sábado, 21 de abril de 2018

EN NUESTRAS INCERTIDUMBRES Y CEGUERAS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Nuestro estado de incertidumbre y desorientación es ese no saber a qué atenernos. El mismo conduce con frecuencia a la angustia. Esto pasa cuando nos abandonamos a la incertidumbre y la angustia; cuando queremos evitar éstas sin haberlas superado, cuando pretendemos obrar como si supiéramos sin saber, y sobre todo sin esforzarnos por saber.

Caemos en la ceguera. Esa que echa tierra en nuestros ojos; que agranda nuestra confusión intelectual y emocional. Para no ver que la vida está turbia descargamos en ésta más oscuridad. Angustia y ceguera son dos  dolencias fundamentales que padecemos en nuestros días.

En nuestro intento de ir más allá de éstas, recurrimos a lo que hoy se denomina «autoayuda». Los antiguos buscaron la cura a estos dos males en la «ataraxía». Sea en la versión negativa, esto es, la «suspensión», «abstención», el desinterés y la indiferencia. O en la forma positiva, es decir, en el estado de alerta, estado activo y tenso sosiego.

Por lo general, cuando somos asediados por esos dos males nos preguntamos ¿Cómo podemos salir de ellos? En esta pregunta, se anida la ceguera del entendimiento y de las emociones. Pues dejamos a un lado la interrogante ¿Qué esto que padezco? Queremos resolvemos  algo que no sabemos qué es.

Descubrimos, a la larga, que nada de lo que hasta ahora habíamos presumido nos sirve. La consecuencia de tal descubrimiento debe ser la admisión, en primer término, de que no sabemos qué es lo que padecemos y, en segundo lugar, un esforzado empeño en averiguar qué es.

Sin embargo, por lo general, estamos poseídos por la básica creencia de que ya lo sabemos todo. En esto somos, como dice Julian Marias, la persona que «no sabe no saber», es decir, el cegato. De aquí que caigamos irremediablemente en la incertidumbre y en la desorientación de no saber nada. Con lo cual, desembocamos en lo inoportuno, en el injustificado atropellamiento de nosotros mismos y de los demás. En la pura arbitrariedad.

De esa manera, estamos frente a nuestra propia ignorancia. La cual debe movernos a emprender esfuerzos para intentar responder a la desesperada pregunta ¿De qué es lo que padecemos? Y no permanecer en la inercia de la ignorancia. La búsqueda de tales respuestas debemos hacerla con calma jovial, con temple para así llegar a entender ese cuidado de  nosotros mismos.

Esta calma es el sosiego regalado y brioso que podemos crear en medio de nuestra angustia y apuros; cuando al sentirnos perdidos gritamos a los demás y a nosotros mismos ¡Calma! Es en este sosiego que podemos superar y poner en la incertidumbre cierto orden. Donde podemos tomar posesión de nuestra vida.

En este sosiego nos humanizamos. Sin embargo, cada uno de nosotros llevamos en sí el germen de una viciosidad particular. En esto radica parte de  nuestro existir. Todo temple y sosiego puede degenerar en cotidianeidad, en mera adaptación y conformismo. Tal como hacemos con la angustia, que la degradamos en manía o pavor, que nos frenetiza y envilece.

Tal sosiego es la calma activa. La ataraxia positiva, jovial y alerta. Para así en medio de nuestras tormentas y tempestades, en el tiempo más crudo, hagamos posible la calma con nuestra quietud. Día a día nos afanamos sobre la incertidumbre y la ceguera que nos abruman. No obstante, en este vórtice debemos construir diestramente nuestra quietud, nuestra ataraxia activa; para que la vida siga a pesar de todas las tormentas.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin

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