El
siglo XX es la interpretación filosófica del sujeto como lenguaje. Aunque no es
la única interpretación del sujeto, pues la filosofía no es ni ha sido
monolítica al respecto. No sería filosofía si tal cosa llegara a suceder. De la
interpretación del sujeto como lenguaje, la biogerencia ha hecho uso y abuso de
la misma, por diferentes causas; ya que le ha resultado de mucho beneficio al
desarrollo de sus propósitos.
La
interpretación del lenguaje como parte incita del sujeto no es algo nuevo. Ya
esto lo sabían los sofistas, quienes dedicaron sus enseñanzas del lenguaje
durante el mandato de Pericles y de la democracia ateniense. Platón, por su
parte, dedica el diálogo “Crátilo” a este asunto; Aristóteles lo aborda en la
“Retórica”. Así mismo lo harán los retóricos romanos, por ejemplo, Cicerón,
Marco Fabio Quintiliano. La tradición medieval es prolija es los asuntos del
lenguaje, desde el punto de vista del “Órganon” de Aristóteles. Luego en la
Edad Moderna podemos mencionar a John Locke con su “Ensayo sobre el
entendimiento humano”. Hasta llegar a nuestros días. Pero, repito, ésta es una
interpretación dentro del corpus
filosófico.
Ya
en el siglo XX, la interpretación del lenguaje alcanza otros niveles y abre las
puertas a la interpretación del sujeto como lenguaje tal como se maneja en la
biogerencia. Los trabajos de lógica matemática de Gottlob Frege son
fundamentales; la “Principia Mathematica” de Alfred North Whitehead y Bertrand
Russell sienta definitivamente las bases de la lógica formal. El Círculo de
Viena —Positivismo Lógico— hará su gran aporte a través de las figuras de
Moritz Schlick, Rudolf Carnap, Otto Neurath, Hans Reichenbach, Kurt Gödel,
Alfred Tarski, A. J. Ayer; entre otros grandes pensadores.
En
la tradición de la lógica-matemática y la filosofía de lenguaje se inserta el
“Tractatus logico-philosophicus” de Ludwig Wittgenstein, cuya tesis fundamental
es la estrecha vinculación entre el lenguaje y el mundo. Donde el autor señala
«los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Como podemos
apreciar, en estos casos mencionados, la interpretación del siglo XX está en el
marco de la lógica-matemática y la filosofía.
La
interpretación ontológica del sujeto como lenguaje la llevará a cabo Martin
Heidegger en “Ser y tiempo”. Al haber re-interpretado la expresión de
Aristóteles de que el “hombre es un animal racional”, donde el Estagirita usa
el término griego de “logos”, que se
interpretó como racional. Heidegger, por el contrario, interpreta “logos” como habla, lenguaje. Por lo
cual, la interpretación heideggeriana de Aristóteles dirá que el hombre es un
animal del lenguaje, de hablar. Lo cual ha signado el siglo XX como la
interpretación del sujeto como lenguaje.
De
la interpretación del sujeto como lenguaje se ha apropiado la biogerencia, pues
es afecta a sus propósitos. Y la pregunta forzada es ¿por qué de tal
apropiación? ¿Cuáles son los beneficios que ella adquiere al asumir para sí
esta interpretación del sujeto? Ya decía Tucidides en la “Guerra del
Peloponeso” que cuando las obras son buenas no requieren muchas palabras para
alabarlas; mas para paliar y dorar un mal hecho, son menester discursos
artificiosos.
Se
pueden hacer muchas interpretaciones al respecto, y aventurarse por caminos
inciertos. El lenguaje es amoral, podemos plantear, no se compromete de ninguna
manera, pues cada quien dice algo. Hay un decir, actualmente, que expresa algo
así: “soy responsable de lo que dijo, no de lo que escuchas”. No hay compromiso
con el otro, sólo tengo un compromiso para conmigo mismo, en tal caso. En este
caso, el lenguaje no conlleva al diálogo, más bien es destructor de la
posibilidad del diálogo. Siempre puedo argumentar que el otro no escucho lo que
yo le dije, escucho otra cosa. Argumento simplón pero efectivo.
El
lenguaje es una relación de poder, de allí que éste no necesariamente construya
el diálogo, como dice Zizek es un destructor del mismo. O si el lenguaje no se
da entre iguales se agudiza la relación de poder, pues quien tenga el poder de
establecer las premisas y las determinaciones se hará propietario del discurso,
e impondrá sus determinaciones lingüísticas. Y desde allí guiará el curso de
las acciones. Pues, lenguaje y diálogo no es lo mismo.
A
través de la determinación del lenguaje colocamos en el sujeto lo que deseamos,
eso lo sabían bien los sofistas, sabios del discurso. Y no sólo colocamos lo
que deseamos, sino que manipulamos a los sujetos, de manera magistral lo expone
Aristóteles en la Retórica. ¿Qué se manipula? Las emociones. Reducto abandonado
del sujeto, cuando se abandonó la retórica. La biopolítica ha desempolvado este
recurso, y la biogerencia hace uso de tal recurso. Porque como dice Camp, las
emociones nos hacen vulnerables.
Se
buscan todos los resquicios del sujeto, ya el cuerpo ha sido explorado. Ahora
le toca a las emociones. Y el lenguaje, en tanto instrumento retórico, es el
más indicado para ese fin. Conmover e indicar que puedes construir todo lo que
desees por medio del lenguaje olvidando que hay un conjunto de circunstancias
entorno que también lo determinan. Este reduccionismo o extremismo del lenguaje
simplifica la situación. El sujeto es lenguaje, con él puede hacer todo lo que
desea, aparentemente. No obstante, con el lenguaje puedo hacerle al sujeto todo
lo que deseo.
La
interpretación aristotélica y heideggeriana del animal como ser que habla, se
inscribe en la polis, en lo social; en el dialogar, que sólo se hace con otro.
Donde se construye una relación entre iguales, que tiene el propósito de la
preocupación por la polis, por el mundo, por los asuntos humanos. Que van más
allá del éxito, de la abundancia, del bienestar individual. El ser que habla es
un ser colectivo, responsable de lo que él dice y de lo que el otro escucha.
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