martes, 2 de julio de 2013

DE RAFAEL ECHEVERRÍA A DESCARTES: SOBRE LAS PASIONES Y EMOCIONES



       Rafael Echeverría en la Ontología del Lenguaje crítica a Descartes señalando que: 

"En la filosofía de Descartes, el pensamiento es nuevamente la base para entender a los seres humanos. El pensamiento siempre adquiere precedencia. El pensamiento, postula Descartes, nos convierte en el tipo de ser que somos. Es porque pensamos, dice Descartes, que podemos concluir que existimos: «Yo pienso —nos dice— luego existo.» El pensamiento es la base del ser. La razón es lo que nos hace humanos"[1]

       Por acá comienza la crítica tomando a Descartes como paradigma de la concepción del hombre como ser racional. Concepción que Aristóteles había determinado, al indicar el Estagirita lo del ‘anthropon logon’; y que Heidegger interpretara como ‘hombre que habla’, ‘hombre del lenguaje’. Pues desde la antigüedad, se había concebido que lo que distinguía al hombre del resto de los animales era su capacidad racional. Para eso se había establecido una división racional e irracional del alma en el hombre.

          La sentencia de Descartes, «Yo pienso luego existo», es la conclusión de un proceso lógico de demostración, que le permitió al filósofo determinar la distinción, la diferencia lógica de lo que es el hombre en cuanto yo. Y le da certeza de lo que el hombre es. Un ser que piensa. Dice Cartesius, “para llegar al conocimiento de nuestras pasiones hay que examinar la diferencia existente entre el alma y el cuerpo”, y agrega “debemos creer que toda suerte de pensamientos que existen en nosotros pertenecen al alma”[2].
              
               Echeverría para introducir su programa de acción señala que:  

"Postulamos que desarrollos importantes —muchos de los cuales han tenido lugar en las últimas décadas — están llevando la deriva metafísica a su término. Está emergiendo una comprensión radicalmente nueva de los seres humanos. Llamamos a esta nueva comprensión de los seres humanos la ontología del lenguaje"[3]
               
           Que Echeverría elabore una ontología del lenguaje es un poco cuesta arriba. En tal caso, Echeverría  lo que realiza es un buen programa basado en la teoría de la referencia, que trata, por una parte, de los problemas relativos a la designación, a la denotación, a la extensión, a la coextensividad, a los valores de las variables del lenguaje; por la otra, en la teoría de la significación, que se ocupa de los problemas relativos a la sinonimia, a la analiticidad, sinteticidad, implicación e intensión del lenguaje. EL cual se funda, como lo dice explícitamente Echeverría, en los actos locucionarios, ilocucinarios y perlocucionarios de Austin.  

"Siguiendo a Austin, por lo tanto, podemos decir que cuando escuchamos, escuchamos los tres niveles de acción. Primero, escuchamos el nivel de lo que se dijo y cómo fue dicho. Segundo, escuchamos el nivel de la acción involucrada en lo que se dijo (sea esto una afirmación, una declaración, una petición, una oferta o una promesa). Tercero, escuchamos el nivel de las acciones que nuestro hablar produce. En esta interpretación del lenguaje, las palabras son herramientas que nos permiten mirar hacia todos esos niveles de acciones".[4]
               
                Con respecto a Descartes, señala Echeverría:  

"Nuestra «concepción tradicional», nuestro sentido común, descansa, entre otros, en dos supuestos que hemos heredado de la filosofía de Descartes, y que han servido de base al pensamiento moderno occidental…  Los dos supuestos a los que nos referimos son los siguientes: aquel que sostiene que todo sujeto se halla expuesto a la presencia e inmediatez del mundo de objetos que lo rodea y aquel que define al ser humano como un ser eminentemente racional en su actuar en el mundo"[5]

                El segundo supuesto, “que define al ser humano como un ser eminentemente racional en su actuar en el mundo”, es el que interesa a Echeverría. De aquí que indique que:

"El supuesto de que la razón es aquello que nos constituye y define en el tipo de ser que somos, nos lleva a una comprensión racionalista de la acción humana. Supone que la conciencia, la razón o el pensamiento, como quiera que nos refiramos a ello, antecede a la acción. Asume que los seres humanos actuamos en conciencia, guiados por la razón. Se deduce, por lo tanto, que toda acción humana es acción racional. Ello implica que no hay acción que no tenga su razón y, en consecuencia, que no esté antecedida por la razón que conduce a ella. La razón, por tanto, conduce la acción”[6]

                ¿Qué dice Descartes al respecto?

