Karl Marx, al inicio de «El dieciocho
brumario de Luis Bonaparte» indica: “Hegel dice en alguna parte que todos los
grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si
dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia[1]
y otra vez como farsa”. En la «realpolitik», como dicen los alemanes, esto
sucede muy a menudo. Por diferentes razones, entre éstas el desconocimiento u
olvido de la historia política.
En
el caso venezolano del siglo XXI es un hecho. Posterior a la figura de Chávez
lo que se ha dado es una farsa o comedia. Se ha querido rememorar, malamente, a
una figura ya ida. Un caso paralelo, pero no igual, fue López Contreras. Quien
a mi juicio, era tan dictador como Juan Vicente Gómez, su tutor. López, como
bien se sabe, fue el designado por Gómez para sucederlo; ya que ocupaba el
cargo de Ministro de Guerra al momento de la muerte de aquel.
López
Contreras fue el sucesor-designado y luego electo presidente. Hasta acá las
semejanzas, solo semejanzas. Algo parecido sucedió entre finales del 2012 y el
año 2013. Sin embargo, López pudo otear que la situación política no era la
misma que había vivido su antecesor. Que la cosa política y social había
cambiado. De allí que empezó a alejarse con cautela de las maneras de gobernar
del hombre de La Mulera.
En
eso podemos decir que fue habilidoso, como corresponde a alguien que pretenda
ejercer una buena «realpolitik». En lo que respecta a lo sucedido en el siglo
XXI fue diferente, ya que el designado, y luego elegido, no pudo ver que la
situación política no era la misma. Y se empeño en continuar la misma manera de
gobernar del hombre de Sabaneta; de allí la farsa como señaló el barbudo de
Tréveris. Tal empeño ha estado plagado de errores; pero así actúan, por lo
general, quienes perseveran en una concepción mesiánica.
Para
evitar la farsa era necesario plantearse una «realpolitik» para gobernar. Pero
esto no era posible desde el principio, porque el principio mismo ya era
inamovible. Se hace necesaria una cita larga del mismo barbudo y del mismo
texto ya indicado:
Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre
arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas
circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el
pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una
pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos se disponen precisamente a
revolucionarse y a revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas
épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su
auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de
guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje
prestado, representar la nueva escena de la historia universal.
En
la «realpolitik» es necesario deslastrarse de la tradición, pero no olvidar la
historia. Esta última tiene que estar presente, para no hacer la farsa pensando
que se hace la tragedia. El hombre de Queniquea fue más habilidoso que el
electo del siglo XXI. En esto el proyecto andino se amoldó a las circunstancias que se le presentaron.
Por el contrario, el legado se impuso a toda circunstancia posible; incluso impidió
toda posibilidad. “Todo un pueblo que creía haberse dado un impulso acelerado
por medio de una revolución, se encuentra de pronto retrotraído a una época
fenecida…” palabras del ya citado.
Querer repetir
febrilmente el pasado o aferrarse a él conduce a un callejón que pocas veces
tiene salida. Lo que en la política real se convierte en una trampa a corto
plazo. De allí que el legado se convierta en la misma trampa que hay que
evitar. Por lo que el mismo Marx señala, con respecto a su tiempo, que “la
revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente
del porvenir”. Esto lo decía Castro Leiva en «De la patria boba a la teología
bolivariana», al hacer la crítica a toda esa semiología política.
Entonces, como
no entender que haya ocurrido una derrota que ya estaba incubada desde el mismo
inicio de la elección, y agrandada con el paso del tiempo. Los electores son
los mismos, no hay una nueva población. “Así contesta al coup de main de febrero de 1848 el coup de tête de diciembre de 1851. Por donde se vino, se fue”,
señalaba Marx. Lo que hay son circunstancias diferentes con los mismos
referentes, es decir, una farsa en el sentido expuesto por Marx.
De
allí los llamados al debate, al análisis, a la reflexión. No a la acción. Ya
que ésta está negada por el pasado, por la semiótica que da vueltas sobre
antiguas glorias. De allí el retorno a caricaturas. El hablar en la mudez, el
decir sin decir nada. Porque, como indica Marx, “quedaría por explicar cómo
tres caballeros de industria pudieron sorprender y reducir a cautiverio, sin
resistencia, a una nación de 36 millones”. Una cifra cerca a la actual.
[1] Debemos entender, en
este caso, tragedia en el sentido del teatro griego, y no como algo
catastrófico. En el caso de la farsa, se refiere a la comedia, la comparsa, la
bufonería. Esta nota es nuestra, no pertenece a Marx.
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