domingo, 20 de mayo de 2018

LA ILUSIÓN DE CONTROL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Por lo general, no esperamos lo inesperado. Por el contrario, tendemos a sobreestimar el control que tenemos sobre cualquier situación. Por eso nuestro finisterre es el límite de todo lo que creemos conocido, de allí para allá todo se convierte en un lugar misterioso e inseguro. Pues existe una frontera que separa nuestra realidad de lo que es extraño, de lo inexplicable; lo que está por descubrir y que quizá no descubramos nunca.

En esa frontera, la niebla empieza a rodearnos y nos resulta difícil ver lo que hay a nuestro alrededor. Ya no reconocemos ni el paisaje, ni los senderos ni los mapas que hemos dibujado de los caminos de nuestra vida.

El mapa que hacemos de cada uno de nosotros depende de lo que hemos vivido y experimentado, tanto de lo que conocemos como de los límites de lo desconocido. Hay muchas situaciones que nos llevan al límite y cada límite es una nueva experiencia. Pero el límite es como la candela, cuando estamos demasiados cerca retiramos la mano.

En estos límites experimentamos emociones complejas y conflictivas. Por lo general, no reaccionamos bien cuando estamos en estos límites, ya que buscamos trucos para mantenernos en zonas conocidas. El límite es el punto donde nuestra relación con lo desconocido pierde el equilibrio.

Cuando entramos en un espacio desconocido nos enfrentamos a tareas inciertas y complejas. Nos situamos en el desequilibrio de nuestras competencias. Por lo cual, al aumentar las tensiones recurrimos, de forma natural e inconsciente, a lo que sabemos.

Para evitar las sensaciones incómodas, que nos provoca el desequilibrio, recurrimos a formas probadas de eficacia. Buscamos la estructura cierta. Pues, de lo contrario, desencadenamos situaciones conflictivas y buscamos otros haceres que ocupen nuestra mente. ¿Por qué huimos de lo desconocido?

Porque al enfrentarnos a una falta de conocimiento esto nos puede llevar a cuestionar lo qué somos y quiénes somos. Cuestionamos o dudamos de nuestras competencias, de nuestra confianza y poder. Es el peligro de no hacer un buen trabajo, de no tener la experiencia requerida, de no saber lo suficiente.

Tales incertidumbres nos hacen pensar que podemos perder nuestras ventajas, nuestra influencia y autoridad. Una de las razones por las que tememos a lo desconocido es porque esto nos lleva a enfrentarnos a nosotros mismos; a nuestra propia fragilidad. No admitimos o nos cuesta admitir nuestra falibles.

Nuestras incompetencias nos hacen ser vulnerables. Admitir que no sabemos nos resta autoridad, porque supone que experimentamos una pérdida de poder y de control.  Por ello, muchas veces no admitimos el error cometido, ni la duda que nos embarga. Estamos estructurados para el saber, no para la duda socrática.
El admitir el error o la duda o el me he equivocado nos produce vergüenza, en la cual nuestra identidad se percibe amenazada. La vergüenza hace que no queramos hablar nunca de lo que pensamos sobre la situación dada.

Por ello y para ello, construimos roles en nuestra vida para protegernos de lo desconocido. Que sirven, a la vez, para impedir que nos impliquemos con nosotros mismos. Tales roles son capaz protectoras, tras las cuales nos escondemos para evitar sentirnos vulnerables por el no saber, por el límite, por el desequilibrio.

De este modo, construimos nuestra vida con estructuras y procesos, con listas y planes que creamos. Los cuales nos dan la impresión de orden, control y seguridad. Esto, con el tiempo, lo convertimos en hábito. En el hábito de la ilusión del control.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin

No hay comentarios:

Publicar un comentario