"Las que llamo sus acciones son todas nuestras voluntades, porque experimentamos que provienen directamente de nuestra alma, y parecen no depender sino de ella… Por el contrario, se puede generalmente llamar sus pasiones a todas las clases de percepciones o conocimientos que se encuentran en nosotros, porque muchas veces no es nuestra alma la que las hace tales como son, y porque siempre las recibe de las cosas que son representadas por ellas". (Descartes, Las pasiones del alma)

                Añade Descartes: 

"Nuestras percepciones (pasiones) son también de dos clases, unas tienen por causa el alma, otras el cuerpo… Las que tienen por causa el alma son las percepciones de nuestras voluntades y de todas las imaginaciones u otros pensamientos que de ella dependen; pues es indudable que no podríamos querer ninguna cosa que no percibiéramos por el mismo medio que la queremos; y aunque, con respecto a nuestra alma, querer algo sea una acción, puede decirse que, en ella, percibir que quiere es también una pasión; no obstante, como esta percepción y esta voluntad no son en realidad más que una misma cosa, la denominación se hace siempre por lo que es más noble, y por eso no se acostumbra llamarla una pasión, sino sólo una acción". (Descartes, Las pasiones del alma)

                Cartesius, en estos pasajes, no señala que sólo la razón conduce la acción. Como apreciamos en los pasajes citados le da un rol importante a la voluntad y a las pasiones. Ya que dedica el tratado de “Las pasiones del alma” a tratar las pasiones y las acciones que éstas generan.

"Existe una razón particular por la que el alma no puede rápidamente cambiar o detener sus pasiones, razón que me ha permitido escribir antes, en la definición de las pasiones, que son no solamente causadas, sino también sostenidas y fortalecidas por algún movimiento particular de los espíritus. Esta razón es que casi todas las pasiones van acompañadas de alguna emoción que se produce en el corazón, y por consiguiente, también en toda la sangre y los espíritus de suerte que, hasta que ha cesado esta emoción, permanecen presentes en nuestro pensamiento del mismo modo que persisten en él los objetos sensibles mientras actúan sobre los órganos de nuestros sentidos". (Descartes, Las pasiones del alma)

            Por el contrario, señala Echeverría 

"El concepto de razón deviene tan importante dentro de los parámetros de esta interpretación que, incluso cuando la experiencia pareciera mostrarnos que este supuesto es discutible, y pareciéramos observar acciones no conscientes, no racionales, donde no hubo deliberación previa, este supuesto no es puesto en duda y se buscan las razones inconscientes que nos llevan a actuar de la manera como lo hacemos. Con ello el supuesto se mantiene, salva las apariencias, y la primacía de la razón se mantiene: ella sigue conduciendo la acción humana” [7]

            Cómo entender que Echeverría dice ‘donde no hubo deliberación previa’. Pues el filósofo señala: 

"Después de haber considerado en qué difieren las pasiones del alma de todos los demás pensamientos de la misma, creo que se puede en general definirlas como percepciones, o los sentimientos, o las emociones del alma, que se refieren particularmente a ella, y que son causadas, sostenidas y fortificadas por algún movimiento de los espíritus". (Descartes, Las pasiones del alma)

            Por su parte, Echeverría indica 
         
"Una de las formas en que nuestro sentido común ha tratado este dilema ha sido hablando de las emociones como «asuntos del corazón». Al utilizar esta metáfora se encontró una especie de terreno intermedio: se admitió que las emociones no surgen de la cabeza, donde se suponía que reside la mente. En cambio, se supuso que eran fenómenos más elevados que otros fenómenos corporales. No obstante, nuestra concepción tradicional nos veía como «seres racionales» — siguiendo la ya apuntada interpretación propuesta por Descartes hace más de 350 años. Tal como ya lo examináramos, esta posición considera al comportamiento humano como racional y las razones de la mente son la clave para darle sentido a la acción humana" [8]

                ¿Qué señala Descartes?

