El mundo como
interpretación es un mundo sin asideros fijos a los cuales poder agarrarse, es
un universo sin apoyos definitivos. Lo cual hace que éste sea un andar sin
seguridad posible. Vivir en un entorno que es interpretación supone habitar en
la incertidumbre, en el que las verdades definitivas han desaparecido. Esto nos
hace libres, pero a la vez inciertos.
En este andar
lo propio de la existencia consiste en no tener nada propio, por ello existir
es interpretar. En donde no hay una definición definitiva. En este sentido, el sujeto,
como ha dicho Sartre, es un proyecto no terminado, pues mientras vive es tarea
para sí mismo y de sí mismo. Este estar inacabado pertenece a la condición
humana. El ser sujeto consiste en inventarse, en construirse, en devenir. Vivimos
interpretando, creando y recreando las distintas historias que entretejen
nuestras circunstancias, nuestra identidad y las relaciones con los demás.
Siempre
estamos en el camino, como diría Kerouac. Interpretar significa arrancarse de
toda determinación definitiva, de-construir lo simbólico para reconstruir una
nueva simbólica que parte de una historia, de un contexto particular. Por eso
el intento de responder a ¿qué es el sujeto? Conlleva a situar al individuo en
unas circunstancias particulares, en un espacio-tiempo de una tradición
simbólica particular.
Que el sujeto
pertenece a un espacio-tiempo determinado significa que es contingente, que
puede suceder o no suceder. Que hay la posibilidad de una disponibilidad.
Comenzamos a existir a partir de un punto X, donde se dan elementos de la
existencia que resultan disponibles o no. En unos casos existen elementos sobre
los cuales no puedo decidir: el lugar de mi nacimiento, mi familia, mi la
lengua materna... En este sentido, ciertas interpretaciones, referencias, historias
que fabricamos sobre nosotros mismos son creadas a partir del otro, no las
construimos absolutamente a partir de nosotros mismos.
El sujeto en
el aquí y ahora está conformado por su pasado, no puede escapar de él. La
capacidad de construir y reconstruir que tiene el individuo se da a partir de
aquello que le viene dado, su pasado, sus circunstancias, su devenir. Y en esto
es contingente. Conformarse en la contingencia es esencial al ser humano, de
allí que yo no pueda eliminar mi contingencia, ésta me constituye. Siempre me comporto
de un modo u otro según la contingencia que vivo, y jamás puedo superarla del
todo. Si el sujeto llegara a superar de modo absoluto la contingencia dejaría
de ser humano. Absolutizar al individuo supone,
entonces, divinizarlo.
Desde este
punto de vista, la conformación del sujeto es una suerte de trato con la
contingencia, es la forma en que cada individuo se enfrenta a su contingencia,
y le da sentido a ésta. En este aspecto, la persona tiene la voluntad de
decidir lo que es y lo que quiere ser, aunque siempre tendrá que enfrentarse a
un conjunto de circunstancias. Lo que hace que tal afirmación sea una certeza a
medias.
Como he
señalado antes, la decisión sobre lo que soy tiene sentido a partir de las
relaciones que establezco con lo que ya soy. Buena parte de mis decisiones,
sobre lo que quiero ser, se configuran a partir de la interpretación que consigo
establecer con mi modo de ser en el mundo, con mi situación espacio-temporal
que no he elegido y me ha sido dada. Esta es mi contingencia.
De este modo, no
hay la posibilidad de una elección absoluta. Ya que somos finitos, existimos
como seres en camino, pero estar en camino quiere decir estar en “un” camino,
que en mayor medido, dentro de mi responsabilidad, de la construcción de mí
mismo, he decido. En este camino establezco narrativas propias, me enredo en
historias mías y de otros. Me conformo en un ser que vive entre la tensión de “lo
que hago” y “lo que me sucede”.
Soy un ser
contingente, histórico, existo en un tiempo y un espacio, soy un proyecto a
futuro que tiene un pasado, en el cual no estoy completamente fijado. En la
medida en que soy capaz de dar un sentido a mi contingencia, de intervenir en
mi presente con miras al futuro estoy innovando, me estoy proyectando. Todo
proyecto depende, en mayor o en menor medida, de las circunstancias que cada
uno vive, de su tiempo y su espacio, de la situación de su tradición.
En esta
tensión entre mi pasado (lo que se ha dado) y mi futuro (lo que deseo)
configuro mi presente. En mi presente estoy entre uno y otro. En esta tensión
soy mis contingencias y las casualidades que mis elecciones. A veces lo
contingente no lo puedo cambiar, pero sí puedo cambiar las relaciones que
establezco con lo que me ha sido legado. No obstante, puedo cambiar la forma
que le doy a mis contingencias, la manera de configurarlas.
Este conjunto
de historias que somos pueden entenderse como formas de configurar el sentido
del espacio-tiempo de cada vida. La configuración del sujeto tiene el propósito
de situar a éste en un mundo-con-sentido, de ubicarle simbólicamente en su
tiempo y espacio. Esta conformación de sentido en el espacio-tiempo personal
está en crisis. Pues ni el presente del pasado ni el presente del futuro encuentran
sentido en el interés de los hombres y las mujeres. La crisis se manifiesta en
lo simbólico, sea el espíritu, el cuerpo, lo otro, las relaciones conmigo mismo
y los demás.
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