viernes, 2 de agosto de 2013

PLOTINO: PARTICIPACIÓN Y CONTEMPLACIÓN DE LA BELLEZA ARTÍSTICA

Plotino determina tres grados de existencia contemplativa hacia la belleza. Al respecto expresa:

"Todos los hombres, desde su comienzo, se sirven de los sentidos antes que de la inteligencia, recibiendo, por tanto, primeramente la impresión de las cosas sensible. Unos se quedan aquí y, ya a lo largo de su vida, creen que las cosas sensibles son las primeras y las últimas… los otros se limitan a elevarse un poco por encima de las cosas inferiores, debido a que la parte superior del alma les lleva a lo agradable a lo hermoso; no obstante, incapaces de mirar hacia lo alto y dado que no tienen otro punto en qué fijarse se precipitan con su nombre de virtud en la acción práctica al elegir las cosas de aquí abajo… Pero hay una tercera raza de hombres, divinos por la superioridad de su poder y la agudeza de su visión; estos hombres ven con mirada penetrante al resplandor que proviene de lo alto, elevándose hacía allí sobre las nubes y las sombras de aquí abajo"[1]


Es sus diferentes grados la participación y contemplación de la belleza está reservada a las almas bellas. Pues sólo éstas están en capacidad de hacer la conversión hacia  lo bello.

Lo bello es permanente. Pues está en su naturaleza ser eterno e inmutable. Las cosas bellas y el alma bella que las conforma constituyen una misma realidad. Pues no cabe duda, que ambos son bellos. “Despertando del cuerpo y volviendo a mí mismo, saliéndome de las otras cosas y entrando en mí mismo, veo una Belleza extraordinariamente maravillosa”[2].

  El alma se hace creadora, al desplegarse por la acción de la belleza conduciéndose hacia las alturas divinas. Al participar y contemplar se eleva hacia la belleza primera, hasta alcanzar el objeto de su deseo. 

DE LA BELLEZA ARTÍSTICA

El objeto bello es manifestación del alma bella. Pues ésta es causa de aquel. El alma bella al modelar y darle forma a la cosa sensible la hace figura bella[3]. De este modo, la figura participa de la belleza y se hace una con ésta, porque participar de la belleza es hacerse cosa bella. Ya que sólo las cosas bellas participan de la belleza.

La belleza de la cosa es el alma misma[4]. En la obra de arte, el artista da forma a lo sensible conformándolo en unidad. El alma da belleza a la cosa, al dejar su impronta marcada en la cosa. El alma al transmitir la belleza a la cosa, ésta se hace comunión con aquella.

La participación en la naturaleza del alma no consiste en que el alma descienda hacia el cuerpo y se abandoné a sí misma, sino que es el cuerpo el que se eleva a ella a modo de participación, está claro que debe decirse, con aquellos filósofos, que es la naturaleza corporal la que viene hasta el alma; es ella precisamente la que participa de la vida y del alma, pero en general no llegando hasta ahí por un mero desplazamiento, sino haciéndose común, de algún modo, con el alma misma[5]  

La participación, en el caso de la belleza visual, está en la impronta que deja el alma en la obra de arte. En ésta permanece la acción del artista y ésta la refleja. En el caso de la belleza auditiva, la impronta es puesta directamente en el alma del otro. Y permanece en éste. En este sentido, la participación es finita en el espacio-tiempo. Propiamente cuando la obra de arte se está realizando. No obstante, la obra sigue participando de la belleza porque ha quedado fijada la impronta. El artista trae lo corporal al alma y lo hace participar de ésta.

La materia, ciertamente, no poseía esta forma, que se encontraba en el pensamiento del artista antes de haber llegado a la piedra. Y se encontraba en é, no porque dispusiese de ojos y manos, sino por su misma participación en el arte. He aquí, pues, que esta belleza superior se daba como presupuesta en el arte; porque la belleza que vino a la piedra no es en modo alguno la que aparece en el arte[6] 

El objeto sensible participa de la belleza porque del alma del artista emana hacia él y lo conforma, le transmite su belleza arropándolo con ella. 

La contemplación, por su parte, consiste en el disfrute de la causa que conforma la belleza. Es otro modo de participar de la belleza es el goce estético. Éste en el mundo sensible se inicia con el disfrute de la belleza interior que conforma la obra de arte, y se profundiza progresivamente, según el alma de quien contempla, hasta la belleza esencial de las cosas[7].

