sábado, 2 de mayo de 2020

FORZADOS AL PLACER




Hemos llegados, sin saberlo, a estar forzados a realizarnos en el placer y, paradójicamente, éste se ha convertido en un instrumento de tortura. Si no lo buscamos somos considerados sujetos raros. Nadie pregunta: ¿Cuál es el placer que en verdad necesitamos? Ninguna respuesta nos hará llegar ni a un mediano consenso.
La búsqueda del placer parece más una maldición que una bendición, y esto nos pasa por delante de manera inadvertida, quiero decir la maldición del placer. Éste se hace una maldición cuando estamos condenados a buscar el placer por obligación y, lo que es más desquiciante, por imitación.
No nos damos cuenta que estamos condenados a esta situación, porque esto nos sucede de manera sutil y sofisticada, hasta tal punto que creemos que buscar el placer es una idea nuestra, una idea propia. Como eso de ser originales. Nos han sugestionado hasta convencernos que estamos obligados a buscarlo. Pero cuidado, buscar el placer no es lo mismo que tenerlo.
La tiranía y la condena del placer es parte de una fórmula interesada en un placer sentimental, emocional y ligero. Además, de algo instantáneo y fácil de adquirir sin ningún esfuerzo de formación.
Con esta fórmula nos han convertido en dependientes emocionales y castigados a buscar dosis de placer, probablemente postizo. Sin darnos cuenta hemos caído en la búsqueda incesante de placer, en cualquiera de sus variantes. La cual se enmarcan dentro de las actuales tendencias de moda.
Estas tendencias se enfocan en el consumo de nuestras experiencias emocionales, en las sensaciones que nos perturban, que nos trastornan, que nos excitan y que son capaces de alterar nuestro estado de ánimo. Eso sí enfocadas exclusivamente en las llamadas emociones positivas, porque son las que mejor se venden y comercializan.
Por otra parte, cada día se diseñan nuevas dosis de placer, cada vez más apetecible y con ofertas más estimulantes. Son tantas que resulta imposible probarlas todas y en esto consiste, realmente, la maldición. Pues queremos saborear todas esas dosis y así caemos en la trampa de la hiperactividad del placer. La cual es muy tentadora.
Si por alguna razón no conseguimos alguna de estas dosis caemos el síndrome de abstinencia, ya que buscamos consumir el mayor número de porciones de placer. Para eso elaboramos listas para chequear si conseguimos las dosis de consumo nos proponen, por ejemplo: asuntos que están de moda, viajes que no nos podemos perder, el último gadget en el mercado, las clases de zumba-yoga-boxing, las sesiones de mindfulness o celebrar muchos brunch. En nuestra lista tachamos cada dosis consumida después de compartirlas en las redes sociales, porque esto último también forma parte del placer.
Como la oferta de placeres es bastante amplia logramos estar ocupados y enganchados a tal hiperactividad. Pero muchas de estas dosis tienen fecha de caducidad, por lo que el tiempo nos apremia y no queremos quedarnos rezagados o quedar fuera de la tendencia actual. En este apresuramiento hace su aparición la ansiedad, que nos castiga si nos quedamos rezagados o nos detenemos.
Vivimos obsesionados con ese placer encapsulado en pequeñas raciones, prefabricado con la idea popular de lo instantáneo y asociado al hiperconsumo emocional. En el cual, no hay cabida para detenerse a reflexionar.
En la sociedad del culto al instante, a lo inmediato se nos ha impuesto la dictadura del placer solo como acción, que desplaza la reflexión serena y pausada al olvido. Por lo cual, en este olvido del pensamiento analítico que agoniza ante la desmesura del placer prefabricado se hace necesario avivarlo.
Reflexionar sobre esa clase de placer es importante. Porque toda acción es un valor y necesitamos saber si la misma es cierta o no. No es el rechazo al placer, sino a ese placer mercantilizado, a esa apariencia que nos empuja a accionar sin pensar reflexivamente.
Hay que pensar el placer de un modo sutil y sin apuros, de manera elegante. Con un pensamiento analítico para ser más eficaces en nuestro pensar-hacer, sin cortinas de humo que desvíen nuestra atención hacia asuntos banales.
Poner el foco de atención solo en el placer porque es placer es conformar un sujeto anestesiado y adulterado, bajo el yugo de la hiperactividad del ímpetu, de la pasión, de la vocación y el entusiasmo, con la intención de convertir a ésta en un hábito sano. Mientras se debilita el pensamiento crítico, se crean situaciones necesarias para que éste no tenga cabida, por lo cual abundan sujetos desequilibrados y disfuncionales.
En estas circunstancias, debemos atender aquella recomendación de Seneca, que decía: “Trabaja sólo en aquello que puede hacerte feliz. Arroja y pisotea esos objetos que brillan por fuera, que te prometen otros o por otro motivo; atiende al auténtico bien y goza de lo tuyo”.
Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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