jueves, 1 de septiembre de 2016

LA ÉTICA CORPORATIVA Y LA RENTABILIDAD MORAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Las empresas, en los últimos años, se han destacado por la elaboración de códigos y declaraciones de principios. Este hecho es uno de los signos de la conmoción ética en los negocios. En nuestros días, se ha alcanzado de manera manifiesta una amplitud y una nueva significación en estos códigos internos, que formulan reglas de conducta que deben ser respetadas en el ámbito corporativo.

La élite gerencial ve en estos códigos un medio muy eficaz para hacer progresar los comportamientos éticos en la empresa, por ello la inversión realizada en los mismos. Tales códigos van junto con la ambición de las firmas corporativas, los derechos y los deberes de cada sujeto con respecto a los clientes, a los competidores o a los poderes públicos; ya que se precisa la adopción de conductas determinadas ante situaciones concretas, por ejemplo, el acoso sexual, el abuso del poder…

Algunas empresas, para dar consistencia a sus modelos éticos, hacen participar a sus empleados en la construcción éstos; por lo cual se comprometen a no transgredir tales normas. Otras organizan, es lo más común, ciclos de formación en los que se comentan e interpretan los principios éticos. De este modo, las corporaciones se adjudican una vocación digna, un objetivo noble que supera lo exclusivo de la ganancia, asume una ética que es capaz de aportar un sentido a la actividad económica, o un sentido más allá de lo económico.

Por ello, las corporaciones proclaman su preocupación por los valores. Con esto hacen que los empleados, y no empleados, sientan tales valores como factores de adhesión y de dinamización de su labor, de su interés por la corporación. Ya que éstos no son simples imperativos incondicionales o instrumentos jurídicos que permiten establecer una mera responsabilidad interna o externa de la empresa. Sino que lo hace parte de ella. Funcionan como un principio de identidad.

Los códigos éticos no son meros idealismos. Pues, éstos se fundamentan en la certeza de que la ética es esencial para el éxito comercial y financiero de la empresa. La gerencia considera que la moral contribuye al éxito de la corporación. La empresa ética se basa en la moral, en el interés bien concebido. Lo que caracteriza a este modelo de empresa es la instrumentalización utilitarista de la ética en los negocios. La rentabilidad de la ética.

Las corporaciones se abocan o expresan en sus propósitos los desafíos del liderazgo, de la calidad total, de la mejora de la productividad… Donde el sistema de valores rige tales acciones. Los códigos empresariales formalizan las obligaciones y los derechos de cada parte; los objetivos del progreso, los grandes ideales que dan sentido colectivo a la empresa. En este sentido, la dimensión ética evita el acento moralizador.

La ética corporativa privilegia la adhesión de los empleados mediante la expresión de una voluntad colectiva compartida. Esto se da, por una parte, por medio de una voluntad de bonificación moral de los comportamientos dirigida a cada uno; por el otro, por un contrato social abierto poco directivo en detalles para los individuos, el cual implica las opciones fuertes de las convicciones de la empresa.

Existe una creencia empresarial en la eficacia de los valores. Que está dirigido a un estado de responsabilidad y de implicación del personal mediante la vía cultural, distinta de la visión empresarial tradicional iniciación-sanción. La empresa ya no plantea una ley rígida e invariable. Por lo contrario, se da prioridad a la función de un debate en tanto acción colectiva. De éste se establecen constituciones, credos y proyectos de empresa que son revisados periódicamente, y adaptados al contexto inestable y multidimensional del mundo económico. La ética corporativa es una ética aproximativa y rectificada. Pues, por una parte, se da el rigor compartido de los principios; por el otro, la flexibilidad pragmática. Una figura del proceso de secularización de la moral.

Tal fenómeno se establece en la tradición democrática aplicada en la empresa. Donde corresponde, supuestamente, a los empleados determinar la deliberación racional de sus valores y finalidades. El homo democraticus es el que ahora inspira la actividad de la empresa. No obstante, el dispositivo democrático, puesto en los valores corporativos, es el que celebra la unanimidad en detrimento de la diversidad, la cohesión social en detrimento de la oposición, la legitimidad consensual en detrimento de la legitimidad conflictiva. Es lo que intenta salvar el hacer empresarial.

Lo justo se plantea como la identificación de la cooperación de todos, sinergia lo denominan. Deja por fuera el efecto del conflicto y el reconocimiento de la diferencia de intereses y puntos de vista. La adhesión colectiva y solidaria se produce la participación en los valores del grupo. En este sentido, el referente ético corporativo se constituye sobre una comunidad homogénea y sin discordancias, denegando el principio de la multiplicidad. Aunque, se insiste en la permanencia de éste, como proyecto de la individualidad y la persona. 

