La colectividad humana a
través de lo social, lo demográfico y económico coexiste en un espacio-tiempo
determinado, estas circunstancias configuran las posibilidades reales de la
condición humana. Tal condición está determinada por las actividades bajo las
cuales el hombre lleva su existencia.
La población rural y
urbana, entre 1936 y 1941, registra mínimas modificaciones. La población es
mayoritariamente campesina, habita en caseríos y está diseminada en chozas, la
que se había ubicado en el ámbito urbano es muy escasa[1]. La
mayoría está mal alimentada, mal vestida, mal alojada. Disminuida en su
capacidad de vida útil por: la ignorancia, el paludismo, el anquilostomo, el
aislamiento, la mortandad infantil y las enfermedades de origen hídrico
diezmaban la población[2]. La
vida cotidiana significa condiciones sociales infrahumanas, Infra-alimentación,
insalubridad enfermedades endémicas y epidemias incontrolables, lo cual
determina la elevada mortandad y el estancamiento en el incremento natural de
la población[3].
Como consecuencia de la
ocupación demográfica impera el latifundismo como sistema de producción. Los
peones y campesinos mantienen una relación de servidumbre. El peonaje al no
tener poder de adquisición se convierte en un libre asalariado y, al depender
de las tierras del amo, su libertad personal es anulada. Las condiciones de
vida de los campesinos sometidos al régimen del peonaje, es decir, la mayoría,
coloca a éstos en “en real estado de servidumbre y, no pocas veces, de esclavitud
disimulada”[4].
La condición del
campesino y del obrero es lo que Hannah Arendt denomina la condición de labor. “Laborar significaba estar
esclavizado por la necesidad, y esta servidumbre era inherente a las
condiciones de la vida humana. Debido a que los hombres estaban dominados por
las necesidades de la vida, sólo podían ganar su libertad mediante la
dominación de esos a quienes sujetaban a la necesidad por la fuerza”[5].
La oligarquía, contraria al
asalariado, se hace libre al someter al peón a la labor; lo que el peón deja tras sí es la libertad del terrateniente
y del oligarca, lo mismo sucede con el obrero que libera al patrón de la labor.
“El animal laborans, llevado por las
necesidades de su cuerpo, no usa este cuerpo libremente como hace el homo faber”[6]
El homo faber es dueño de sí mismo y de
sus actos, no es posible decir lo mismo del animal
laborans quien está sujeto a la necesidad de su propia vida. La labor es destructiva y devoradora de la
misma actividad laborante. En
consecuencia, para el animal laborans
no existe el espacio público, por cuanto éste no es ciudadano, éste carece de
vida pública, de mundo; está excluido de habitar la esfera pública, de la vida
mundana. El homo faber, por su parte,
está capacitado para vivir la esfera pública aunque ésta no sea propiamente la
esfera política[7].
El Juan Bimba, por su
condición de animal laborans, carece
constitucionalmente del derecho al sufragio; en consecuencia, carece de
ciudadanía y no es hombre público; por lo que está excluido de la esfera política.
La oligarquía, por su parte, se apropia del ámbito político reforzando para sí su
capacidad hegemónica por medio del control de todos los procesos demográficos[8].
El homo laborans no está capacitado para llevar a cabo el desarrollo
económico, intelectual, político y social de Venezuela. En consecuencia, el
lopecismo, considera necesario el «aporte de sangre nueva»; por lo que plantea
la necesidad de configurar una población físicamente fuerte, moral e
intelectualmente educada para el desarrollo de una economía próspera por medio
de la inmigración europea. “En buena doctrina de
positivismo político, lo que necesitamos urgentemente es, sin duda alguna, el
mejoramiento del material humano en cantidad y en calidad”[9]
El inmigrante europeo
traería costumbres civilizadas, un alto nivel de vida, hábitos higiénicos,
educacionales y el fermento de una noción elevada de la dignidad humana y la
vida civil[10].
En particular, después de la primera guerra mundial (1914-1918) y estando en
preparación la segunda guerra mundial (1939-1945) en la cual dejaron a Europa devastada
y dieron una excelente demostración de alto nivel de humanidad en los campos
Auschwitz y otros más.
¿Pensaría el lopecismo utilizar a los europeos varones
como sementales, y a las hembras europeas como vientres a cargar para lograr
una buena cosecha de crías? Lo que propone el lopecismo, en última instancia,
es la eugenesia.
El lopecismo, demuestra
tener el mismo complejo, o tal vez un simplejo,
de inferioridad racial de los positivistas latinoamericanos, quienes rinden un
culto desmesurado a la cultura europea como aspecto fundamental de su
servilismo intelectual. La predica de López Contreras, Uslar Pietri y Manuel
Egaña, entre muchos otros, es un predica vacua; lo que ésta muestra es el
profundo desprecio que tienen hacia lo criollo, desprecio fundado en la discriminación
racial y social. El culto lopecista a lo europeo ahonda el desequilibrio en la
psicología colectiva, los europeos como buenos y nobles, los criollos bajos y
malos. El criollo es hundido en el más profundo nivel de inferioridad. Con el
europeo, en cambio, se crea una aristocracia racial que termina denominándose meritocracia.
Para
la consecución del Plan Monumental la inmigración es un factor esencial. Puesto
que ésta contribuiría a la prosperidad económica apuntalada por el petróleo y
aseguraría el porvenir del país[11]. Los
fundamentos del Plan Monumental coinciden plenamente con la tesis de Uslar
Pietri, para quién: “la condición previa de todo
paso efectivo de progreso es la canalización de una gruesa corriente
inmigratoria que transforme y eleve el nivel de nuestra población actual ponga
a Venezuela en el pórtico de una era de progreso verdadero que le permita
igualarse con los pueblos más avanzados del Continente. Antes que todo,
Venezuela necesita inmigración”[12].
Sin
inmigración no era posible llevar a cabo el Plan Monumental. Porque el Juan
Bimba no era un ser apto ni contribuía de ninguna manera al progreso del país.
[1] Cfr. Oscar Battaglini. Legitimación del
Poder y Lucha Política en Venezuela 1936-1941, Caracas, Universidad Central de
Venezuela, 1993, p. 44.
[2] Arturo Uslar Pietri. Venezuela en el
petróleo, Caracas, Urbina & Fuentes editores, 1984, p. 52.
[3] Cfr. Federico Brito Figueroa. Historia
económica y social de Venezuela, Tomo II, Caracas, U. C. V., 1996, p. 403.
[4] Ibid., pp. 494-495.
[5] Hannah Arendt. La condición humana,
Barcelona, Editorial Seix Barral S. A., 1974, p. 117.
[6] Ibid., p. 160.
[7] Cfr. Ibid., pp. 213-214.
[8] Cfr. Marcos Negrón. “Territorio y sociedad
en la formación de la Venezuela contemporánea 1920-1945”, El Plan Rotival (la
Caracas que no fue) Caracas, U. C. V., 1991, p. 26.
[9] Critica (editorial) “Gobierno y época del
Presidente Eleazar López Contreras”, El pensamiento político venezolano del
siglo XX, Vol. 27, p. 460.
[10] Cfr. Arturo Uslar Pietri. Venezuela
necesita inmigración, Caracas, Boletín de la Cámara de Comercio de Caracas,
1937, p. 18.
[11] Elbano Mibelli. “Plan Monumental de
Caracas”, Revista Municipal del Distrito Federal, p. 17-19.
[12] Arturo Uslar Pietri. Op. cit., p. 13. La
inmigración es un precepto constitucional consagrado en el Artículo 32, numeral
8º, apartado 3, de la Constitución de 1936.
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