martes, 11 de junio de 2024

AB-ORIGEN


 

Nuestro origen son los pueblos originarios: los jirajaras, los wayuu, los pemones, los gayones, los yekuanas, los ayomanes y otros pueblos más son nuestro origen. Estamos, sin darnos cuenta, tergiversando nuestra historia cultural. Incluso en Youtube hay un video que habla del origen de los venezolanos; nombra a europeos y africanos, pero no a los originarios de esta tierra. Como si estos pueblos no fuesen parte de la cultura y del gentilicio venezolano.

Nosotros en nuestro origen somos cobrizos. Somos el continente de piel cobriza, eso que los gringos llaman piel roja. Pero no es roja es cobriza. No morenos, ni blancos, ni negros, esos llegaron luego.

Ni el negro ni el europeo son nuestro origen. El europeo es un conquistador. El negro es un allegado, forzado sí, a este continente que no tiene nombre propio. Creo que ninguno lo tiene. La cultura africana, una pequeña parte del África atlántica u occidental, la trajeron forzada y se junto a la cultura española. La otra ya estaba y era múltiple, como lo es en todos los continentes. Esa que es la nativa, la del lar; la que parece más olvidada, particularmente, en la región central. Tal vez, porque en esta región del país casi desaparecieron. Se ven pocos rasgos nativos propios de la región central.

No así en el occidente, ni en los llanos, muchos menos al sur ni en oriente del país. Solo la región central se aferra a la cultura africana de la música y el tambor, que no es exclusivo de África. Pues en la Amerindia existan ¨los tambores de barro prehispánicos que son instrumentos de percusión con estructura de barro y parche de piel, los cuales datan de la época prehispánica en Mesoamérica y Aridoamérica¨.

El toque de tambor africano tanto de las fiestas de San Juan como de San Benito son materia, por eso gusta tanto. Porque dan rienda suelta a la estética. Por el contrario, los instrumentos prehispánicos como ¨las flautas de barro, de hueso o de caña; las ocarinas de cerámica y los vasos que emitían silbidos; las trompetas de madera y conchas marinas, caparazones de tortuga, sonajas hechas de jícaras y los raspadores de hueso¨, no pertenecen a la materia. Por eso su apreciación es más difícil.

Lo afrovenezolano o afroamericano lo entiendo a medias. Primero, porque me da la impresión de que no queremos ser americanos, Cuatro siglos después queremos ser africanos, ¿De qué manera? Segundo, porque parece que queremos forzar una cultura que se perdió en el mestizaje, en el olvido del desarraigo y no es recuperable; por más buena voluntad que se quiera tener. Solo quedan vestigios, a los cuales queremos aferrarnos.

Ahora somos americanos y, en nuestro caso, venezolanos. Somos americanos, americanos del sur. Esa es nuestra puta identidad. Aquí no tenemos a África, ni a Europa. Sin embargo, si tenemos a nuestros aborígenes, a esas mujeres y esos hombres del origen, de piel cobriza. Están aquí y ahora. Somos contemporáneos y convivimos. Ellos no son ninguna antigüedad, son un presente. Son el día a día igual que nosotros.

Ellos son la América y mucho antes de que ésta fuese llamada de esa manera ya ellos eran. Ya no hay pureza y nunca la hubo en ninguna parte. Somos mezclados aquí y allá. Pero son mezclas diferentes. Somos los hombres de maíz y papa, con cara a dos océanos. Nos gusta lo nuevo. Somos un mundo viejo, nunca hemos sido un nuevo mundo, porque cuando en el Gran Fértil se daba el proceso civilizatorio acá eso también ocurría.

Ellos son contemporáneos de las estrellas. Y, sin embargo, sus dioses han desaparecido. Aparentemente no se volvieron sincréticos ni se escondieron en la nueva religión. ¿Qué se hicieron sus dioses? ¿Su mitología? ¿Su concepción de la creación del mundo? ¿Dónde están? ¿Dónde los guardan? ¿Por qué no admiramos ni vemos sus procesiones? Solo se cuentan que hubo algunos encuentros o apariciones religiosas, que parecen más inventos de proselitistas que una realidad.

Me refiero a los de nuestro país.

Debemos reconsiderar cuáles son nuestros orígenes, porque son varios en la cultura, en la Colonia, en la Conquista, en la religión, en la República. Porque el origen no es uno. Siempre nos estamos originando con esos reductos que quedan aquí y allá. Eso que llamamos memoria, tradición, historia. Sin embargo, estamos condenados al presente. Y este presente es una multitud que se llama América.


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