viernes, 31 de enero de 2025

EL METRO Y EL CONCILIO DE TRENTO


 

Cuando entré esta tarde al vagón del Metro en Bellas Artes la temperatura rondaba, mínime, por los 60 grados centígrados. Cuando eso pasa pienso que esos vagones van directo a Auschwitz. Así no más.

Con ese nivel de temperatura, y como es natural, no puede faltar el esquizoide del predicador. Ese que nos anuncia que ya las puertas del infierno están de par en par para recibirnos por todo lo alto. Es algo alentador tal discurso religioso.

Pero hoy, además del esquizofrénico de turno, estaba una vieja que le refutaba las vainas al carajo. Aquello más que un viaje en Metro parecía un concilio teológico. El carajo decía algo y la vieja le decía que tenía en demonio dentro. Cada uno elevaba la voz más que el otro.

Una escena de Tarantino. La vieja reprendía al predicador y éste esgrimía algún versículo bíblico. Ni en el Nombre de la Rosase ve una vaina así. El predicador refutando las impertinencias de la vieja decía:

—Quién le ponga trompiezo a la palabra del señor…

Esa vaina debe estar escrita en arameo o en un griego muy antiguo, pensé yo. Claro uno no sabe nada de esas disquisiciones teológicas, mucho menos de la palabra escrita en la lengua divina, como para venir a opinar sobre el tema.

—Porque quién le ponga trompiezo a la palabra del señor…

Repetía el predicador.

Que como todo predicador se pone a modo predicador; asume un tipo de voz y un modo particular de gritarle la palabra del señor a los que no le paran bolas.

Menos mal que eran dos estaciones. Porque cuando el Metro está a esos niveles de temperatura yo me bajo en la estación Plaza Venezuela, no vaya a ser que me debe un veri veri.

Uno sale con las vedijas sudá.

Y calándose a esa parranda de desquiciados la vaina se pone intensa, y no de mente. La vieja se bajó también en Plaza Venezuela y desde el andén le gritaba al predicador:

—¡Arrepiéntete! ¡Arrepiéntete!

Un poco más y llaman a Linda Blair.

El Metro se ha convertido en un recoge locos, se ha convertido en la Stultifera Navis de Caracas.

No he dicho nada del perro que andaba por el andén y del loco que carga con un cachorro de perro. Éste no dijo nada cuando se montó al vagón, incluso se fue rápido para otro vagón. Porque la discusión religiosa no daba cabida ni siquiera a los vendedores de caramelos.


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