lunes, 24 de agosto de 2020

DESCAPITALIZACIÓN CÍVICA


La polarización, la intolerancia y los comportamientos hostiles hacen que los comportamientos cotidianos se distorsionen y generan la falta de cortesía en los espacios públicos. Las personas ya no saludan por cortesía, pues cada quien está en lo suyo. En muchos ambientes las peroratas y los comportamientos cotidianos cada día resultan más agresivos. ¿Por qué esto?

En el caso de Venezuela se da por la frustración política y económica reinante. Cualquier polémica puede terminar, y los más seguro es que termine, apelando a la falacia “Ad hominem”, llamando al otro chavista o escuálido. Con esta actitud  se cierra toda posibilidad de seguir hablando, buscar entender qué es lo que está sucediendo y cómo pretender alcanzar una alternativa de solución. Ya que todo está teñido por el resquemor político, el caso Maradona es emblemático.    

Las conversaciones en las cuales no tenemos puntos de vistas concordantes no se dirimen con una actitud de amigos, sino de acérrimos enemigos. Los desacuerdos políticos son fatales, producen rupturas a cualquier nivel, es mejor callarse y no emitir opinión. Intentar comprender algo en política entre simpatizantes de los bandos opuestos es imposible, cada quien tiene la verdad y el otro es un imbécil o ignorante.

El desacuerdo político tiñe el espectro de cualquier conversación. Al primer indicio, lo más recomendable es callarse y si es posible irse para otro lugar. Hoy en día es imposible la conversa ciudadana. Pues corremos el riesgo de ser insultados o ser tratados como parias, en caso de llegar a emitir una opinión que no les guste a los demás, ya que pueden ser simpatizantes de algún bandos político.

Estos rasgos del actual comportamiento de los venezolanos muestran el declive del capital social, el cual se refiere a la construcción de nuestras relaciones sociales que se fundan en las normas de reciprocidad y confianza. El capital social está estrechamente relacionado con la virtud cívica, la cual tienen que ver con la confianza, las amistades, las relaciones de pertenencia a grupos sociales, la ayuda que se da y la que se puede recibir. Todos estos elementos se construyen mediante la participación en diversos grupos sociales, y esto está fracturado.

Al participar en cualquier actividad social fomentamos la reciprocidad mutua, ya que hacemos cosas por y con otras personas, confiamos en ellas y sabemos que los demás pueden hacer cosas por nosotros, en caso de necesitarlos. No obstante, la participación en grupos presenciales ha disminuido desde los tiempos de la aparición del televisor en casa. Ahora se ha incrementado con la presencia de internet y los teléfonos móviles, pues hacemos más énfasis en las actuales redes sociales virtuales. En las cuales, aunque podemos ver y oír a los demás, no se da la presencia física y esto genera un vacío de interacción real.

Este alejamiento físico produce el declive del capital social y el auge de la comunicación que no requiere la presencia cara a cara. Esto va en detrimento de la comunicación personal. La presencia de internet, los teléfonos móviles y las redes sociales ensancha las posibilidades de la descapitalización social, a la vez que ensancha el apogeo de las formas virtuales de comunicarnos.

La información y la comunicación cara a cara han disminuido, y con ellas disminuye la semiótica corporal. No pensemos en personas que han tenido que emigrar, sino en personas que viven en el mismo sector y se comunican cada vez más seguido vía digital que presencial. El hablar entre nosotros de manera presencial va siendo mermada por esta forma mediada, aunque podemos comunicarnos más fácilmente y de manera más seguida dejamos de lado el contacto físico. Lo cual genera cierta disfuncionalidad social y emotiva.

Aunque permanecemos en contacto a través de internet con los teléfonos inteligentes, iPods, estos son en realidad medios solitarios y no sociales. Son intercambios en nichos seguros y asépticos que seleccionamos individualmente, igual que seleccionamos lo que deseamos ver y oír. Si algo nos molesta en la comunicación virtual nos desconectamos o eliminamos a la otra persona. En este tipo de comunicación no se da la práctica de la tolerancia ni del intentar entendernos mutuamente, porque podemos ejercer la actitud de excluir a los demás de manera imperativa.  

Una de las consecuencias de este apartamiento social y emocional es que tendemos a confiar menos en los demás, y a ser cada vez más proclives a no compartir e intercambiar con otras personas. Tal actitud exacerba nuestro comportamiento asocial y la virtud no cívica, nos convertimos en una entidad aislada y hundida. Naufragamos en nosotros mismos.

El mal uso de internet disminuye el conjunto existencial de nuestras relaciones sociales; aunque hacemos uso de él para preservar nuestro arcaísmo social nos falta el contacto cara a cara. Al sumergirnos en internet propiciamos la caída de nuestros diversos contactos humanos y no porque seamos no-participativos, sino porque nos aislamos sin darnos cuenta.

Tal separación del mundo social se da porque consideramos que en internet hay cosas mucho más interesantes que en la calle y en el barrio donde vivimos, porque podemos hacer amistad con personas de cualquier parte del mundo y no solo con los cuatro gatos del barrio que ya conocemos. Pero la verdad de las redes sociales es que estamos solos ante un equipo de alta tecnología.

En esta soledad vamos perdiendo la capacidad de relacionarnos unos con otros. Perdemos la posibilidad de ver las caras y los movimientos corporales de los demás, de oír sus voces y entender o no lo que nos quieren transmitir. Perdemos nuestras virtudes cívicas, nuestras virtudes ciudadanas, esto es, nuestro capital social, al relacionarnos como si fuésemos meros algoritmos en una pantalla o como simples voces en un teléfono.

La intimidación social genera un tipo de comportamiento más mesurado que la protección de la no-presencia, y  a su vez ha sido la causa de los mecanismos de diálogo y entendimiento que dan paso a la funcionalidad social y emocional en tanto individuos sociales.

Ante la persona que está a un metro de distancia de nosotros, a quien vemos y escuchamos, tendemos a asumir disposiciones sociales, emocionales, corporales particulares y distintas; nos refrenamos de no ser groseros y tratamos de ser corteses. En el medio digital no. La distancia y la no-presencia nos protegen, por eso podemos asumir actitudes intolerantes y groseras.

En la seguridad que nos da la no-presencia, las personas quedan reducidas a meras palabras o escritos en una pantalla y por ello perdemos la inhibición social de la cortesía y la tolerancia, por eso nos convertirnos en sujetos groseros. Pues es mucho más fácil mostrarnos descorteses y desdeñosos en la seguridad de la comunicación digital, donde nuestro físico no corre ningún peligro.

Una vez que nos hemos acostumbrado a ser agresivos a distancia, también nos puede resulta más fácil seguir siendo agresivos ante cualquier persona de carne y hueso, pues extrapolamos nuestro comportamiento al mundo real sin darnos cuenta.

Debemos estar atentos a las formas virtuales de relacionarnos. Aunque con ellas buscamos preservar nuestro arcaísmo social generamos diversos tipos de comportamientos que pueden ser inadecuados, uno de ellos es la pérdida del capital social y de la virtud cívica; las cuales históricamente la hemos cultivado por medio del roce presencial y no virtual. Ya que es útil la experiencia de tener trato directo con una amplia diversidad de personas y de reflexionar sobre ellas.

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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