martes, 10 de febrero de 2015

LA SEMIÓTICA CORPORAL EN NUESTRAS RELACIONES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Nuestra semiótica corporal ocupa un lugar privilegiado en nuestras relaciones sociales, ya que ésta manifiesta diversos instrumentos de transmisión a través de discursos y mensajes hacia los otros. Es la manifestación no-oral de nuestro lenguaje. Ya que, en lo personal y social tenemos diversos medios y modos de expresión que nos caracterizan; y que, además, sigan nuestra manera de interactuar con los otros.    

En este sentido, es legítimo ser conscientes de nuestra semiología corporal, como prácticas discursivas de primer orden. Pues debemos considerar la práctica corporal como una pieza de nuestro patrimonio personal y social, cualquiera sean las manifestaciones de nuestro cuerpo. En tanto conjunto diferenciado de expresiones en un universo de interacciones sociales; un complejo repertorio de expresiones dirigidas a visibilizar y legitimar nuestro estar en el mundo.

Hacemos uso de un tejido complejo de manifestaciones expresivas, que son significativas e interpretadas por los otros. A través de nuestra semiótica corporal canalizamos mensajes con los otros actores sociales, con quienes compartimos situaciones a diario. En nuestras relaciones sociales confluyen diversos emisores-receptores de mensajes, con sus diversos modelos de comportamiento comunicativo.

Esta semiótica compleja, por lo variada, es uno de los indicadores del carácter personal y social que nosotros reflejamos. Una formación cultural de nuestra historia personal. Por medio de esta semiología verbalizamos nuestro carácter personal y, a la vez, social. Todos somos agentes sociales de comunicación, sea consciente o inconsciente este hacer. Pues asumimos la emisión y recepción de mensajes dirigidos a otros; aunque estos otros formen parte de nuestro entorno conocido o no.         

Nuestra semiótica corporal constituye la forma de comunicación más arcaica y más directa. Pensemos en el cine mudo, por ejemplo, que ante la imposibilidad temporal de la palabra, asume la semiología corporal y así todos podemos entender de qué trata la trama de la película, con un mínimo de equívocos. No obstante, la jerarquía semiótica no se refleja en la conciencia general como un patrimonio plenamente entendible, de allí los equívocos.

La corporalidad no es ni está tan clara. Como todo discurso está a merced de las equivocaciones o de las interpretaciones erráticas. E incluso, nuestra semiótica corporal puede formar parte de los objetos de consumo; por ejemplo, esas maneras y modos que asumimos porque están de moda, o que copiamos inconscientemente de figuras de la televisión o cine. Y que luego resulta difícil discernir si estos modos pertenecen en primera instancia al cine y luego copiados por nosotros, o fue el cine quien las copió de la vida.

Cuando nuestra corporalidad es parte de los objetos de consumo, ésta se concibe como signos utilitarios, que perecen por el uso mismo o la temporalidad. Allí hablamos de la artificialidad del uso del cuerpo, a partir de modelos paradigmáticos. Somos, en tal caso, una imagen especular de otro. Acá nuestra semiótica corporal termina en el contenedor. Esto explica porque, en muchos casos, nos es difícil la recuperación de nuestro patrimonio corporal, ya que este ha sido una impostura.

La impostura no tiene en sí ni interés emblemático ni histórico, es solo una vaciedad. Existe, además, escaso interés por recuperar su propia producción corporal. Llegamos, en este aspecto, a utilizar corporalidades ajenas. Esto parece una conducta ingenua o una parodia de nosotros mismos. Tal vez, un problema patológico, en los casos más graves. En tal caso, los resultados son siempre un remedo inferior del modelo imitado. No hay gestos, solo muecas.

Una verdadera recuperación de nuestra corporalidad conlleva un reconocimiento verdadero de nuestra historia, de nuestro patrimonio personal y social. La vigencia de lo recuperado contiene en sí la efectiva contemporaneidad de mí mismo, de mi yo; de mi cuerpo como lo que soy. La posibilidad cierta de que soy cuerpo. Por tanto, recupero y me abro a la legitimidad de mi propia recreación.

La relación deficiente con nuestro patrimonio corporal se acentúa cuando nuestra actitud oscila entre el desdén por nosotros mismos y la simpatía por un otro paradigmático. Algo frecuente en nuestro hacer cotidiano. Pues, a veces, nos adscribimos a acciones temporales y puestas en un valor social; y negamos, sin saber, lo que proviene de esa nuestra historia que nos conforma. Proponemos el descarte y sustitución de nuestro cuerpo.

Otra actitud es la atracción por lo raro, lo distinto, lo original. Un descubrimiento temático de reivindicaciones extra-personales. Pero distante de nuestros códigos semiológicos. Soy, pero no soy. Solo re-lecturas de género menor sobre nosotros mismos, donde hay muchos de snobismo. Lo ajeno nos interesa porque satisface cierto placer cultural; porque nos sirve para marcar y re-marcar cierta distancia con respecto a los otros.

Señalamos lo nuestro cotidiano como algo obsoleto y ajeno. De este modo, incorporamos ciertos rasgos a nuestro patrimonio histórico corporal, y convertimos a éste en un pastiche, en una ironía. En un opuesto a nosotros mismos. Adoptamos una mirada, una actitud, una corporalidad que no nos pertenece, nos hacemos un remedo. Una perdida. De allí que sea necesario construir o re-construir nuestra semiótica corporal con autosuficiencia, que contenga, a la vez, lo personal y lo social que somos.             



PD. En facebook: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA OBED DELFÍN

Escucha: “PASIÓN Y RAZÓN” por WWW.ARTE958FM.COM (todos los martes desde las 2:00 pm, hora de Caracas)

1 comentario: