sábado, 16 de abril de 2016

DE LA BIOGERENCIA A LA PSICOGERENCIA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Películas, novelas, músicas, discursos, conferencias… Todo sirve de pretexto para celebrar la emoción. El éxito de las anteriores manifestaciones culturales se basa fundamentalmente en el ambiente emocional que suscitan. Lo emocional se empareja ahora con el cociente intelectual, patrón de referencia para la educación. Pues se buscaba conocer y medir el cociente intelectual para conocer el alcance educativo, laboral, social de la personal. A partir de éste que se perfilaba la orientación y los escalafones que podía alcanzar la persona; se preveían las puestas que se abrirían o se cerrarían ante cada quien. Es relevante tener en cuenta que, en nuestros días, es el cociente emocional con el que se intenta medir lo que antes se medía con el cociente intelectual. Porque estos da otra perspectiva sobre el mundo, en general.

Artículos, investigaciones y gestión de recursos humanos encuentran ahí su fuente de inspiración. Esto merece atención, porque en el nuevo imaginario se está forjando a partir del factor emocional, y éste ocupa un lugar destacado. Para evaluar este retorno al afecto, es importante tener presente que la visión eurocentrica se basaba en la valoración, e incluso hiper-valoración, de la razón soberana. En este sentido, para el sujeto moderno lo que prevalecía era el libre examen y el pensamiento crítico. Un libre albedrío que obedecía exclusivamente a la razón.

Esto es lo que se impone como ideal insuperable, restrictivo para todos y cada uno. El concepto del contrato social se elabora a partir de la supremacía del individuo racional, que piensa de una manera autónoma y es dueño de sus emociones; por eso es capaz de contratar con otros individuos, quienes también poseen estas mismas cualidades.
Los logros del mundo moderno se fundamentan en la razón y en la racionalidad de los individuos. Sin embargo, al mismo tiempo su crisis tiene posiblemente las mismas causas. No es la primera vez, que la decadencia de una sociedad tiene su causa en la saturación del racionalismo del cual se nutría.

La crisis en una sociedad se da cuando ésta deja de ser consciente de lo que es, y entonces pierde la confianza en lo que es. Es en este momento, cuando se expresa una visión más compleja y completa de la condición humana. No ya el individuo que sólo reconoce en sí mismo el aspecto intelectual; sino que se reconoce como persona plural, que junto con lo cognitivo valorara los afectos, las emociones y las pasiones. Esto es lo que está caracterizando el espíritu de la época.

No asombra que se busque calcular el cociente emocional. Se pretende cuantificar lo que pertenece a la categoría de lo imponderable. Sin embargo, se trata de un síntoma interesante. Así se concibe al animal humano como un sujeto traspasado por pulsiones que hacen que sea lo que es, y no solo un sujeto racional. Lo emocional se va apoderando, poco a poco, todos los ámbitos de la vida social, personal, laboral, educativa...

Las empresas y sus gerentes han aprendido que no pueden gestionar los recursos humanos a partir de los vestigios del racionalismo imperante, reglas que constituían el fundamento de todas las escuelas de gestión. Lo cualitativo emocional se ha impuesto. A partir de entonces se ha tenido en cuenta la noción de los equipos afectuales o emocionales. Ya no se desdeñan las afinidades afectivas. En definitiva, se ha considerado lo humano en toda su plenitud y complejidad.

El factor emocional se manifiesta, asimismo, en el marketing, en la publicidad; éstas ya no se dirigen solo al intelecto del consumidor, sino a la totalidad de sus sentidos. De allí el éxito neuromarketing. Se trata de una de las características fundamentales de la cultura publicitaria. Se plantea, cómo movilizar el inconsciente colectivo, con el fin de incitar en el consumidor el efecto de la pulsión afectiva que lo predispone a la compra y lo incita al consumo.

Encontramos, la emocionalidad en múltiples campañas y ámbitos que permean la vida social. Por ejemplo, cuando se pretende es persuadir la atención de la población sobre tal o cual causa humanitaria, sobre los padecimientos animales, sobre las catástrofes naturales, sobre la depresión, sobre las relaciones interpersonales y sociales, se pone el acento en las emociones comunes. Los nuevos gurús posmodernos saben «poner el dedo sobre la llaga emocional». El verbo sensibilizar comprime nuestra época. Se pone el empeño en suscitar la emoción común, la emocionalidad colectiva y personal.

El factor emocional se manifiesta incluso en el ámbito de lo político, hasta entonces considerado ámbito de la razón. Resulta evidente sea cual sea la tendencia política de izquierda, conservadora o de derecha, ahí está la comunicación emotivista. El look, la puesta en escena y el espectáculo predominan las campañas electorales y las congregaciones políticas. La consecuencia es que lo político no busca convencer, sino seducir, es publicidad emocional. El desplazamiento de la convicción a la seducción es lo que determina el debate político contemporáneo.

El retorno masivo a lo emocional constituye el elemento referente de la decadencia de la modernidad. No obstante, el final anuncia un renacimiento, el acabamiento de un mundo no es el fin del mundo.

Tenemos que atender que el término emocional, en contraste con la utilización mercantil que hacen de él los gurús apresurados, no remite a una categoría psicológica. El término emotivo, en este caso, constituye una proximidad de la comunidad. En este sentido, lo emocional es un estado de ánimo colectivo, una atmósfera común.

Representa un espíritu de la época. Un ambiente clima algo vaporoso, un punto impalpable; que determina lo que éste es y la manera de relacionarse con los otros. Lo emocional en esta función contagiosa es el retorno del aspecto comunitario en la vida social. El cual permite captar más allá de la decadencia del racionalismo moderno, el retorno al principio vital del estar-juntos. Expresa, entonces, la integración de las capacidades humanas, esto es, la integración de la razón y de la dimensión afectiva-emocional.


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