“Pero no basta esto para poder distinguirlas unas de otras; hay que buscar sus fuentes, y examinar sus primeras causas; ahora bien, aunque puedan a veces ser producidas por la acción del alma, que se determina a concebir tales o cuales objetos, y también solamente por el temperamento de los cuerpos o por las impresiones que se encuentran fortuitamente en el cerebro, como ocurre cuando nos sentimos tristes o alegres sin saber por qué, no obstante, por lo que queda dicho, parece que todas pueden también ser suscitadas por los objetos que mueven los sentidos, y que estos objetos son sus causas más corrientes y principales; de donde resulta que, para encontrarlas todas, basta considerar todos los efectos de los objetos”. (Descartes, Las pasiones del alma)

                Y afirma que  

“De lo dicho hasta aquí, se deduce que la última y más próxima causa de las pasiones del alma no es otra que la agitación con que los espíritus mueven la pequeña glándula que hay en medio del cerebro”. (Descartes, Las pasiones del alma)

                Y sobre si sólo nuestras acciones son acciones racionales, tenemos que:

“Ahora bien todas las precedentes pasiones (admiración, desprecio, estimación, generosidad, orgullo, orgullo, bajeza) pueden producirse en nosotros sin que advirtamos en modo alguno si el objeto que las causa es bueno o malo. Pero cuando se nos presenta una cosa como buena para nosotros, es decir, como conveniente, esto nos hace sentir amor por ella; y cuando se nos presenta como mala y nociva, esto nos mueve al odio”. (Descartes, Las pasiones del alma)

                Para Descartes lo que nos mueve es inicialmente el deseo de algo, no una acción racional.

"Como estas pasiones no nos pueden llevar a ninguna acción sino por medio del deseo que suscitan, es particularmente este deseo lo que debemos cuidamos de regular; y en esto consiste la principal utilidad de la moral; ahora bien, así como acabo de decir que el deseo es siempre bueno cuando le precede un verdadero conocimiento, no puede menos de ser malo cuando se funda en algún error". (Descartes, Las pasiones del alma)

                Con respecto a las emociones indica Cartesius: 

"Ahora bien, como estas emociones interiores nos afectan de más cerca y tienen, por consiguiente, mucho más poder sobre nosotros que las pasiones que se encuentran con ellas y de las que difieren, es indudable que, con tal que nuestra alma tenga en sí misma algo que la contente, ninguna contrariedad que le venga de fuera tiene poder alguno para darla; más bien sirve para aumentar su alegría, porque el ver que no pueden dañarla esas contrariedades exteriores le hace conocer su perfección". (Descartes, Las pasiones del alma)
              
       La interpretación de que las acciones humanas son acciones racionales es una interpretación muy conservadora. Ya que la intensa preocupación por la razón y la racionalidad de las acciones humana deriva que el hombre no actúa racionalmente, es más una aspiración de los filósofos que de una realidad fáctica. Es una preocupación que ocupa la reflexión filosófica desde Platón hasta nuestros días. Lo que se ha tratado es de ponerle medida al ‘imperio de los sentidos’, para que éstos tengan moderación y prudencia, y así no se desboquen. 

          Ni en la antigüedad ni en la época moderna ha habido negación de las emociones  ni las pasiones. Lo que ha habido es un cuidado a la desmesura de éstas, no una negación. Así que las emociones nunca han sido excluidas de la reflexión filosófica, siempre han ocupado un lugar muy importante. De allí que la interpretación de Echeverría no es válida, es muy conservadora y muy ajustada a ciertos manuales generales que explican a grandes rasgos la filosofía. Que hacen ver que ésta ha dejado de tratar o no ha considerado dentro si las emociones, sólo atendiendo a la razón. Platón le dedica un diálogo al amor, Banquete; en República iniciada con el tratamiento de las emociones y las relaciones humanas; así en De Anima Aristóteles  aborda el tema de las emociones y las pasiones; lo mismo hacen Hume, Locke, Kant, Hegel, esto es toda la tradición antigua y moderna.


[1] Rafael Echeverría. Ontología del lenguaje, Santiago de Chile, J. C. Editor, 2003, p. 17.
[2] Estoy citando el texto “Las pasiones del alma” de René Descartes, en una versión digital que no tiene el dato editorial. De allí que no cite el número de la página correspondiente.
[3] Rafael Echeverría. Ontología del lenguaje, Santiago de Chile, J. C. Editor, 2003, p. 17.
[4] Rafael Echeverría. Ontología del lenguaje, Santiago de Chile, J. C. Editor, 2003, p. 85.
[5] Rafael Echeverría. Ontología del lenguaje, Santiago de Chile, J. C. Editor, 2003, pp. 105-106
[6] Rafael Echeverría. Ontología del lenguaje, Santiago de Chile, J. C. Editor, 2003, p. 106.
[7] Rafael Echeverría. Ontología del lenguaje, Santiago de Chile, J. C. Editor, 2003, p. 106.
[8] Rafael Echeverría. Ontología del lenguaje, Santiago de Chile, J. C. Editor, 2003, p. 152.

No hay comentarios:

Publicar un comentario