Nuestras
emociones y afectos tienen relación con el tiempo, pues la duración o no puede
alterar a éstos. Por ejemplo, una situación que nos resulta excitante puede
convertirse en aburrida si ésta se prolonga; recordemos que somos seres de
carácter voluble. Otro caso, puede ser la furia que si dura mucho tiempo se termina
convirtiendo en rencor, en furia envejecida y enconada en nuestro ser-hacer.
Nuestros sentimientos,
bien lo sabemos, son unas de las puertas más accesibles a nuestra intimidad no
consciente. De allí, que se haga tanto uso de ellos en las diversas actividades
terapéuticas; ya que se pretende, desde afuera, derribar las puertas de nuestra
intimidad. Se pretende invadirnos en nombre de la felicidad y el bienestar. Si
las puertas permanecen cerradas aparecen diferentes juicios que nos invalidan
como sujetos sintientes.
¿Cómo sabemos que
estamos enamorados, furiosos, aterrados o melancólicos? Por dos aspectos que
tenemos que distinguir. En primer lugar, una cosa es la claridad de la
experiencia. Segundo, otra es la claridad del significado de la experiencia. Como
apreciamos son dos cosas distintas, y requieren dos perspectivas distintas. Tomemos
por ejemplo, el significado de la experiencia de los celos. El celoso sabe que
siente angustia ante la posibilidad —real o ficticia— de que alguien le
arrebate el objeto de su amor; y a partir de esta angustia interpreta la
realidad a su manera. Dado el caso, el mundo del celoso se vuelve amargamente
significativo, implacable y destructivo; porque cada gesto, cada olvido, cada
palabra, cada ausencia de palabra, se convierte en prueba, en corroboración y
demostración de sus sospechas de celo, y por supuesto de su desdicha.
En este
sentido, los sentimientos se convierten en un balance de nuestras
circunstancias. Son un balance y una balanza continúa con los cuales
significamos el mundo, desde varios niveles de profundidad que incluyen mensajes
cifrados, a los cuales imponemos sentidos. Que a la vez nos imponen nuestro
sentido del mundo, no podemos escapar de ellos.
Las emociones son
puntos de llegada y de partida en nuestras vidas. Ellas son resumen y
propensión de nuestro pensar-hacer. Por medio de éstas damos cuenta de nuestras
acciones pasadas y preparamos las acciones futuras, iniciamos así una nueva
tendencia. Nos disponemos, por éstas, para la acción o la inacción; este último
tipo de acción también es un modo de comportarse. Un tanto criticado por las
tendencias operativas de la terapéutica. No obstante, válida en la construcción
o desconstrucción del sujeto.
Por ejemplo,
emociones como el miedo incita a la huida de lo que sentimos que nos amenaza,
el amor al acercamiento hacia el sujeto de deseo, la vergüenza a ocultarnos o
separarnos de los otros. La alegría nos anima a mantener la acción que estamos
realizando, la tristeza nos conlleva a retirarnos o apartarnos de los demás
tras la búsqueda de un consuelo íntimo; la furia nos prepara para el ataque; la
ternura, por el contrario, nos hace propensos a ofrecer las caricias.
Los afectos y
sus derivados conforman el conjunto de todas nuestras experiencias, y tienen un
componente evaluativo a través de nuestras sensaciones de dolor y placer, deseos,
sentimientos. Nuestras sensaciones de dolor y placer están constituidas por
componentes sensoriales, afectivos y cognitivos, cada uno de éstos dependen de
un sistema neuronal distinto, según ha señalado Melzack.
Por su parte,
nuestros deseos son conciencia de una necesidad, de una carencia o de una
atracción que tenemos. Éstos, normalmente, van acompañados de sentimientos que
los amplían y le dan urgencia. Los sentimientos se conciben como bloques de
información integrados, los cuales incluyen valoraciones en las que estamos
implicados; los que nos proporcionan, como señalamos antes, un balance y una
balanza de situaciones y una predisposición para actuar.
En el gobierno
de las emociones, hay que recoger información de fuentes diversas, limpiarla de
ruidos, contrastarla. Esto nos advierte que al estudiar un sujeto es difícil de
comprender como un sentimiento aislado, porque cada uno de nosotros forma parte
de un entramado afectivo muy complejo, que está lleno de sinergias y reciprocidades,
en el que intervienen nuestras creencias, alores, esperanzas y nuestros miedos
conformados en un andamiaje cultural.
En este
momento, nuestra cultura —en un discurso contradictorio— presiona y favorece la
insatisfacción y la agresividad sobre nuestras formas de vida. Nuestra necesidad
de consumo, de innovaciones, de progreso, de felicidad, de bienestar se basa en
una continua incitación al deseo. Esta «pleonexia», que es la proliferación de
los deseos, la avidez de éstos, nos conduce a la idea de que sentirnos satisfechos
es esterilizador. Solo la insatisfacción, esta pulsión de los deseos incita a
la invención, a fluir, a la abundancia, a ser distintos, a ser desde, algo como
poner en un lugar, pero necesariamente no ser ese ser. Así parece que estamos o
condenados al estancamiento —fracasados, según esta tendencia— o a la ansiedad
irremediable del éxito.
PD. En
facebook: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA OBED DELFÍN
Escucha:
“PASIÓN Y RAZÓN” por WWW.ARTE958FM.COM
(todos los martes desde las 2:00 pm, hora de Caracas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario