El
juicio acerca de lo sublime permite que una síntesis propia de la necesidad
sirva de signo de la obligación moral. Se trata del terror en lo presentado y
de la exaltación en lo impresentable; puesto que en lo sublime la causalidad estética
está presente en cuanto place o displace. De lo contrario, la analítica de lo
sublime es parte de la razón práctica.
La
disposición del espíritu que conviene al sentimiento de lo sublime es una
disposición particular que atrae y al mismo es terrible para éste; ya que la
razón ejerce su influencia sobre la imaginación con el objeto de extender a
ésta de conformidad con el dominio práctico.
Aun
cuando el juicio sobre lo sublime supone cierta cultura, éste no se origina ni
de la cultura ni de una convención social, “sino que tiene su basamento en la
naturaleza humana y, ciertamente, en aquella que, a la par con el sano
entendimiento, puede serle atribuida a cada cual y de cada exigida, a saber, en
la disposición para el sentimiento relativo a las ideas (prácticas), es decir,
para el sentimiento moral”[1].
En
este medio se articulan las relaciones entre lo práctico y lo teórico. Tal
articulación ocurre en el juicio estético, que posee una legalidad propia, de
manera que se opera una separación de la parte pero que, a la vez, se reunifica
el todo reformando el nexo de las dos partes de la articulación inicial. “En
las cualidades morales sólo la verdadera virtud es sublime”[2].
Para
Kant, el sentimiento sublime trata del signo estético negativo de una
trascendencia propia de la ética, la de la ley moral y la libertad[3].
De allí que “genuina virtud, a la que descansa sobre
principios… pero sólo la segunda es sublime y venerable… en cambio, se atribuye
con justicia un noble corazón al virtuoso, según principios, y
a él mismo se le llama recto”[4].
Lo
sublime en tanto sentimiento del espíritu sólo se siente a sí mismo. De este
modo, lo sublime es el anuncio sacrificial de la ética en el campo estético[5].
Desde este momento lo sublime se apoya en el fundamento de la naturaleza
humana, y “es sublime en grado sumo, tanto por la invariabilidad como por la
generalidad de sus aplicaciones”[6].
Podemos
considerar si en este punto la idea ética y lo sublime son lo mismo. Pues entre
éstas se da una relación de analogía. Lo sublime se relaciona con las acciones prácticas, ya
que se da como algo virtuoso. Donde al juicio sobre lo sublime se le exige el
asentimiento de otro.
Lo
sublime se refiere al posible uso de una finalidad que sea del todo
independiente de la naturaleza. En contradicción con lo señalado en tanto que
“un juicio puro sobre lo sublime no debe tener fin alguno del objeto por
fundamento de determinación si ha de ser estético y no estar mezclado con algún
juicio del entendimiento o de la razón”[7].
Entonces tenemos un juicio ético de lo sublime.
Dado que [la facultad de juzgar] refiere allí la imaginación
a la razón como la facultad de las ideas, lo exigimos sólo bajo una suposición
subjetiva (que, sin embargo, nos creemos autorizados para poder atribuir a cada
cual), que es la del sentimiento moral en el hombre y, con ello, también
atribuimos necesidad a este juicio estético[8].
La
imaginación referida a la razón es exigida como una condición subjetiva del
sentimiento moral, por lo que se le atribuye la necesidad al juicio estético.
La imaginación trasciende la naturaleza estética en vista de lo moral.
En esta modalidad de los juicios estéticos, o sea, en la
necesidad [que para ellos] se pretende, reside un momento capital para la
crítica de la facultad de juzgar. Pues dicha modalidad da a conocer en éstos,
precisamente, un principio a priori, y los saca de la psicología empírica, en
que éstos permanecerían de otro modo sepultados bajo los sentimientos del
deleite y el dolor (sólo con el vacuo adjetivo de un sentimiento más delicado),
para ponerlos ─y, por medio de ellos, a la
facultad de juzgar─ en la clase de los que
tienen por fundamento principios a priori, y como tales trasladarlos a la
filosofía trascendental[9].
El
contenido afectivo es parte de la sublimidad del sentimiento moral. Pues el estado
subjetivo del pensamiento puede dar paso a lo sublime. Lo sublime difiere más
por la cantidad de energía que por la cualidad de los sentimientos implicados.
El entusiasmo es la idea del bien en cuanto va acompañada de afecto.
El sentimiento moral, está emparentado con la facultad de
juzgar estética y sus condiciones formales, en tal alcance que puede
servir para hacer representable la legalidad de la acción [que se hace] por
deber a la vez como estética, esto es, como sublime, o también como bella, sin
desmerecer su pureza; lo cual no ocurre si se lo quisiera poner en vinculación
natural con el sentimiento de lo agradable[10].
La
moralidad de la acción hecha por deber se puede representar como sublime, sin
alterar en nada su pureza; de allí que el sentimiento moral esté ligado al
juicio estético y a sus condiciones formales de éste. Hay una estética de la
moralidad, puesto que lo moral intelectual, en sí mismo, es considerado
estéticamente como sublime.
