un comentario