La ética de la empresa enaltece el espíritu de responsabilidad y de la excelencia total; más que el del deber y la obediencia a la ley. La moral corporativa afirma la adecuación de las aspiraciones individuales y del éxito colectivo; la armonía de los intereses particulares y de la competitividad. La ética empresarial, en este sentido, se une con las inclinaciones humanas de la responsabilidad, con el desarrollo personal, con el progreso social. De este modo, se conjuga la eficacia y el interés material.

La preocupación ética ya no aparece como un obstáculo o un freno a la eficacia económica, actualmente es un absurdo pensar tal cosa. La empresa ahora tiene la vocación de interrogarse sobre los fines y la moralidad de los medios. Los valores se han incorporados a la gestión empresarial como un fin ideal e incondicional. La ética es un medio económico, un instrumento de gestión gerencial.

La ética corporativa da primacía a los valores morales. De este modo, la ética se convierte en un auxiliar eficaz de lo económico. Tal conversión requiere del deber economizado en la pureza de corazón, mediante la instrumentalización de la virtud que promociona. La ética de los negocios aparece como una figura ejemplar del mundo contemporáneo, que libera a la obligación del peso de la abnegación y de lo desinteresado.

La ética empresarial se desarrolla en un discurso de gestión de contenido explícitamente moralista. Los consultores plantean a las corporaciones la idea de que la clave del éxito se denomina coraje, integridad, lealtad, perseverancia, preocupación por el bienestar del otro, en este radica el nuevo liderazgo. De esta manera, se asegura que la rectitud moral, a largo plazo, compensa que el gerente y los empleados deben comportarse siempre de manera honesta y respetar sus compromisos para con la empresa y los otros.

No se trata de dar consejos racionales para la gestión de los recursos humanos. Se trata de armar moralmente a los gerentes y directivos, de transformar mediante los valores el espíritu del liderazgo. Ahora, los consultores intervienen en la empresa para profundizar el carácter de quienes forman parte de ella, para desarrollar el conjunto de las inteligencias múltiples, para reforzar el coraje sin el cual no hay gestión auténtica y eficaz. Se busca mejorar las actitudes y las conciencias, educar las voluntades, desarrollar el apetito de mejoramiento de los empleados, inculcar el deseo de calidad, trabajar en la expansión del espíritu; el éxito pasa a través de la transformación de uno mismo; lo cual repercutirá en el éxito de la empresa.

Se mezclan consejos prácticos e imperativos superiores, espíritu de eficacia y exigencia espiritual, gestión y existencia. La ética empresarial ha captado el espíritu de la época. No obstante, en muchos casos, la sustancia del discurso no tiene ninguna importancia, todo es equivalente, todo se vuelve legítimo apenas se invocan los valores. Acá se corre el riesgo de la estafa, de los blacamanes de oficio, de quienes solo venden oropeles, vidrio por piedras preciosas. Ya que, hoy bajo el anuncio de la ética creen que todo puede venderse.

La época coincide con cierta moda que ha logrado asumir una dimensión moral, que convierte en ingenio de circo a los valores por medio de seminarios de desarrollo, test de ética… Que promueven una moda ética sin sustancia para la empresa. Donde apenas cabe el encanto ornamental de las apariencias, de la lógica de la seducción que actúa bajo el signo de lo nuevo y el cambio, de la identidad y la búsqueda de uno mismo.

En esta época donde las determinaciones estables se confunden, todo resurge (la tradición, lo sagrado, la moral) utilizado como un instrumento de búsqueda de identidad para una gestión, aparentemente, colmada de sentido. En esta cultura desestabilizada que busca renovaciones aceleradas y promesas de eficacia se recicla la tradición en novedad; se hace metamorfosis de los ideales como afirmaciones de identidad. Tales ilusionistas reproducen vacuamente la preocupación del sentido, la preocupación de la eficacia, la preocupación de sí mismo, en un sincretismo esotérico que ambiciona sentido.

En medio de esto, la empresa busca satisfacer las esperas y demandas legítimas de la sociedad, desde el momento en que determinados problemas críticos están identificados con sus valores. De allí, que la preocupación por el bien público y los deberes hacia la comunidad se han convertido en parámetros constitutivos de lo corporativo; son temas enseñados en las escuelas de gerencia. Se trata de reformar los principios y las prácticas de la empresa, en el camino permanente y regular del respeto a las normas morales. Tal es el sentido, se afirman un conjunto de principios que dotan a la empresa de una orientación moral continua y constitutiva.

La preocupación moral coincide con la identidad de la empresa. Para ser excelente la empresa debe afirmar su un ideal superior a las normas morales. Someterse a sus propios principios. Las reglas morales la conforman como una auto-institución. La ética de la empresa resulta de una deliberación y de una intención explícita sobre el fondo de los valores comunes recibidos. La personalidad moral de la empresa se construye.

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