Se
establece un puente entre la facultad de pensar, del querer y el sentimiento
estético sirve. Se trata de un diferendo entre el gusto y el querer referido a
principios subjetivos; aun cuando la sensibilidad, esté satisfecha al mismo
tiempo que el entendimiento contemplativo o que se encuentre contrariada en
provecho de los fines de la razón práctica, tiene una relación con el sentido
moral.
La
idea moral se relaciona con lo sublime. En este sentido, la idea es un concepto
al que no le corresponde una intuición como ocurre normalmente en los conceptos
del entendimiento. La libertad, como idea moral de la razón práctica, es
entonces impresentable.
No se puede pensar un sentimiento para lo sublime de la
naturaleza, sin ligar a él un temple del ánimo que es parecido al temple para
lo moral… sin embargo, la libertad es representada más bien en el juego que bajo un quehacer conforme a la ley, lo cual es la genuina eticidad en el
hombre, donde la razón tiene que hacer violencia a la sensibilidad; sólo que en
el juicio estético sobre lo sublime esta violencia es representada como algo
que la imaginación misma ejerce a título de instrumento de la razón[11].
El
carácter de lo sublime, como la moralidad o la razón, violenta la sensibilidad.
En el juicio sobre lo sublime esta violencia es ejercida por la imaginación por
medio de un instrumento de la razón. En lo sublime encuentra Kant una forma de
experiencia estética de la razón.
La conformidad a fin estética es la conformidad a la ley de
la facultad de juzgar en su libertad.
La complacencia en el objeto depende de la relación en que queremos poner a la
imaginación; pero ella ha de mantener por sí misma al ánimo en ocupación libre.
Cuando, por el contrario, otra cosa es determina el juicio, ya sea una
sensación de los sentidos o un concepto del entendimiento, él es entonces, sin
duda, conforme a ley, pero no es el juicio de una facultad de juzgar libre[12].
La legalidad en la libertad del juicio es la
finalidad estética. El juicio es libre si está determinado por esta legalidad.
Si está determinado por la sensación o un concepto del entendimiento será
legítimo, pero no libre. El concepto de legalidad inspira el sentimiento moral,
sí se liga con el interés práctico. La ley moral se acoge a la voluntad por
obligación, ella es la ley moral y se impone universalmente.
El
objeto de la satisfacción intelectual, pura e incondicional, es la ley moral
considerada en cuanto a su poderío, el cual ejerce sobre el espíritu
Este poderío sólo se da propiamente a conocer estéticamente a
través de sacrificios (lo cual es una privación, si bien en pro de la libertad
interna y que, en cambio, descubre en nosotros una profundidad inagotable de
esta facultad suprasensible, con todas sus consecuencias que se extienden hasta
perderse de vista), la complacencia es, considerada desde el lado estético (en relación
con la sensibilidad), negativa, esto es, contraria a este interés, pero,
considerada desde el lado intelectual, positiva y ligada a un interés[13].
Este poderío supone una privación en
provecho de la libertad interior. De allí que, la satisfacción relativa a la
sensibilidad estética es negativa, contraria a los sentidos. En cambio, bajo el punto de vista intelectual es positiva
y ligada a un interés. Para juzgar estéticamente se debe representar, primero,
el bien intelectual contiene una finalidad absoluta, esto es, el bien moral;
segundo, que excite el sentimiento de respeto.
El
interés ético es fundado en un concepto de la razón. El respeto es lo que
determina a la voluntad en cuanto la realización de la moral. Aparece un interés que no puede estar mediatizado
y que se deduce de la concepción de la
ley, un interés que inicia como contradicción un desinterés estético, Ya que en
la estética trascendental del juicio, no debe existir cuestión más que acerca
de los juicios estéticos puros, que suponen el concepto de un fin.
Toda
afección del espíritu excita las fuerzas a vencer toda resistencia. “Lo
sublime debe tener, pues, siempre, relación con el modo de pensar, es decir, con máximas que procuren supremacía a lo
intelectual y a las ideas de la razón por sobre la sensibilidad”[14].
Lo moral considerado estéticamente es un sentimiento del espíritu, en oposición
al gusto. Por esto es representado como sublime, pues el sentimiento del
espíritu pertenece a las ideas morales.
No hay que preocuparse de que el sentimiento de lo sublime
pierda por causa de semejante modo de presentación tan abstracto, que en vista
de lo sensible resulta enteramente negativo; pues la imaginación, aunque
ciertamente no halle nada más allá de lo sensible a lo que pueda aferrarse, se
siente, no obstante, y precisamente por esta eliminación de las barreras suyas,
ilimitada; y esa abstracción es, por tanto, una presentación de lo infinito,
que, precisamente por eso jamás puede ser otra cosa que presentación meramente
negativa, la cual empero, amplía el alma[15].
El
sentimiento de lo sublime pierde porque la imaginación no encuentra nada que
esté más allá de lo sensible en lo cual poder asentarse; sin embargo, se siente
ilimitada por cuanto se elevan sus propios límites que ensancha el espíritu, en
este modo abstracto de presentación que es en un todo negativo.
[2] I. Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 139.
[3] Cfr. J. F. Lyotard.
Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998,
pp. 140-141.
[4] Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 140.
[5] Cfr. J. F. Lyotard.
Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998,
p. 141.
[6] Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 142.
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