Thelma y Louise es un
doble canto a la vida. En primer término, a esa vida que uno por sí mismo
elige, y no la que otro le impone. En medio de este primer canto es paradójica
porque ambas mueren, en ese intento de preservar la vida que la vida le has
hecho elegir. Es no dejarse amedrentar por los avatares de las circunstancias.
Es ponerse en píe, sin importar cuánto miedo se sienta. Es plantarle cara a la
vida. Eso es la odisea de estas dos mujeres.
En ese estar en la vía, como diría Jack Kerouac, Thelma y
Louise hacen su viaje como así lo hizo Odiseo. Se enfrentan a los cantos de
sirenas y a todos aquellos cíclopes que hacen de la vida una desventura. Solo
se tienen a cada una como si fuesen una sola. Eran dos días nada más, que se
convirtieron en toda una vida. Que hizo de Thelma a Louise, y de Louise a
Thelma, como aquel paso Sancho Panza al Quijote y de éste a aquel. Se
transmutan.
Cada una se
abandona a la otra. La realidad las acecha, para impedirles su evasión de esta
realidad. La realidad palpable, la realidad mezquina. Sin embargo, es que ella
donde ambas se fraguan su carácter, y se descubren. Como diría Ortega y Gasset,
“¡Cuánta astucia supone la fuga genial!”. La astucia de dormir y vivir con la
existencia atada al abismo. La fuga de esta vida del hastío, por la excitación
que se agazapa debajo del miedo.
La vida
aburrida, repetitiva; esa que da hastío. La de cada mañana y cada tarde. La del
mal vino, si es que es vino. La vida de la vida desaparecida. En esa vida donde
los sujetos dejan de ser sujetos para convertirse en objetos. El marido imbécil
de Thelma, el restaurante donde deja la vida Louise, el puercoespín que quiere
violar a Thelma. Todo vacío y sin poder llenar. Por eso eran dos días nada más,
de fiesta y alegría. Allí empezó todo.
El segundo
canto a la vida de Thelma y Louise es el de amistad. De la cual dice Cicerón, “pues
ciertamente siento la falta de un amigo cual no habrá nunca semejante… Y afligirse uno gravemente por sus
desgracias, no es de quien ama al amigo, sino de quien se ama a sí mismo”.
Porque la amistad es amar tanto al otro como se puede amar a uno mismo. De eso nos
dan ejemplo, las dos mujeres en medio de sus desgracias. Se expresan esa filia
hacia la otra.
No importan
para uno y la otra las cosas que van haciendo torpemente. La amistad se
preserva porque, como bien dice Cicerón, la mayor fuerza de la amistad consiste
“en los estudios, en los deseos y en los pareceres”. En estos últimos van
reconstruyendo, a cada momento, Thelma y Louise sus vínculos más estrechos. Se
van despojando de cada cosa y la amistad se convierte en lo esencial.
En estos
pareceres y deseos está a prueba laamistad, en este caso, la vida misma. Porque
“no es otra cosa la amistad que un sumo consentimiento en las cosa divinas y
humanas con amor y benevolencia; don tan grande, que no sé si han concedido los
Dioses (excepto la sabiduría) otro mayor a los mortales”, dirá Cicerón. Es el
consentimiento con el otro, la puesta en el amor, por ello éste no necesita la
transparencia como dice Byung-Chul Han; al indicar “hay que negar el presente
represivo y aceptar la existencia del otro y, de su mano, la posibilidad del
amor”.
Las torpezas
y desatinos de Thelma no son nada para Louise, ella es así. La quiere por lo
que es. La amistad es eso, querer al otro por lo que es, y no por lo que uno
quiere que sea. Y vuelvo nuevamente a Cicerón, quien nos enseña que “la amistad
abraza muchas cosas; a cualquiera parte que nos volvamos, la encontramos
pronta, en todas tiene lugar, nunca es impertinente, jamás molesta”. En esto consiste
un espíritu en su magnanimidad. La mano tendida y presta.
En este
artículo dedica a Thelma y Louise en las palabras de Cicerón, éste nos recuerda
“porque el verdadero amigo le mira el otro como a una imagen de sí mismo”. Por
ello la amistad no necesita de la «transparencia», concepto tan cacareado
últimamente. “Porque donde rige la transparencia, no hay lugar para la
confianza” nos puntualiza Byung-Chul Han. Y continua el filósofo coreano, “la
transparencia suprime la confianza… solo se pide transparencia insistentemente
en una sociedad en la que la confianza ya no existe como valor”.
Para qué la
transparencia, si “en la amistad nada es fingido, nada disimulado, todo cuanto
hay de ella es verdadero, y todo proviene de la voluntad” nos recuerda por
siempre Cicerón. Cuidado con la monserga de la transparencia, lo que importa es
la amistad. Esa filia que nos une al otro, por el otro. Ese es el gran canto de
Thelma y Louise, el cual se sella con la muerte. Así como el amor en Romeo y
Julieta también se rubrica con la muerte.
Porque en
estas dos mujeres que, son a la vez, todas las mujeres se manifiestan aquello
que decía el filósofo romano. “Soy de parecer que no puede haber amistad sino
entre hombres de bien”. En este caso, entre mujeres de bien. Que se muestran en
la maravilla de ser todo lo que son, instante dejado al tiempo en la foto de
partida. Testimonio de la belleza que perdurará a lo largo del camino.
Por eso en el momento decisivo ante el
Gran Cañón, donde se hace la elección final entre la vida y la muerte, ambas
optaran por la vida. Porque, “siguiendo tantos y tan grandes provechos de la
amistad, el mayor de todos es que hace concebir buenas esperanzas para todo lo
que puede sobrevenir, y no deja que desfallezcan o se acobarden los ánimos”,
nuevamente Cicerón.
En este
último momento es cuando acecha la realidad de la mediocridad, que intenta
impedir a ambas mujeres la evasión hacia una realidad que se han decidido. Y en esto consiste la fuga genial,
decidir por la vida que se desea vivir. Por ello Ortega y Gasset nos dirá con
claridad meridiana “Ha de ser un Ulises al revés, que se liberta de su Penélope
cotidiana y entre escollos navega hacia la brujería de Circe”.
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