domingo, 21 de julio de 2013

METAFÍSICA DE LO BELLO

Todos los hombres tienen y tienden al deseo de lo bello. La belleza causa placer, en primera instancia, a las percepciones de nuestros sentidos, esto es una prueba de que la belleza agrada, no de que ésta sea verdadera. La belleza agrada por sí misma, en cuanto sensible, a la vista y al oído, independiente de su utilidad. Eleva al alma a dimensiones superiores en su propia conformación. 

La belleza de los sentidos arropa los sentidos, puede dar a conocer o velar los objetos, descubre u oculta las diferencias. Puede, por demás, llegar a enmascarar la dimensión intelectiva del alma, cuando la belleza de lo irascible y de lo apetitivo predomina sobre aquella. Por este modo de belleza el alma se arrastra a lo inferior de su dimensión. Más que belleza son placeres venéreos o desenfrenos del alma puesta en lo irascible y apetitivo.

En cambio, la belleza sensible ya de por sí está en la dimensión intelectiva del alma, por ello puede dirigirse a lo superior. En este sentido, en la metafísica de lo bello hacemos el camino de conversión para encontrarnos con lo que es primero. Así pues la conversión es el deseo, que es el movimiento de la cosa que va hacia lo otro, como hacia lo que le falta a sí misma. Esto quiere decir que lo otro, lo que se anhela, está presente en quien lo anhela, y lo está en forma de ausencia.

De otro modo no lo desearía. Pues quien desea ya tiene lo que desea. Se vuelve a él. A lo deseado. El movimiento del deseo hace aparecer al objeto deseo. Pues tiene necesidad del otro para determinarse, para complementarse y hacerse pleno. E allí la ausencia presencia.

La presencia de lo deseado, sobre un fondo de ausencia. Porque lo otro está allí como lo deseado, como lo poseído. De allí que Plotino terminé identificando al Alma con Afrodita, y como compañero de ésta señale a Eros.

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