Richard Sennett indica
que “nadie es capaz de construir una vida nueva si odia su pasado”. Porque toda
vida tiene obligatoriamente un pasado, no existe un aquí y un ahora absoluto.
La construcción del presente o del futuro se cimienta en un pasado, en una
historia de la cual extraemos nuestra experiencia, algunos ardides. Por tanto,
nuestro pasado es necesario, aunque no determinante de ni nuestro presente ni
de nuestro futuro.
En la actualidad, en
todas las tendencias de autoayuda y del desarrollo personal —tendencias
triunfalistas— se habla de asumir el desafío de nuestra vida. Se da por un hecho
que esto es así sin más. No obstante, la realidad desmiente tal postura. Ya que
en las comunidades pobres, dice Sennett, el adolescente con habilidades se
encuentra bajo presión. En tales comunidades no sobrevives por ser el mejor,
sino por mantener la cabeza baja; es decir, por evitar el contacto visual en la
calle que se interpreta como desafío. En la escuela, el dotado procura hacerse
invisible para que no le peguen por obtener mejores notas que los otros.
Entonces, ¿cómo hablarles a tales individuos de asumir el desafío de sus vidas?
El discurso, por supuesto, pertenece a otro ámbito.
El sujeto que ha salido
adelante —según el paradigma triunfalista— hablaba el lenguaje de una élite. Esto
se debe a que su lenguaje es el de la potencialidad, el de un proyecto vital. Por
el contrario, el lenguaje de quien no ha podido salir adelante —contrario al
paradigma triunfalista— suena extraño, aun cuando éste puede proporcionar
orientación a muchas personas sobre qué hacer consigo mismos; por lo general,
éste es el lenguaje de los pequeños pasos, de victorias concretas, limitadas.
Acá influye el relato
motivacional triunfalista, que es en cierto sentido una provocación; el cual te
dice a la cara «Si yo pude hacerlo, ¿por qué no tú?» Nos
gusta creer que todos tenemos algún tipo de talento y que éste es valioso. El
talento adopta dos formas desiguales. Primero, la particularidad de hacer algo
bien está en el círculo de acciones objetivas, por éstas los individuos son
respetados y se respetan a sí misma. Segundo, el talento potencial pertenece a otra
categoría; lo evaluamos entrelazado con cuestiones de motivación y voluntad así
como de dotes naturales. Esta diferencia da lugar a una profunda desigualdad.
La idea de auto-transformación supone el
poder de dejar atrás la vida que uno ha conocido. Esto significa dejar atrás a
la gente que uno ha conocido. Por ello, muchos a quienes suponemos motivados no
ven tan lejos en el futuro ni imaginan otra versión de sí mismos. La confianza
en sí mismo de quien ha dejado atrás su vida puede agudizar la sensación de
carencia personal, y pueden sufrir pasivamente esa condición de soledad. De allí
el peligro de muchas tendencias triunfalistas, esto se vio en la década de los
ochentas; razón por lo que hubo un giro hacia lo emocional.
Importa encontrar una vía de comunicación
acertada con el sujeto, con la que se pueda compartir por pequeños pasos a la
acción adoptada. Para mostrar qué podemos hacer y en quién podemos convertirnos.
Pues, en toda relación social estamos en manos de otra persona que nos puede
guiar. La tarea de quien extiende la mano es presentar su propia competencia,
de tal manera que la otra persona pueda aprender de ella. Nuestras capacidades
son un componente elemental en el sentido del valor propio, pues se exponen
como modelo para hacer frente a un problema afín, sin que éstas resulten una
comparación ofensiva que impidan a los otros hablar de sus habilidades.
Muchas veces, al no mencionar las
desigualdades divisorias sólo se contribuye a poner de relieve las diferencias
no expresas. Debemos tener presentes las semejanzas y las diferentes con el fin
de que cada quien pueda definir su potencialidad propia, pues ambas son
formadoras. Por lo general, sabemos más de nuestros límites que de nuestras
competencias. Es necesario establecer una conexión real entre nosotros, explorar
las respuestas que la gente da; debemos dar algo de nosotros mismos a fin de
merecer una respuesta y una relación abierta.
Por ello antes que esperar oír ecos de
nuestra propia vida, debemos utilizar nuestra experiencia para comprender a los
otros; llegar a entender su experiencia. Debemos reconocer la realidad propia
de la existencia personal de la otra persona, respetar el hecho elemental de
que somos distintos. Por lo que no podemos proyectarnos en el otro. Es otro que
nos muestra su vida, su experiencia, su historia. En la vida cotidiana, sin
saberlo, nos confundimos constantemente con los demás.
Debemos tratar el «error de
identificación» para no quedar atrapados en la red de la comprensión
autorreferencial. La comprensión autorreferencial es solo un primer paso en la
comprensión, no podemos permanecer en ella. Porque la confusión entre uno mismo
y el otro puede ser a la larga perjudicial. La autorreferencia solo puede
servir como punto de partida para construir un vínculo social, el cual podemos
convertir en una relación social.
De allí que debemos tomar en serio las
necesidades de los otros, que no son las nuestras. Se trata de una cuestión de
carácter, en la que establecemos nuestra comunicación con otras personas por
medio de instrumentos sociales que compartimos. Cuando toca o ejecutamos tales instrumentos
sociales conectamos fácilmente con los demás,
nos involucramos en acontecimientos impersonales, nos comprometemos unos con
otros. Esta capacidad implica abrirnos a un mundo más amplio determinado por
muchas personas; el carácter lo podemos concebir acá como el aspecto relacional
entre las personas.
Referencias:
Facebook:
consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín
Twitter:
@obeddelfin
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