miércoles, 17 de abril de 2019

LO QUE NOS DÉCIMOS A NOSOTROS MISMOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Muchas veces estamos muy atentos a lo que los demás dicen de nosotros, y esto se convierte o es en una actitud de vida. Tal vez, sea por inseguridad hacia lo que somos o falta de confianza en nuestro pensar-hacer; tal vez necesitamos que los demás nos reafirmen en sus opiniones o necesitamos estar bien ante los demás. o quizás, necesitamos identificarnos con la tribu, con el entorno social en el cual nos desenvolvemos.

Esta falta de confianza o de inseguridad personal es algo que debemos corregir, pues muestra que somos dependientes de otras personas. Que dependemos de ellas para movernos en el mundo. En cada acción que acometemos nos sentimos vigilados: ¿Por el qué dirán? Anteponemos la opinión del otro a la nuestra, prevalece más lo que la otra pensar pueda pensar o decir que lo que nosotros pensemos o digamos. En este sentido, permanecemos fuera de nosotros mismos.

Podemos permanecer, en gran medida, indiferentes a lo que digan de nosotros. Pero para hacer esto debemos reafirmar nuestro yo, esa persona que somos, esto es, nuestro pensar-hacer-sentir. Necesitamos un ego solido, fuerte y valiente. Así mismo debemos saber o tener conocimiento de qué y quiénes somos, y en esto consiste en saber ese yo que soy. Esto es tener bien determinada nuestra relación intrapersonal, es decir, saber que nos queremos.  

Además, como sujetos sociales debemos saber a quién queremos y a quién no; y quién nos quiere y quién no. Debemos tener esto bien claro. Porque el sujeto inseguro busca que lo quieran, ya que necesita ser querido; de allí su sumisión a la opinión de los demás. Por el contrario, al tener nuestros quereres interpersonales bien definidos, ya no nos preocupamos por buscar aceptaciones forzadas. No mendigamos las aceptaciones de la tribu o de los demás.

Al poseer ese dominio o gobierno de nosotros mismos se minimiza esa búsqueda de «caer bien o no» a los demás, porque no estamos detrás de su aceptación. Somos sujetos independientes con nuestras semejanzas y diferencias, y con esta actitud nos relaciones con el mundo. No con una actitud prepotente, sino con una actitud bien definida de lo que somos y queremos.

Tal actitud nos permite desarrollar un carácter independiente, que nos hace consiente de relacionarnos de manera selectiva y juiciosa con las demás personas. Y nos permite ignorar de forma natural y con gusto la «opinión y la mirada ajena», a la que de manera irracional solemos conceder una importancia desmesurada. Importancia que nos hunde en el anonimato de nuestra personalidad y minimiza nuestro ego.

Lo anterior nos lleva a que tenemos que aprender a arreglar nuestros asuntos sin esperar o tener esa necesidad de ser queridos, valorados o aceptados por los demás. Porque como apreciamos, entonces, no tenemos movimiento propio, ya que dependemos primero de la opinión de los demás para iniciar alguna acción. Permanecemos paralizados a la espera del asentimiento ajeno. En tal caso, no somos nosotros sino una mera sombra de los demás.   

Al ser nosotros, somos nuestro propio señorío y nos es suficiente nuestra propia mirada. Pues, la «mirada ajena» se convierte realmente en eso que es, en algo ajeno. El señorío de nosotros mismos inclina la balanza de la estima propia y la confianza hacia el lado correcto, es decir, hacia nosotros. De esta manera, permanecemos en equilibrio con nosotros y con los demás.

Nuestro señorío carece de la necesidad de «aparentar». Pues este aparentar también es un síntoma de inseguridad, de la búsqueda de la «opinión y de la mirada ajena». En ese aparentar queremos convertirnos en un objeto de culto y todo objeto de culto depende de los otros, nunca del yo propio. Pues, es estar volcado hacia fuera. De allí, que el aparentar solo es la coronación del autoengaño.

Aparentar o parecer: estar a la moda, joven, rico listo, tolerante, divertido, abierto de mente. El aparentar solo es mera apariencia, una mera sombra; algo insustancial que requiere la «mirada y opinión del otro» para que lo confirme, nunca es una opinión propia. Necesita ser confirmado. De allí su inautenticidad. Es un yo falso, un pseudo yo.    

El señorío de nosotros mismos no necesita del «parecer» tal cosa u otra. Porque no necesita auto-convencerse o engañarse, ni necesita «la mirada ajena» para ser.  Por el contrario, en el «parecer» lo que el sujeto necesita es la complacencia de sentirse admitido y aceptado por los otros. En tal caso, no es gobierno de sí mismo y necesita de la afirmación exterior.

En el «parecer» lo que importa es demostrar y aparentar a los demás. Por el contrario, en el señorío propio lo fundamental es ser lo que somos; lo que valoramos es nuestro propio pensar-hacer, que nos puede otorgar grados de éxito y prosperidad.

Tenemos que desprendernos, quitarnos de encima la dictadura social del «parecer», pasar ante ella de manera olímpica. Debemos fiel a nosotros mismos, a nuestros deseos, a nuestro carácter y necesidades propias. No estamos obligados a encajar en un molde social, ni mostrar una determinada imagen para complacer «la mirada ajena», donde lo más probable es que ésta carezca de algún punto de referencia.

Tenemos que ser íntegros y fieles con nosotros mismo. Inspirarnos socialmente en vivir con ideas no homogéneas, no vivir con modos de ser cortadas con un mismo patrón estéril o con discursos convencionales y repetitivos. Debemos de una vez por todas conectarnos con nuestro pensar-hacer, con nuestros deseos.  Olvidarnos de las «opiniones ajenas» y ser nosotros mismos. Para ello es importante oír lo que nos decimos a nosotros mismos.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin




No hay comentarios:

Publicar un comentario