martes, 25 de junio de 2013

KANT IMMANUEL: DE LO SUBLIME DINÁMICO


El sentimiento de lo sublime tiene por carácter producir un movimiento del espíritu enlazado con el juicio del objeto. La facultad de querer tiene la determinación dinámica de la imaginación. En este sentido, el juicio estético reflexivo representa la satisfacción de lo sublime, en cuanto a la cualidad, como el sentimiento de una finalidad subjetiva sin interés. De allí que a ésta corresponde lo sublime dinámico.

Lo sublime dinámico es como una potencia que amenaza la integridad física. Kant de denomina «poderío» o potencia a un poder superior a los mayores obstáculos. Tal potencia tiene «imperio» cuando es superior a la resistencia que le opone otra potencia. La naturaleza, considerada en el juicio estético como una potencia que no tiene ningún imperio sobre nosotros es dinámicamente sublime.

Cuando la naturaleza ha de ser juzgada por nosotros sublime [en sentido] dinámico, tiene que ser representada como inspiradora de temor (si bien, a la inversa, no todo objeto que despierta temor es hallado sublime en nuestro juicio estético)… La naturaleza, pues, sólo puede valer como poderío y por tanto, como sublime dinámicamente para la facultad de juzgar estética en la medida en que sea considerada como objeto de temor[1].


Lo sublime es universalmente subjetivo. El sentimiento de lo sublime se relaciona con un objeto sin forma. Porque la forma posee un límite bien demarcado. La forma implica limitación. No tener límite es lo sin forma.
           
Lo sublime es afín a la razón. Lo sublime dice relación a la razón porque no hay de él presentación posible. Lo sublime es impresentable. En lo sublime no hay ni forma ni presentación. Pues semejante a dios, el alma, la libertad no es un objeto empírico que puede ser presentado.

            Lo sublime es inapropiado para la cualidad representativa si es violentada la imaginación. Es necesario, pues, representar la naturaleza dinámicamente sublime excitando el temor. Ya que la naturaleza, por el juicio estético, no puede ser considerada ni potencia ni sublime dinámico, en tanto sea considerada un objeto de temor.

“La naturaleza se llama aquí sublime simplemente porque eleva la imaginación a la presentación de los casos en que el ánimo puede hacer para sí mismo sensible la propia sublimidad de destinación, aun por sobre la naturaleza”[2]. El poderío de esta experiencia estética invoca la fuerza de la imaginación hasta su límite; ya que la naturaleza de lo sublime eleva la imaginación a tal nivel de la presentación que el ánimo hace, para sí mismo, la propia sublimidad de su destino por sobre la naturaleza misma.

            En los juicios estéticos, la naturaleza es considerada sublime porque obliga al individuo en su propia fuerza a mirar las cosas por las cuales padece de inquietud, y a considerar la potencia de la naturaleza como no teniendo ningún imperio sobre él.  En este sentido, la naturaleza es llamada sublime porque la imaginación la eleva hasta hacer de ella una presentación. El espíritu se hace sensible su propia sublimidad y a la superioridad de su propio destino por sobre la naturaleza.

El aspecto de la naturaleza es atrae con más fuerza en cuanto ésta es más terrible, porque eleva las fuerzas del espíritu y descubre en éste un poder de resistencia que da valor a sus propias fuerzas ante la omnipotencia de la naturaleza. La naturaleza contribuye a la emoción de lo sublime por su grandeza y su fuerza.

En lo sublime dinámico toda satisfacción es pensada como un aumento de la potencia vital. Esta potenciación es indirecta. Así se produce, según Kant, una inhibición, un instante en que la fuerza es reprimida en sí misma, que experimenta una angustia transitoria. Lo sublime es una emoción que tiene aspecto negativo, cierta ambivalencia.

Esta potencia exige, por otra parte, que el individuo se halle en un estado de seguridad para que pueda experimentar esta tal satisfacción vivificante. Debe haber un embeleso en el peligro que produce la sublimidad en la facultad del espíritu. En efecto, la satisfacción está dirigida a descubrir el destino de esta facultad del espíritu, en tanto que su naturaleza es propia en él.

A lo sublime consiste el poderío. Al sentimiento de lo sublime, ante la representación de Dios a los fines de tal poder, corresponde al abatimiento, la sumisión y el sentimiento de completa impotencia que es conveniente en presencia de tal ser. Sentimiento que acompaña la idea formada ante la presencia de esta especie de poder. Se trata de la presentación de algo que es impresentable.

La sublimidad, por lo tanto, no está contenida en ninguna cosa de la naturaleza, sino solamente en nuestro ánimo, en la medida en que podemos llegar a ser conscientes de nuestra superioridad, sobre la naturaleza en nosotros y, con ello, también sobre la naturaleza fuera de nosotros (en cuanto que en nosotros influye)[3].


            La sublimidad sólo reside en el espíritu, siempre que éste tenga conciencia de ser superior a su propia naturaleza; por ende, a la naturaleza exterior que influye sobre él. Por ello, todas las cosas que en la naturaleza excitan el sentimiento de lo sublime son denominadas de manera impropia sublimes.

El temple de ánimo para el sentimiento de lo sublime demanda una receptividad del ánimo a las ideas; pues precisamente en la inadecuación de la naturaleza con respecto a éstas y, por tanto, sólo bajo suposición de las mismas y del tensarse de la imaginación para tratar a la naturaleza como esquema de ellas, consiste lo aterrador para la sensibilidad, que, sin embargo, es al mismo tiempo atrayente: porque es una violencia que la razón ejerce sobre la imaginación sólo para ampliarla a la medida de su dominio propio (el práctico) y dejarla atisbar hacia el infinito que para ella es un abismo[4].


La disposición particular del espíritu para las ideas conviene al sentimiento de lo sublime; ya que en la inconveniencia de la naturaleza con las ideas, la imaginación trata aquella como un esquema de las ideas, en esto consiste lo terrible para la sensibilidad, que al mismo tiempo la atrae. “Este desarreglo de las facultades entre sí da lugar a la extrema tensión (la agitación, dice) que caracteriza el pathos de lo sublime”[5], señala Lyotard.

Pues lo insondable de la idea de la libertad cierra completamente el camino a toda presentación positiva; pero la ley moral es en sí misma suficiente y originariamente determinante en nosotros, de modo que ni siquiera nos permite mirar en busca de un fundamento de determinación fuera de ella misma[6].




[1] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, pp. 194-195.
[2] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 196.
[3] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 199.
[4] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 200.
[5] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 103.
[6] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 212.

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