sábado, 15 de julio de 2017

EL PODER DE DEJAR ATRÁS LA VIDA QUE UNO HA CONOCIDO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Richard Sennett indica que “nadie es capaz de construir una vida nueva si odia su pasado”. Porque toda vida tiene obligatoriamente un pasado, no existe un aquí y un ahora absoluto. La construcción del presente o del futuro se cimienta en un pasado, en una historia de la cual extraemos nuestra experiencia, algunos ardides. Por tanto, nuestro pasado es necesario, aunque no determinante de ni nuestro presente ni de nuestro futuro.

En la actualidad, en todas las tendencias de autoayuda y del desarrollo personal —tendencias triunfalistas— se habla de asumir el desafío de nuestra vida. Se da por un hecho que esto es así sin más. No obstante, la realidad desmiente tal postura. Ya que en las comunidades pobres, dice Sennett, el adolescente con habilidades se encuentra bajo presión. En tales comunidades no sobrevives por ser el mejor, sino por mantener la cabeza baja; es decir, por evitar el contacto visual en la calle que se interpreta como desafío. En la escuela, el dotado procura hacerse invisible para que no le peguen por obtener mejores notas que los otros. Entonces, ¿cómo hablarles a tales individuos de asumir el desafío de sus vidas? El discurso, por supuesto, pertenece a otro ámbito.

El sujeto que ha salido adelante —según el paradigma triunfalista— hablaba el lenguaje de una élite. Esto se debe a que su lenguaje es el de la potencialidad, el de un proyecto vital. Por el contrario, el lenguaje de quien no ha podido salir adelante —contrario al paradigma triunfalista— suena extraño, aun cuando éste puede proporcionar orientación a muchas personas sobre qué hacer consigo mismos; por lo general, éste es el lenguaje de los pequeños pasos, de victorias concretas, limitadas.

Acá influye el relato motivacional triunfalista, que es en cierto sentido una provocación; el cual te dice a la cara «Si yo pude hacerlo, ¿por qué no tú?» Nos gusta creer que todos tenemos algún tipo de talento y que éste es valioso. El talento adopta dos formas desiguales. Primero, la particularidad de hacer algo bien está en el círculo de acciones objetivas, por éstas los individuos son respetados y se respetan a sí misma. Segundo, el talento potencial pertenece a otra categoría; lo evaluamos entrelazado con cuestiones de motivación y voluntad así como de dotes naturales. Esta diferencia da lugar a una profunda desigualdad.

La idea de auto-transformación supone el poder de dejar atrás la vida que uno ha conocido. Esto significa dejar atrás a la gente que uno ha conocido. Por ello, muchos a quienes suponemos motivados no ven tan lejos en el futuro ni imaginan otra versión de sí mismos. La confianza en sí mismo de quien ha dejado atrás su vida puede agudizar la sensación de carencia personal, y pueden sufrir pasivamente esa condición de soledad. De allí el peligro de muchas tendencias triunfalistas, esto se vio en la década de los ochentas; razón por lo que hubo un giro hacia lo emocional.   

Importa encontrar una vía de comunicación acertada con el sujeto, con la que se pueda compartir por pequeños pasos a la acción adoptada. Para mostrar qué podemos hacer y en quién podemos convertirnos. Pues, en toda relación social estamos en manos de otra persona que nos puede guiar. La tarea de quien extiende la mano es presentar su propia competencia, de tal manera que la otra persona pueda aprender de ella. Nuestras capacidades son un componente elemental en el sentido del valor propio, pues se exponen como modelo para hacer frente a un problema afín, sin que éstas resulten una comparación ofensiva que impidan a los otros hablar de sus habilidades.

Muchas veces, al no mencionar las desigualdades divisorias sólo se contribuye a poner de relieve las diferencias no expresas. Debemos tener presentes las semejanzas y las diferentes con el fin de que cada quien pueda definir su potencialidad propia, pues ambas son formadoras. Por lo general, sabemos más de nuestros límites que de nuestras competencias. Es necesario establecer una conexión real entre nosotros, explorar las respuestas que la gente da; debemos dar algo de nosotros mismos a fin de merecer una respuesta y una relación abierta.

Por ello antes que esperar oír ecos de nuestra propia vida, debemos utilizar nuestra experiencia para comprender a los otros; llegar a entender su experiencia. Debemos reconocer la realidad propia de la existencia personal de la otra persona, respetar el hecho elemental de que somos distintos. Por lo que no podemos proyectarnos en el otro. Es otro que nos muestra su vida, su experiencia, su historia. En la vida cotidiana, sin saberlo, nos confundimos constantemente con los demás.

Debemos tratar el «error de identificación» para no quedar atrapados en la red de la comprensión autorreferencial. La comprensión autorreferencial es solo un primer paso en la comprensión, no podemos permanecer en ella. Porque la confusión entre uno mismo y el otro puede ser a la larga perjudicial. La autorreferencia solo puede servir como punto de partida para construir un vínculo social, el cual podemos convertir en una relación social.

De allí que debemos tomar en serio las necesidades de los otros, que no son las nuestras. Se trata de una cuestión de carácter, en la que establecemos nuestra comunicación con otras personas por medio de instrumentos sociales que compartimos. Cuando toca o ejecutamos tales instrumentos sociales  conectamos fácilmente con los demás, nos involucramos en acontecimientos impersonales, nos comprometemos unos con otros. Esta capacidad implica abrirnos a un mundo más amplio determinado por muchas personas; el carácter lo podemos concebir acá como el aspecto relacional entre las personas.

Referencias:
Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín

Twitter: @obeddelfin

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