martes, 25 de junio de 2013

EDMUND BURKE: VASTEDAD E INFINITUD

La inmensidad de la extensión o infinitud del universo produce en el observador un placer por su propia insignificancia y de su pequeñez en la naturaleza. “Una dimensión de grandeza es una causa poderosa de lo sublime. Esto es demasiado evidente, y la observación muy común, que necesita la ilustración: no es tan común a considerar en qué forma la grandeza de la dimensión, amplitud de la extensión o cantidad, tiene el efecto más llamativo”[1]. Todo lo que es terrible con respecto a la vista, es sublime también en grandes dimensiones porque se manifiesta como una cosa que puede causa temor.

En el espectador, ante la vastedad y la infinitud se siente como una partícula  aislada, un ser frágil que al menor golpe de aquellas fuerzas puede ser aniquilado; está desamparado frente a la naturaleza entregado a la inmensidad; es una nada evanescente frente a poderes enormes.

Me inclino a imaginar también, que la altura es menos grande que la profundidad, y que somos más golpeó a mirar hacia abajo desde un precipicio, que mirando a un objeto de la misma altura, pero de que no soy muy positivo. Una perpendicular tiene más fuerza en la formación de lo sublime, de un plano inclinado, y los efectos de una superficie rugosa y quebrada parece más fuerte que cuando es lisa y pulida[2].


            La grandeza de la dimensión, la amplitud de medida o la cantidad tienen el efecto más llamativo por lo que son causa majestuosa de lo sublime. Las formas de gran formas dimensión privan el ánimo para obrar y raciocinar, porque infunden miedo y una aprehensión de la pena o de la muerte.

Al estar enfrentado a la vastedad de la naturaleza el sujeto no es más que una representación, en la cual se halla incapacitado a las ideas, ajeno a todo querer y a toda necesidad. Es la completa impresión de lo sublime. Aquí está causada por la visión de un poder que amenaza con destruirlo superándolo sin comparación alguna. “Otra fuente de lo sublime es infinito… Infinito tiene una tendencia a llenar la mente con ese tipo de horror delicioso, que es el efecto más genuino y la prueba más verdadera de lo sublime”[3].

En forma totalmente inmediata aparece esa impresión de lo sublime en lo infinito, través de un espacio que es pequeño en comparación con el Universo; y actúa en toda su magnitud sobre el individuo, al cual le imprime su infinita pequeñez en la medida de todo su ser. Lo infinito no puede convertirse en objeto de los sentidos.

Esta impresión la produce un espacio vacío que rebasa la percepción, es decir, un espacio abierto más allá de la inmediata percepción, sin limitación de toda dimensión. El ojo no puede percibir los límites de lo infinito, ya que lo infinito se manifiesta como número indefinido, que la imaginación no puede reunir.

Un horizonte ilimitado, bajo un cielo completamente despejado y en el más profundo silencio, es como una llamada a la seriedad, a la contemplación desligada de todo querer y de su miseria. Tal aspecto da a tal entorno, solitario y quieto, un toque de sublimidad. Pues, al no ofrecer ningún objeto, ni favorable ni desfavorable a la voluntad necesitada de un continuo aspirar y alcanzar, sólo queda el estado de pura contemplación.

La infinitud proporciona la desmedida de la capacidad para soportar o desear la vastedad. Ofrece así de lo sublime un grado máximo, que surge de esa impresión ante la magnitud del espacio-tiempo cuya inmensidad reduce al individuo a la nada.

La consideración de la infinita magnitud del mundo en el espacio-tiempo  penetra en la conciencia sin poder asir la inmensidad del Universo, entonces allí es sujeto se siente reducido a la nada, un mero cuerpo vivo, un efímero fenómeno desapareciendo fundido en la nada, al igual que una gota de agua en el océano.

            Los signos de lo sublime, en Burke, son expresados en la fuerza de los animales salvajes que excede toda utilidad, el poder del soberano, de la naturaleza o de la divinidad que crecen en la imaginación mientras el individuo se hace cada vez más pequeño; ya que las formas y espacios de grandes dimensiones parecen infinitas y saturan la mente de ese horror delicioso que constituye lo sublime.

Frente a tal espectro de la propia nada, frente a esa imposibilidad se alza la conciencia de que todo ese infinito existe en la representación, sin modificación del sujeto que descubre en él mismo la individualidad, que es el soporte necesario y condición de todos los mundos y todos los tiempos.

Magnificencia es también una causa de lo sublime. Una gran profusión de cosas que son espléndidas o valiosas en sí mismas es algo maravilloso. El cielo estrellado, a pesar de que ocurre tan frecuentemente en nuestro punto de vista, nunca deja de excitar a una idea de grandeza. Esto no puede ser a causa de las propias estrellas, consideradas por separado. El número es sin duda la causa[4].


            La percepción de una fuerza enorme y enigmática son el origen posible de la magnificencia del cielo estrellado o de una vertiginosa proliferación de imágenes en la poesía; “también hay muchas descripciones de los poetas y oradores, que deben su sublimidad de una riqueza y profusión de imágenes, en los que es tan deslumbrado como la mente para que sea imposible atender a la coherencia exacta y el acuerdo de las alusiones, que debemos requieren en cada ocasión”[5].

            La luz cegadora del sol o la brusca transición de la máxima luz a la máxima oscuridad y viceversa; el ruido sutilmente pavoroso del trueno y de las tormentas; y finalmente, todas las privaciones o ausencias, donde el individuo padece la angostura de su ser y la atracción de la nada: el vacío, la oscuridad, la soledad y el silencio.

            Imágenes nobles y poéticas consisten “En las imágenes de una torre, de un arcángel, la salida del sol a través de la niebla, un eclipse, la ruina de los monarcas, y las revoluciones de los reinos. La mente se apresura a salir de sí misma, por una multitud de imágenes grandes y confusas que la afectan, ya que son abundantes y confusas”[6].

            La magnitud del mundo que inquieta a la imaginación se muestra como un sentimiento de que en algún sentido se es con el mundo. La sublimidad surge en la contemplación de lo que por su grandeza puede ser calificado de absoluto, es un modo de contemplar lo que abruma. La contemplación de lo sublime lo es de esa grandeza; una contemplación en la que el sujeto pierde lo que es presintiéndose en ese horizonte, como nada.

            Lo sublime admite sólo lo grande, lo menos cuantificable, lo más complicado de explicar y lo más poderoso porque toca de manera directa la fibra emocional. La luz de la luna iluminando un busto sobre un panteón, con las siluetas entrecortadas de ramas sin hojas proyectando su sombra es algo sublime que hace vibrar resortes sensibles en lo más profundo del sujeto; éste siente cierta congoja quedando el alma embargada por terror de lo sublime.



[1] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 61.
[2] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 61.
[3] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 62.
[4] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 66.
[5] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 66.
[6] Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics, 1956, p. 53.

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