Nuestro origen
son los pueblos originarios: los jirajaras, los wayuu, los pemones, los gayones,
los yekuanas, los ayomanes y otros pueblos más son nuestro origen. Estamos, sin
darnos cuenta, tergiversando nuestra historia cultural. Incluso en Youtube hay
un video que habla del origen de los venezolanos; nombra a europeos y
africanos, pero no a los originarios de esta tierra. Como si estos pueblos no
fuesen parte de la cultura y del gentilicio venezolano.
Nosotros en
nuestro origen somos cobrizos. Somos el continente de piel cobriza, eso que los
gringos llaman piel roja. Pero no es roja es cobriza. No morenos, ni blancos,
ni negros, esos llegaron luego.
Ni el negro ni el
europeo son nuestro origen. El europeo es un conquistador. El negro es un
allegado, forzado sí, a este continente que no tiene nombre propio. Creo que
ninguno lo tiene. La cultura africana, una pequeña parte del África atlántica u
occidental, la trajeron forzada y se junto a la cultura española. La otra ya
estaba y era múltiple, como lo es en todos los continentes. Esa que es la
nativa, la del lar; la que parece más olvidada, particularmente, en la región
central. Tal vez, porque en esta región del país casi desaparecieron. Se ven
pocos rasgos nativos propios de la región central.
No así en el
occidente, ni en los llanos, muchos menos al sur ni en oriente del país. Solo
la región central se aferra a la cultura africana de la música y el tambor, que
no es exclusivo de África. Pues en la Amerindia existan ¨los tambores de barro
prehispánicos que son instrumentos de percusión con estructura de barro y
parche de piel, los cuales datan de la época prehispánica en Mesoamérica y
Aridoamérica¨.
El toque de
tambor africano tanto de las fiestas de San Juan como de San Benito son materia,
por eso gusta tanto. Porque dan rienda suelta a la estética. Por el contrario,
los instrumentos prehispánicos como ¨las flautas de barro, de hueso o de caña; las
ocarinas de cerámica y los vasos que emitían silbidos; las trompetas de madera
y conchas marinas, caparazones de tortuga, sonajas hechas de jícaras y los
raspadores de hueso¨, no pertenecen a la materia. Por eso su apreciación es más
difícil.
Lo afrovenezolano
o afroamericano lo entiendo a medias. Primero, porque me da la impresión de que
no queremos ser americanos, Cuatro siglos después queremos ser africanos, ¿De
qué manera? Segundo, porque parece que queremos forzar una cultura que se
perdió en el mestizaje, en el olvido del desarraigo y no es recuperable; por
más buena voluntad que se quiera tener. Solo quedan vestigios, a los cuales
queremos aferrarnos.
Ahora somos
americanos y, en nuestro caso, venezolanos. Somos americanos, americanos del
sur. Esa es nuestra puta identidad. Aquí no tenemos a África, ni a Europa. Sin
embargo, si tenemos a nuestros aborígenes, a esas mujeres y esos hombres del
origen, de piel cobriza. Están aquí y ahora. Somos contemporáneos y convivimos.
Ellos no son ninguna antigüedad, son un presente. Son el día a día igual que
nosotros.
Ellos son la
América y mucho antes de que ésta fuese llamada de esa manera ya ellos eran. Ya
no hay pureza y nunca la hubo en ninguna parte. Somos mezclados aquí y allá.
Pero son mezclas diferentes. Somos los hombres de maíz y papa, con cara a dos
océanos. Nos gusta lo nuevo. Somos un mundo viejo, nunca hemos sido un nuevo
mundo, porque cuando en el Gran Fértil se daba el proceso civilizatorio acá eso
también ocurría.
Ellos son
contemporáneos de las estrellas. Y, sin embargo, sus dioses han desaparecido.
Aparentemente no se volvieron sincréticos ni se escondieron en la nueva
religión. ¿Qué se hicieron sus dioses? ¿Su mitología? ¿Su concepción de la
creación del mundo? ¿Dónde están? ¿Dónde los guardan? ¿Por qué no admiramos ni
vemos sus procesiones? Solo se cuentan que hubo algunos encuentros o
apariciones religiosas, que parecen más inventos de proselitistas que una
realidad.
Me refiero a los
de nuestro país.
Debemos
reconsiderar cuáles son nuestros orígenes, porque son varios en la cultura, en
la Colonia, en la Conquista, en la religión, en la República. Porque el origen
no es uno. Siempre nos estamos originando con esos reductos que quedan aquí y
allá. Eso que llamamos memoria, tradición, historia. Sin embargo, estamos
condenados al presente. Y este presente es una multitud que se llama América.
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