Nuestra
semiótica corporal ocupa un lugar privilegiado en nuestras relaciones sociales,
ya que ésta manifiesta diversos instrumentos de transmisión a través de discursos
y mensajes hacia los otros. Es la manifestación no-oral de nuestro lenguaje. Ya
que, en lo personal y social tenemos diversos medios y modos de expresión que
nos caracterizan; y que, además, sigan nuestra manera de interactuar con los
otros.
En este
sentido, es legítimo ser conscientes de nuestra semiología corporal, como
prácticas discursivas de primer orden. Pues debemos considerar la práctica
corporal como una pieza de nuestro patrimonio personal y social, cualquiera
sean las manifestaciones de nuestro cuerpo. En tanto conjunto diferenciado de
expresiones en un universo de interacciones sociales; un complejo repertorio de
expresiones dirigidas a visibilizar y legitimar nuestro estar en el mundo.
Hacemos uso de
un tejido complejo de manifestaciones expresivas, que son significativas e
interpretadas por los otros. A través de nuestra semiótica corporal canalizamos
mensajes con los otros actores sociales, con quienes compartimos situaciones a
diario. En nuestras relaciones sociales confluyen diversos emisores-receptores
de mensajes, con sus diversos modelos de comportamiento comunicativo.
Esta semiótica
compleja, por lo variada, es uno de los indicadores del carácter personal y
social que nosotros reflejamos. Una formación cultural de nuestra historia
personal. Por medio de esta semiología verbalizamos nuestro carácter personal
y, a la vez, social. Todos somos agentes sociales de comunicación, sea
consciente o inconsciente este hacer. Pues asumimos la emisión y recepción de
mensajes dirigidos a otros; aunque estos otros formen parte de nuestro entorno
conocido o no.
Nuestra
semiótica corporal constituye la forma de comunicación más arcaica y más
directa. Pensemos en el cine mudo, por ejemplo, que ante la imposibilidad
temporal de la palabra, asume la semiología corporal y así todos podemos
entender de qué trata la trama de la película, con un mínimo de equívocos. No
obstante, la jerarquía semiótica no se refleja en la conciencia general como un
patrimonio plenamente entendible, de allí los equívocos.
La
corporalidad no es ni está tan clara. Como todo discurso está a merced de las
equivocaciones o de las interpretaciones erráticas. E incluso, nuestra
semiótica corporal puede formar parte de los objetos de consumo; por ejemplo,
esas maneras y modos que asumimos porque están de moda, o que copiamos
inconscientemente de figuras de la televisión o cine. Y que luego resulta
difícil discernir si estos modos pertenecen en primera instancia al cine y
luego copiados por nosotros, o fue el cine quien las copió de la vida.
Cuando nuestra
corporalidad es parte de los objetos de consumo, ésta se concibe como signos
utilitarios, que perecen por el uso mismo o la temporalidad. Allí hablamos de
la artificialidad del uso del cuerpo, a partir de modelos paradigmáticos.
Somos, en tal caso, una imagen especular de otro. Acá nuestra semiótica
corporal termina en el contenedor. Esto explica porque, en muchos casos, nos es
difícil la recuperación de nuestro patrimonio corporal, ya que este ha sido una
impostura.
La impostura
no tiene en sí ni interés emblemático ni histórico, es solo una vaciedad. Existe,
además, escaso interés por recuperar su propia producción corporal. Llegamos,
en este aspecto, a utilizar corporalidades ajenas. Esto parece una conducta ingenua
o una parodia de nosotros mismos. Tal vez, un problema patológico, en los casos
más graves. En tal caso, los resultados son siempre un remedo inferior del
modelo imitado. No hay gestos, solo muecas.
Una verdadera
recuperación de nuestra corporalidad conlleva un reconocimiento verdadero de
nuestra historia, de nuestro patrimonio personal y social. La vigencia de lo
recuperado contiene en sí la efectiva contemporaneidad de mí mismo, de mi yo;
de mi cuerpo como lo que soy. La posibilidad cierta de que soy cuerpo. Por
tanto, recupero y me abro a la legitimidad de mi propia recreación.
La relación
deficiente con nuestro patrimonio corporal se acentúa cuando nuestra actitud
oscila entre el desdén por nosotros mismos y la simpatía por un otro
paradigmático. Algo frecuente en nuestro hacer cotidiano. Pues, a veces, nos
adscribimos a acciones temporales y puestas en un valor social; y negamos, sin
saber, lo que proviene de esa nuestra historia que nos conforma. Proponemos el
descarte y sustitución de nuestro cuerpo.
Otra actitud
es la atracción por lo raro, lo distinto, lo original. Un descubrimiento
temático de reivindicaciones extra-personales. Pero distante de nuestros
códigos semiológicos. Soy, pero no soy. Solo re-lecturas de género menor sobre
nosotros mismos, donde hay muchos de snobismo.
Lo ajeno nos interesa porque satisface cierto placer cultural; porque nos sirve
para marcar y re-marcar cierta distancia con respecto a los otros.
Señalamos lo
nuestro cotidiano como algo obsoleto y ajeno. De este modo, incorporamos
ciertos rasgos a nuestro patrimonio histórico corporal, y convertimos a éste en
un pastiche, en una ironía. En un opuesto a nosotros mismos. Adoptamos una
mirada, una actitud, una corporalidad que no nos pertenece, nos hacemos un
remedo. Una perdida. De allí que sea necesario construir o re-construir nuestra
semiótica corporal con autosuficiencia, que contenga, a la vez, lo personal y
lo social que somos.
PD. En
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buen aporte, gracias
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