Siempre tenemos la posibilidad de elegir entre lo intelectivo, lo
irascible o lo apetitivo. En cada elección hay una acción. Si elige lo
irascible la elección tiende hacia el fuego; si es lo apetitivo la elección
tiende a los placeres del cuerpo. Si se elige lo intelectivo la elección tiende
a hacia los aspectos del conocimiento. Ahora bien, todas estas elecciones son
movidas, en primera instancias, por el deseo propio. Si no es movida por
nuestro deseo, no es una elección. Puede ser que se cumpla una orden, pero una
orden no nace de mi deseo, de mí querer.
Este deseo, este mi querer algo constituye mi libre albedrío,
que implica una posibilidad de elección. Esta posibilidad de elección se genera
por nuestra voluntad. Sea definida ésta como el principio racional de la
acción, en el cual la voluntad es la apetencia racional; o en la apetencia
irascible o apetitiva. En este sentido nuestra voluntad es el principio de
nuestra acción general, esto es, la apetencia, la inclinación a hacer algo.
Esta última acepción está ligada a nuestro libre albedrío. A nuestro poder de
elegir. A nuestra energía de movernos.
Por esto en la voluntad radicamos lo
que depende de nosotros. Que posteriormente asentamos la voluntad en la razón es
otro asunto. De allí que cuando empezamos a razonar nos asaltan las dudas, el
ir y venir de nuestro razonar, o no dejamos llevar por impulsos de la
imaginación. Pero lo fundamental es que ya nos movimos. Abrimos la posibilidad
a nuestra vida.
La libertad de la voluntad nos abre la dimensión intelectiva,
irascible y apetitiva de nosotros como sujetos de acción. Que la libertad intelectiva tienda a la introspección es un
movimiento de posibilidades; Así como lo es el libre albedrío que está en
comunión con lo irascible y apetecible. Reitero la voluntad es movida por el
deseo, sea éste intelectivo, irascible o apetitivo. El deseo es el principio de
movimiento, de posibilidad, el principio de: el yo quiero. La acción de este yo
quiero es la libertad. Un acto que puede o no convertirse en reflexión; ya que
de alguna manera uno sabe lo que quiere. Al respecto, este querer es un acto
voluntario.
El acto involuntario, por el contrario, es la acción que no está
conforme a la libre voluntad. Es acción carente de voluntad propia. En el cual
queda comprometida la acción libre de elección y el grado cualitativo de
nuestra libertad. Hablamos de que algo depende de nosotros cuando damos a
entender que lo que acontece o ha acontecido ha estado sometido a nuestra
voluntad, y que ha llega a acontecer o no porque lo hemos querido.
Por otra parte, podemos señalar la existencia de actos a-voluntarios,
que en su naturaleza no son propiamente acciones. Ya que es una mera potencia
de actuar, sin ninguna razón con respecto al acto cumplido, un actuar
indiferente.
Debemos señalar que nuestra libertad siempre es limitada, es decir,
finita. Ya que la posibilidad de elección está condicionada por lo corporal,
por el entorno, entre otros aspectos. De aquí que la idea de la libertad en el
hombre sea un proyecto inacabado, un tender a. Pero un proyecto que nunca se ha
de abandonar.
Por ejemplo, la libertad desde la perspectiva moral tiene su causa en
el conjunto de normas y creencias que rigen las acciones del individuo en
concordancia o no con el entorno social. Por su parte, la libertad con relación
a la razón y el bien tiene su razón causal en la libertad intelectiva, que mira
a la inteligencia y al bien.
La posibilidad la asociamos a la elección, ésta a voluntad, y la
voluntad a la libertad. Y en esto fundamos lo que depende de nosotros. La
voluntad es dueña de sí misma, aun en el caso de que se vea forzada a decidir
respecto a una cosa ajena. Todo lo que de ella proviene y se hace por la
voluntad, depende de nosotros. Poco importa que se actúe en sí o fuera de sí.
Lo que por encima de todo depende de nosotros es lo que la nuestra voluntad quiere y
realiza con libertad.
Entonces, el ejercicio de la voluntad es poder. Poder, en este caso,
significa «nuestro poder» el poder de nuestra voluntad. El poder de determinar
nuestras posibilidades, nuestras acciones. Ser libre es ser poderoso.
Por el contrario, la persona mutilada por fortunas adversas, por
compulsiones, pasiones, experiencias, por la naturaleza…, no dispone de sí
mismo, no tiene gobierno sobre sí mismo. Tal impedimento del poder propio es
impedido por la actividad errática de nuestra racionalidad, de nuestras
emociones, por las causas del entorno. De allí que es necesario adquirir el
poder de gobernarse por sí misma.
Toda persona es principio de sí misma. Su naturaleza le impulsa a
realizar acciones, esto es a constituirse asimismo en un principio autónomo.
Nosotros elegimos.
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