martes, 12 de enero de 2021

RUPTURAS EMOCIONALES

¿Por qué las rupturas emocionales son un golpe tan grande en nosotros?

Las rupturas emocionales, por lo general, son devoradoras y extenuantes. Son una experiencia desagradable. Y, por otra parte, son fuentes de inspiración de obras artísticas, musicales y poemas, que narran o cantan las desgracias de los humanos.

Aunque no sufrimos un mal físico, pues no hemos heridos ni lesionados sufrimos corporalmente. Lo que nos ha sucedido es que estamos cobrando conciencia de que esa otra persona ya no estará con nosotros y nuestra interacción emocional se ha perdido. En esta situación, quedamos tocados y tambaleantes durante semanas, meses y, en algunos casos según la gravedad e intensidad, durante el resto de la vida.

Las rupturas emocionales nos afectan porque las personas con quienes compartimos y nos relacionamos tienen una gran influencia sobre el bienestar nuestro y sobre toda nuestra personalidad, en general. Esto se hace evidente en nuestras relaciones emocionales.

La construcción de nuestras relaciones filiales y amorosas nos embarca en vínculos afectivos a largo plazo, en los cuales tenemos que reconocer que estamos inmersos en diversos estados emotivos. Esto lo apreciamos en las diversas manifestaciones de aprecio, por ejemplo, el día de san Valentín, las bodas, las comedias románticas, las baladas de amor, la producción poética, las tarjetas de felicitaciones y tantas otras más.

Nuestras relaciones emocionales son múltiples, ya que somos heteroemocionales, aunque esta palabra no existe. Construimos y reproducimos nuestras relaciones en diversas intensidades y grados; la monogamia emocional no existe en nosotros ni constituye ninguna norma. Por eso establecemos diversas relaciones emocionales a lo largo de nuestra vida.

No importa que tantas teorías existan de porqué los humanos nos sentimos impulsados a establecer distintas relaciones emocionales, teorías que van desde la biología hasta la cultura, el ambiente o la evolución. Con éstas o sin éstas igual seguimos construyendo nuestras relaciones. Lo importante, en última instancia, es que las establecemos y sufrimos por sus rupturas.

Tal vez construimos nuestras relaciones con el fin, sin saberlo por supuesto, de hacer mayores nuestras probabilidades de supervivencia como sujetos filiales.  Porque cuando estamos en una relación emocional nos sentimos relajados y menos preocupados por los inconvenientes y las molestias diarias; en ese momento hay en nosotros cierta suficiencia personal.

Sea cual sea la causa de lo anterior, lo cierto es que estamos predispuestos a buscar y formar relaciones emocionales de todo tipo, y esto se refleja en toda la serie de cosas raras que hacemos, por ejemplo, nos volvemos de fanáticos algún equipo de futbol, de un artista, de un edificio, de un grupo de gatos o de perros en facebook, y cosas así. El intento es establecer relaciones afectivas.

Nuestras atracciones filiales se rigen por muchos factores. Esto nos lleva a una dinámica en la cual determinamos ciertos atractivos en los demás y así nos parecen atrayentes. La atracción y el reconocimiento de esa atracción son parte de la construcción de nuestras relaciones. En este sentido, todos tenemos nuestras preferencias y tipos ideales; además, apreciamos patrones generales. Algunas de las cosas que encontramos atractivas en la otra persona son predecibles.

Muchas de las variedades de nuestros gustos son de origen cultural y epocal, pertenecen paradigmas o iconos de una época; lo cual hace que nuestros atractivos estén influidos por imposiciones de modas de momentos específicos, por eso cada generación genera sus atractivos con sus debidos referentes. En estas atracciones buscamos elementos que se nos parezcan, que nos sean afines; esto nos conduce, según algunos, al sesgo egocéntrico que poseemos.

La atracción y la vinculación emocional la asociamos al romanticismo y al amor (sea éste, erótico o filial), asuntos que se encuentran en establecer relaciones a largo plazo, estén orientadas a personas o animales. Por ello, experimentamos placer ante la presencia de lo que queremos y nos es grato.

Podemos considerar que en nuestras relaciones se expande la conciencia de nuestro yo, el éxito personal al estar en una relación, y la sensación de logro derivaba de que la otra persona nos tenga aprecio y quiera nuestra compañía en toda clase de contextos. La relación emocional la percibimos como una meta humana, e incluso, un estatus social.

Nuestra flexibilidad personal se expande por el hecho de estar en un compromiso afectivo. Ya que integramos a las otras personas en nuestros planes, objetivos y aspiraciones; asimismo las integramos en nuestros esquemas vitales y en nuestro modo general de pensar el mundo. Pasan a ser, en todos los sentidos, una parte muy grande de nuestra vida, porque ellas nos definen como individuos.

Pero llega el día en que una relación se termina, por la razón que sea. Por otra parte, hemos invertido mucho en conformar y conservar esa relación emocional: todos los cambios que experimentamos, todo el valor que atribuimos a estar en una relación, todos los planes que elaboramos, todas las rutinas filiales que hemos establecido. Si eliminamos todo eso de golpe, está claro que somos seriamente afectados. La mayor ruptura es la muerte de un ser querido, porque nos es imposible hacer algo.

Al producirse la ruptura, todas las sensaciones positivas a que estábamos acostumbrados se marchitan de manera abrupta, o en poco tiempo si percibimos la pérdida de la relación en el transcurso del tiempo. Se interrumpen nuestros planes para el futuro y lo que esperábamos del mundo en general. Todo deja de ser válido y de tener sentido. Esto representa una gran aflicción para nosotros, porque no gestionamos bien la incertidumbre y la ambigüedad. No estamos preparados, por lo general, para tales rupturas.

En lo social las rupturas nos resultan perjudiciales porque valoramos la aceptación y el estatus social. El hecho de que alguien a quien apreciamos nos considere no aceptable, nos resulta fatal; consideramos que esta persona ha golpeado nuestra identidad social y sentimos dolor. Por eso decimos que el amor duele.

Al romperse la relación emocional conservamos los recuerdos de la otra persona, los cuales pasan a estar relacionados con el hecho negativo de la ruptura. Esto socava la conciencia de nuestro yo. A esto le sumamos que estábamos acostumbrados a sentir algo gratificante que de pronto nos ha sido retirado y negado.

Por supuesto que disponemos de capacidad para lidiar con una ruptura. Podemos volver a poner nuestra vida en orden con el tiempo, aun cuando esto sea un proceso lento. Al centrarnos en los aspectos positivos de esa relación emocional estos se traducen en una recuperación y un crecimiento emocional más provechoso. Ya que, tenemos preferencia por los recuerdos de las cosas agradables y placenteras. Por ello, dedicamos gran parte de nuestra vida a consolidar y mantener relaciones emocionales, aunque sufrimos cuando éstas se vienen abajo y se produce la ruptura.

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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