La artista autodidacta o popular, como
así también se les denomina, tiene la particularidad de que vive su vida
cotidiana y, simultáneamente, se ocupa de los fenómenos de la creación
artística. No hay distinción entre una y otra, el vivir ya es creación
artística. Por lo cual, su obra carga a cuesta el espíritu de lo que ella es en
sí misma.
La creación plástica de la artista se
arraiga en la vida de lo colectivo, no en patrones personales. Motivo por el
cual todo lo referente a la colectividad es parte de su vida y de su hacer. No
hay un discurso individual, como sucede con el artista académico.
La postura de la creadora autodidacta expresa
lo esencial de la vida, lo biológicamente determinado que tiene la intención de
hacer arte, esto es, de manifestarse en su totalidad. Por eso recurre a lo
minúsculo, a lo irrelevante, a lo cotidiano, a una estética derivada del paso
del tiempo, de lo meramente subjetivo. Que es lo que la hace universal, ya que es
parte de un todo.
En su obra no hay oposición entre la
creación plástica y la vida, todo está ahí. Todo está presente. Los elementos y
los medios de expresión no pretenden crear arte, son arte. Es el arte de la expresión
de la totalidad arraigada en lo biológico, el cual se manifiesta de manera plena.
Esta plenitud es la obra de arte total.
No hay especializaciones, cualquier posibilidad es factible porque abarca la
totalidad de su vivir. En su obra la vida fluye mezclada, todo se da a la vez.
Es una reunión de todos los momentos de la vida, por eso es una totalidad. Incluye
todas las cosas de las vivencias y anula cualquier posible separación, es una mezcla
en la que todas las experiencias surgen de la necesidad biológica y desembocan en
una expresión universal.
En su obra todo está aparentemente simplificado
y en apariencia inacabado, pero es que así es la vida que se vive. En su obra
el espíritu está abierto, es dependiente y dinámico.
En su obra las relaciones expresivas están
determinadas por lo que se vive, no por lo que se estudia. La relación entre
las partes y el todo es absoluta, no hay intermedios. No hay elementos positivos
y negativos, ni elementos intercambiables. Todo participa de todo.
De este modo, la obra de la artista hace frente al movimiento
de la fortuna, de la necesidad y de las pasiones que impulsan al alma. Por
todas partes la obra es soberana y, a la vez, sometida por las circunstancias. Es
lo que es con sus azares, sus necesidades y pasiones así se manifiesta la obra,
junto a lo que acontece o no.
Para el hacer autodidacta todo es voluntario, no hay coacción
sobre él. Ya que, siendo soberano actúa libremente. En él, el hacer-pensar es
una sola cosa, hacer y ser son uno y lo mismo, no hay diferencia. Es todo en sí
mismo y por sí mismo. Su obra sucede por el principio que tiene en sí, porque produce
como vive.
El alma artística posee en sí lo que realiza, como el fuego que
genera lo que produce. La artista vive lo que produce y produce lo que vive. Es
plenamente aistesis. Conoce lo que hace por sí misma y reúne en sí todo
su hacer, más allá de la razón produce su obra bajo el dominio de su búsqueda. Así,
todo se reconcilia en sí misma.
En su obra ella está en
sí misma, que es su hacer. En su hacer predomina la disposición pura de lo que es
y tiene como ser. La obra conduce al espectador hacia su deliberación, que es
quién asigna razones. La artista, por el contrario, tiene la esencia propia del
hacer, sin que el azar ni la imaginación impidan la producción, porque está en
su autodominio. Por un lado, obra por sí misma; por otro, no se atribuye a sí
misma lo voluntario.
Al hacer, lo artístico por
el principio de la autonomía, se eleva a la actividad productiva y por ello
posee el ser libre. Sus apetencias, además, la conducen hacia lo interior, por
eso su actividad produce tal como produce, por tener libertad y estar en sí
misma. Tiene en sí su producir y reúne en sí la praxis de la necesidad interior
y la expresión exterior.
El autodominio de la obra está en sí y en el alma según la
virtud del hacer. Ella es dueña del azar y
de lo
bello que lo produce por sí mismo. Porque la actividad está en sí según la excelencia
que le sobreviene y está dirigida por la virtud del obrar, donde la artista fija lo justo y lo ordenado.
De esta manera, lo que es libre y está en sí mismo busca la
gracia de lo bello, en tanto su actividad es según el bien. Porque se tiene a sí misma y al estar en sí misma se encadena
a la vida, a la expresión de la totalidad. La obra popular en sí la
producción del ser.
Su hacer artístico es una acción voluntaria que desea el hacer.
Su naturaleza es plena y la actividad una. La esencia de su actividad es la
esencia de su ser, en sí misma armonizada. Su obra es más grande por ser en sí
misma, por ser producida por una actividad que es soberana, pues es principio
de sí misma.
Desprovista de considerar lo que hace, en sí misma se
determina por la excelencia. Que es la virtud
de la disposición y la cualidad. Lo cual genera según dispone la
libertad que está en ella, como algo superior. A través de su obrar da a
conocer su libertad, que junto con todo su ser conduce a la tranquilidad
terapéutica que está encadenada a sí misma. La excelencia al obrar en el hacer artístico
tiene la necesidad de prestar ayuda.
Se hace ser en sí misma,
sin dueño. Pues es en sí misma. El alma produce por la libertad que tiene en sí se atribuye a su esencia, al ser dueña de su actividad y de la
excelencia de la contemplación. Como el ser evidente, lo inmaterial es libre y forzosamente está en sí. En su
esencia y por mandato va al exterior, esto es, a la expresión sin separarse,
permanece fuera y en sí misma.
Toda la obra vuelve hacia sí misma y es obra en sí misma, es
libre y plena de posibilidades, como vida que se vive. Así es Antonia Azuaje en
su obra.
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