jueves, 5 de febrero de 2015

EL SIMULACRO DE NUESTRA EXISTENCIA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

No es extraño que, en nuestra vida, las diversas imitaciones que asumimos terminen con el tiempo por convertirse con un original que posiblemente fuimos. En muchos casos, esta simulación de vida la hemos generado por la imitación de modelos que hemos considerados reales. Ahora, tales modelos no tienen ni origen ni realidad conocida, solo los hemos asumidos y ya.

            La imitación precede nuestra vida. Somos, ente este aspecto, una mera superposición de simulacros. Somos solo hilachas de vida, vestigios de algo aparentemente real que subsiste en medio de su propio desierto. Ya decía Nietzsche, crece el desierto. Un desierto propio que es nuestra irrealidad. Solo intentamos, en este simulacro coincidir con algo real. No obstante, seguimos siendo simulacro.

            Porque en alguna medida, ya no podemos distinguir entre lo real y eso modelo de simulacro que vivimos. Buscamos una coincidencia entre lo real y el simulacro, como señala Baudrillard. Pero tanto la coincidencia, como la diferencia entre lo real y la imitación han terminado por esfumarse. Ni siquiera hay una apariencia. Cómo puede, entonces, haber un ser. Todo termina por ser una hiper-simulación.

            Si  nuestra vida la hemos producido o conformado a partir de modelos paradigmáticos establecidos, entonces podemos repetir el modelo que deseemos. Entramos en una disociación dada por un continuo escindirnos. No hay identidad entre ser y hacer, ni entre ser y ser, ya que cualquier modelo es siempre una posibilidad para ser. En este aspecto, somos o nos conformamos como el producto de una combinatoria de modelos.

            De este modo, construimos nuestro existir liquidando todo referente. Porque en este liquidar hacemos surgir artificialmente un conjunto de signos, que suplantan lo real por signos de aquello que es real. Sin embargo, ya no podemos discernir qué es lo real. En este sentido, solo podemos fingir una realidad que no sabemos si tenemos. Por lo que en este estado estamos ante la ausencia de nosotros mismos.

            No podemos distinguir lo verdadero de lo falso, lo real de lo imaginario. Pues estamos en una constante simulación. Lo que está en juego es el poder de la apariencia, que corroe la realidad hasta cancelar el propio del que se ha generado. Llegamos al momento en que la referencia se satisface en un círculo ininterrumpido sin referencias, la pura vacuidad. Porque la simulación termina por negar incluso el valor de ese sigo o apariencia en que ha devenido.

En esta eliminación de toda referencia, la simulación contiene toda representación que nos hacemos de nosotros mismos; por lo que terminamos, en aquella ausencia, como un simulacro. En este proceso perverso, pasamos ser el reflejo de una realidad; por ser una máscara de una realidad; una ausencia que no tiene que ver con ningún tipo de realidad, de su propia realidad. Pues terminamos convirtiéndonos en un mero simulacro.

En este simulacro de nosotros mismos, este ser que ya no es lo que era hace su aparición la nostalgia del ser que fuimos. La nostalgia cobra todo el sentido del sinsentido. Ahora el sujeto puja por una verdad, por una objetividad, por una autenticidad que no se sabe donde puede tener asidero. Queremos producirnos una realidad y un referente, pero la simulación está presente como estrategia de disuasión de nosotros mismos ante los otros. El sujeto está muerto en su propia simulación.         
       
           El intento de disuasión, producido por aquella nostalgia del sinsentido, es una simulación de sí mismo; por medio del cual trata de preservar la sospecha de su principio de realidad, por lo cual el sujeto se hace, a la vez, un simulacro referencial. Como simulacro es referente de sí mismo. La vacuidad aparece como una dimensión más del hacer del sujeto. Así, todos nosotros somos simulacro.

         Un simulacro que proclamamos una originalidad universal. Estamos, en este sentido, en un mundo vivificado  artificialmente y disfrazado de realidad. Un mundo de simulación, al cual habita un sujeto de simulación. Que alucina una verdad, que es un chantaje de lo real, una simulación de la felicidad. A la modalidad yo original sucede la aparente libertad, la aparente felicidad, el aparente bienestar.

          Con el pretexto de salvar a un original del sujeto, solo construimos desgraciadamente una réplica, que es simulación de la simulación. Un desdoblamiento del simulacro que somos, una reducción que se sustenta en lo artificial. En medio de esta circunstancia, la realidad ni la simulación tiene sentido para nosotros. Por ello, erigimos lo simbólico, como una forma de dar valor y sentido a las cosas, de darnos valor y sentido a nosotros mismos. Pretendemos construir un orden aparente. De allí que debemos construir un mito, que tranquilice nuestra conciencia desventurada y dé sentido acerca de nuestro presente y nuestro futuro.

        Reinventamos lugares y viajes de origen de manera artificial. Recuperamos, a través de de un simulacro, una realidad mediante un subterfugio, mediante una excusa y una excusa artificiosa. Una alucinación mistifica. Decimos botar todo y volver a empezar, pero nada ha cambiado. Vivimos un mundo parecido a un paraíso perdido, más sonriente más auténtico bajo la luz del modelo del simulacro. Como la perfecta escenificación de nuestros placeres y bienestares.        



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