Un alma bella al contemplar las cosas bellas, que son de su mismo origen, se emociona y tiene remembranza de lo que es bello en sí[8]. Se reconoce en una naturaleza semejante a la suya, al ser cautivada por aquello que la ha conformado. Sólo entre las cosas que son bellas se da la contemplación de la belleza. Por esto, el alma al advertir la belleza en un cuerpo no se prenda de lo corporal, sino que se remite a la belleza interior, de la cual es el cuerpo es reflejo[9]

La contemplación es el contacto y encuentro que se da entre las almas bellas. Porque sólo el sujeto que tiene un alma bella puede contemplar y gozar de una obra bella. Lo semejante contempla lo semejante. El goce de la belleza es inmanente al alma. Por ello ésta percibe intuitivamente la causa conformadora de la obra de arte.

La contemplación se produce directamente entre el alma y la cosa bella. La belleza se devela a primera vista, entonces el alma se pronuncia reconociendo a ésta, y la admite dentro de sí ajustándose a ella[10]. El alma al reconocer la belleza se entrega a ella, y está tomando posesión del cuerpo lo hace uno y homogéneo, “da al todo la misma belleza que a las partes”[11].

La contemplación está conformada por dos grados de contemplativos. Si se ha contemplado la belleza superior, la belleza sensible se percibe como una representación de aquella, y por ésta se siente afecto que contiene la añoranza por aquella otra. Pero si sólo se ha contemplado la belleza sensible, ésta aparece como si fuese la belleza verdadera. Plotino lo expresa de la siguiente manera:

Si partiendo de la de aquí abajo han alcanzado reminiscencia de la de allá, no sienten por la de aquí más que el cariño que se siente por una imagen; pero si no ha alcanzado reminiscencia de la de allá, la de aquí abajo se le presenta como verdadera por su ignorancia del origen de su sentimiento

Por tanto, para apreciar la belleza verdadera se debe superar el estado de ignorancia sensible, que es la que hace creer que la belleza sensible es la verdadera. 

La contemplación y participación están constituidas, en primera instancia, por dos diversos grados. La contemplación del objeto bello y la contemplación de la belleza superior.
§  Bellezas superiores
§  Belleza intelectiva superior
§  Belleza intelectiva inferior
§  Belleza artística
§  Participación
§  Del alma bella
§  De la cosa bella
§  Contemplación
§  Belleza del alma
§  Belleza del objeto

La belleza por ser un compuesto dual es cosa animada. Puesto que tiene su causa en el alma. Entre las cosas bellas, el cuerpo viviente es el más bello y produce el mayor placer. “Un hombre siendo feo pero vivo es más hermoso que la estatua de un hombre bello… y más deseable porque tiene un alma, y tiene un alma a la vez porque posee la forma del Bien”[12].

De la contemplación y participación, tenemos:
§  Las cosas bellas tienen su causa en el alma.
§  Las cosas bellas son bellas porque el alma las conforma.
§  El alma bella reconoce la belleza en las cosas porque son semejantes.
§  El alma que no es bella no reconoce lo que es bello.
§  Si un alma bella no reconoce la belleza en una cosa es que ésta no es bella.

Toda alma bella reconoce lo que es bello, pues de “antemano las almas tienen apetencia de la Belleza en sí, en que saben reconocerla, en que están emparentadas con ella y en que se dan cuenta instintivamente de su afinidad con ella, creo que atinaría con la verdadera causa”[13].


[1] Plotino. Enéada V 9, 1, p. 180.
[2] Plotino. Enéada IV 8, 1, 1-2.
[3] Cfr. Plotino. Enéada V 9, 2, p. 182.
[4] Cfr. Plotino. Enéada V 8, 1, p. 156.
[5] Plotino. Enéada VI 4, 16, p. 205.
[6] Plotino. Enéada V 8, 1, pp. 155-156.
[7] Plotino. Enéada V 8, 8, p. 169.
[8] Cfr. Plotino. Enéada I 6, 2, 8-11.
[9] Cfr. Plotino Enéada V I, 7, 22, p. 305.
[10] Cfr. Plotino. Enéada I 6, 2, 1-5.
[11] Plotino. Enéada I 6, 2, 23-29.
[12] Plotino. Enéada VI 7, 22, p. 306.
[13] Plotino. Enéada III 5, 1, 16-20.

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